La exitosa intervención que sustituyó un corazón humano por uno porcino ha hecho historia en la Medicina. David Bennet, quien lo recibió, define la operación como un tiro en la oscuridad, pues no le quedaban opciones de vida
No, las cosas no son como en las películas. En la vida real, no siempre el protagonista consigue su trasplante. No siempre llega a tiempo. Y no siempre cuando alguien muere, había autorizado antes a usar sus órganos para salvar una vida. Debido a esa dura realidad, cada día decenas de personas (17 solo en Estados Unido) perecen por no conseguir a tiempo un órgano del cual depende su subsistencia.
Sin embargo, no todo es oscuro. También cada día cientos de expertos trabajan para abrir nuevos caminos al trasplante de órganos. En esta misma columna hemos seguido el paso de las prometedoras opciones que representan hace unos años los trasplantes de órganos impresos en 3D, y hoy venimos a informarnos sobre otra de las tendencias que parecen traer esperanza en este campo: el uso de órganos de animales modificados genéticamente.
Es cierto que a primera vista suena como una mala película de ciencia ficción. Lo bueno es mirar por segunda vez y descubrir que detrás del primer trasplante de un corazón de cerdo a un humano, logrado en días recientes, lo que hay no es ciencia ficción, sino años de largo estudio que ahora llegan a la praxis.
David Bennet es el nombre del estadounidense que se ha convertido en la primera persona que camina por este planeta con un corazón de cerdo. El hito lo llevó a cabo un equipo de cirujanos del Centro Médico de la Universidad de Maryland, liderado por el doctor Bartley Griffith, y si usted se pregunta quién, en su sano juicio, se expondría a una intervención jamás probada, pues tiene que saber que no había ninguna otra opción para Bennet. Al punto de que la autoridad sanitaria de ese estado norteño tuvo que autorizar la operación experimental.
«Era morir o hacer esta operación», dijo el paciente a la prensa un día antes del procedimiento.
Tras siete horas de cirugía, el doctor Griffith, por su parte, calificó la intervención como exitosa, consideró que era trascendental para los miles de pacientes que esperan por un órgano, a la vez que advirtió que se desconoce la expectativa de supervivencia del operado.
Será la primera vez para un corazón de cerdo en el pecho de un humano, pero no para los órganos de estos animales. Ya en octubre del año pasado se había logrado trasplantar un riñón de cerdo a un paciente en Nueva York, pero la mayor diferencia es que aquel intervenido era una persona con muerte cerebral. O sea, a diferencia de Bennet, aquel paciente no tenía esperanzas de recuperación.
Este no es el único antecedente. La operación que ahora se realiza es resultado de años de estudio de otro proceso necesario para pasar un órgano animal a seres humanos: la modificación genética.
Como sabemos, uno de los mayores problemas de estos procedimientos es el rechazo del cuerpo al órgano extraño. Al añadir a la ecuación un donante animal, este riesgo se multiplicaba varias veces.
Por ello el equipo que ahora logró el hito trabajó en adaptar el corazón del porcino sometiendo al animal a un tratamiento genético para que no dispusiera de un tipo de azúcar que lleva a un rápido rechazo por el organismo humano.
El comunicado médico oficial detalló que el éxito se restringe a un órgano sometido a este procedimiento anterior: «Este trasplante de órgano demuestra por primera vez que el corazón de un animal genéticamente modificado puede funcionar como un corazón humano, sin un rechazo inmediato por parte del cuerpo».
La escasez de órganos, como casi todos los problemas médicos, se exacerbó durante la crisis pandémica en varios países, a pesar de que las cifras generales del mundo vieron un aumento de estas intervenciones en más del dos por ciento.
Las razones son agridulces, pues en su mayoría se deben a algo muy positivo: principalmente, la reducción de muertes por accidentes durante los aislamientos masivos en naciones donde las medidas restrictivas fueron mayores.
Además, se unen otros causales que son muy favorables a la salud en general, como cita un trabajo del portal especializado. Los buenos resultados de las campañas de prevención de los factores de riesgo cardiovascular y la mejoría en el tratamiento médico y quirúrgico del paciente neurocrítico son factores que pueden causar descenso de la potencialidad de donación.
Este enorme corazón salido de un cerdo fue adaptado genéticamente para reducir el riesgo de rechazo. Foto: Russia Today.
Pero otro factor esencial golpeó al sector de los trasplantes durante la pandemia: la inestabilidad de los vuelos regulares, pues ya sabemos que en este tema, unos pocos segundos en la transportación del órgano pueden hacer toda la diferencia en su utilidad al llegar a su receptor.
Con tal escenario, algunas estimaciones, como la de la Organización Nacional de Trasplantes de España, revelan que en ese país, por tomar un ejemplo, las donaciones descendieron en al menos un 82 por ciento, una cifra desgarradora si se piensa en lo que representa: vidas sin salvar.
Por un lado, en varias naciones no se donan órganos de ninguna persona fallecida que tuviese COVID-19 o de la que haya una mínima sospecha de tener el virus, aunque la muerte haya sido por otra causa.
Volviendo a cifras de Estados Unidos, alrededor de 110 000 pacientes esperan actualmente un trasplante de órgano, y más de 6 000 personas mueren cada año antes de recibirlo, según datos oficiales.
Con todo este contexto es fácil comprender que los ojos de muchos expertos estén puestos en esta nueva posibilidad, con las mismas expectativas con las que hace varios años se sigue el paso de los órganos impresos en 3D.
Para cualquiera de ambas posibilidades habrá que seguir observando y deseando que los resultados sean exitosos. Para que nadie tenga que morir a la espera de un órgano que alargue sus días.