La tendencia a conservar cuerpos en nitrógeno líquido, con la esperanza de devolverles la vida si la ciencia hallara el modo un día, más allá de técnica científica parece apuntar a una estafa piramidal
Vitrificar un cuerpo con el sueño de regresarlo a la vida en el futuro sigue siendo una idea escandalosa, aunque tenga nombre. Con la criogenia no se ha producido aún el efecto que normalmente tiene nombrar las cosas, la incertidumbre no se disipa tras la etiqueta y su apariencia de rigor científico.
Rimbombante o iluso, capricho snob o sueño comprensible, la criogenia es una técnica nacida de la especulación. Por si fuera poco, a los obstáculos científicos se les suman los debates de cuán costosos y poco accesibles son estos «tratamientos» post mortem, en una maquinaria que parece funcionar más como un negocio excéntrico que como una posibilidad científica real.
Los centros criónicos que existen, tanto en Estados Unidos como en Europa, contrario a lo que muchos creen, no funcionan como institutos investigativos, sino como lugares de conservación soportados por megaempresas. Y aun cuando algunos, como el famoso Alcor Fundación para la Extensión de la Vida, se presentan «sin ánimos de lucro», lo cierto es que los interesados en estas opciones pagan de por vida para «soñar» con hallazgos que ni siquiera asoman la cabeza en el horizonte.
Los precios varían de unas a otras, pero el rasgo común es que son astronómicos. Por ejemplo, según un trabajo del diario económico español Merk2, en el caso de la compañía rusa KrioRus uno puede criopreservar su cerebro por aproximadamente 18 000 dólares, mientras que el cuerpo demanda unos 36 000. Y en Alcor, la más cara de todas, hablamos de 80 000 dólares si se trata del cerebro, y de cerca de 200 000 dólares para el cuerpo entero.
En todos los contratos firmados por los «pacientes-clientes» reza una cláusula que no hay ninguna garantía de que pueda volver a la vida, ni tampoco de que el proceso de conservación de los restos vaya a tener éxito.
Por si fuera poco, las cantidades abonadas solo respaldan la conservación. Esto significa que cuando morimos, hay que tener prevista otra suma de dinero para ser «recuperados» por la compañía. Costes que no todas las empresas incluyen en los contratos, pero que en el caso de Alcor es muy alto: rondan los 10 000 dólares si falleces fuera de Estados Unidos o Canadá; 25 000 si contratas el servicio con terceras compañías que puedan tener acuerdos con ellos, y 50 000 dólares si la contratación viene de otra empresa que ni siquiera tenga un acuerdo.
Además de estos precios estratosféricos, se crean pequeños fondos supuestamente para que la persona, si se dieran todos los inmensos hallazgos científicos aún soñados y lograra ser «resucitada», posea un sostén en el mundo totalmente distinto y extraño (que le recibiría de vuelta), pero, ¡qué sorpresa!, no se garantiza que la inversión pueda salir bien.
Según los portavoces y sitios digitales de tales centros, este dinero «les permite avanzar en las investigaciones para revivir a sus pacientes», además de cubrir los gastos de mantenimiento durante el período en el que estén conservados.
Asimismo, estas empresas admiten recomendar que uno vaya preparando su crioconservación, lo cual abre todo un abanico de nuevas formas de cobrar mensualidades y abonaciones constantes durante la vida. Es el caso de Alcor, por ejemplo, que tiene un club en el que se hacen pagos anuales. ¿La cifra? Un chiste. Unos 525 000 dólares cada año, que disminuyen a medida que añaden miembros de la familia.
¿Y qué pasa si quiebra la empresa? Pues ante preguntas como esa, los voceros de las compañías de crionización suelen responder en las entrevistas: «El riesgo cero no existe».
Para varios economistas, como el español Miguel Córdoba, estas fórmulas de pago y aportación resultan «muy parecidas a las de una estafa piramidal».
Mientras, los llamados inmortalistas de la crioconservación siguen esperando a que en un par de años o siglos se consiga un nivel técnico científico suficiente para poder devolver a la vida a sus «pacientes clientes». Los seres queridos de muchos que hoy se hallan en un tanque criogénico (Dewar) parecen consolarse en una idea de eternización que hasta hoy, al menos, puede ser una ilusión comprensible para ellos, pero es negocio redondo para otros.
Entre los casos más conocidos se halla el de la persona más joven criopreservada, una pequeña tailandesa de apenas dos años de edad, Matheryn Naovaratpong. Ante la muerte de la niña a causa de cáncer, sus padres acudieron al consuelo mediante la especulativa propuesta.
Y otro de los nombres más repetidos al hablar de este tema, aunque realmente se debe a una leyenda, es el del famoso animador Walt Disney, quien murió como consecuencia de un cáncer pulmonar. Durante años se gestó la leyenda urbana de que Disney, pocos minutos antes de morir, había sido crionizado. Supuestamente, su cuerpo se introdujo cuando aún estaba vivo —lo cual es absolutamente ilegal— en una cámara y congeló a bajas temperaturas para que, cuando la ciencia avanzara, pudiera ser resucitado y sanar su pulmón enfermo. Sin embargo, lo que realmente ocurrió es que la familia Disney consideró la opción tras su muerte; pero al final eligió la cremación, a pesar de que muchos repiten la falsa historia.
El primer ser humano criogenizado al morir fue el Doctor James Hiram Bedford, profesor de Sicología en la Universidad de California, quien falleció a los 72 años. El tratamiento tuvo lugar el 12 de enero de 1967.
Otra historia curiosa acerca de esta polémica técnica de preservación es el llamado incidente Chatsvorth, cuando un fallo técnico en el sistema de congelación provocó la pérdida de varios cuerpos sometidos al tratamiento en Estados Unidos. Los familiares de los fallecidos demandaron al entonces presidente de la sociedad criogénica de California, Bob Nelson. Esto, unido a las burlas de la comunidad científica, provocó que Nelson se retirara para siempre de su carrera como empresario crioconservacionista. El polémico personaje, acaso involuntariamente, fue también quien desató la leyenda urbana asociada a Disney, cuando declaró a la prensa que el dibujante había deseado ser crionizado, pero no lo consiguió al no dejar su deseo por escrito. Las palabras de Nelson sufrieron el efecto del teléfono descompuesto, por lo que a nivel popular, se repitió la falsa información de que Disney estaba vitrificado en el sótano de su propia casa.
Actualmente, el infinitesimal y no probado consuelo que pueda significar esta costosa técnica, continúa motivando a algunos a intentarla después de su muerte, y entre los que han declarado creerla una buena idea se hallan figuras como la actriz de cine popular Lucy Liu y la cantante pop Britney Spears, quien, por cierto, también había pensado en conservar sus cenizas en forma de diamantes, pero al parecer no se ha decidido entre las dos opciones.
Lo cierto es que la técnica de la criopreservación sigue siendo un sueño, una especulación por la que muchos ya están pagando, pero a la que la ciencia no respalda más allá de la esperanza propia de su espíritu visionario.
Hasta ahora, como afirma Manuel Telo, profesor de la universidad del País Vasco y especialista en criogenia, «la crionización es la utopía de gente con cierto nivel económico a la que le cuesta creer que pueda morir». Mientras tanto, la buena ciencia de hoy, sin dejar de soñar, seguirá apostando sus esfuerzos en ayudar a quienes, aun estando vivos, se hayan aquejados de males que sí podemos vencer.
Otros célebres «pacientes» de esta técnica preservativa son Ted Williams, leyenda del béisbol estadounidense, y Dick Clair, actor de cine.