Una adolescente británica que murió de cáncer logró recientemente, tras una batalla legal, que su cuerpo sea vitrificado, con la esperanza de ser resucitado en el futuro. Se reabre así el debate de la criopreservación. ¿Apuesta científica seria, sueño inofensivo, o estafa inescrupulosa?
«No quiero ser enterrada bajo tierra. Quiero vivir y vivir muchos años». Con esa petición, que acaso encierra los mayores temores humanos, una adolescente británica de 14 años situaba al juez Peter Jackson ante la que probablemente fue una de las decisiones más difíciles de su carrera.
La deliberación saltó a los medios a finales de 2016 y fue a favor de un sueño tan antiguo como la especie. Aunque el padre de la joven se oponía, hubo luz verde para que el cuerpo de J.S., como fue identificada, fuera preparado para descansar en un tanque de acero en Estados Unidos, a más de 150 grados bajo cero, en espera de un futuro que halle la cura para el cáncer y la técnica de resucitación. Como ella, otros cientos han elegido conservar sus cuerpos y cabezas incluso desde hace décadas.
La criopreservación o crionica, muchas veces llamada criogenización, es la compleja tecnología de vitrificación de cadáveres que está expandiendo este tipo de ideas y crea una polémica en el ámbito científico internacional tan eterna como los sueños que promete.
Propone preservar cuerpos o cabezas en tanques de nitrógeno líquido a temperaturas extremas bajo cero, con la esperanza de que algún día sea posible que la ciencia halle un modo de devolverles la vida y sanar las patologías que sufrían.
Surgió a finales del siglo XX, con un grupo relativamente pequeño de soñadores amantes de la ciencia ficción, y derivó en empresas como la compañía Alcor Fundación para la Extensión de la Vida, nacida en 1972 en el estado de Arizona, ; el centro Cryonics y el Transtime, en Michigan y California respectivamente, en Estados Unidos. Mientras, en Europa ha llegado ya a Rusia, con KrioRus, y promete aterrizar en España, con el germen de la Sociedad Española de Criogenización.
Como explican los contratos y sitios digitales oficiales de estos centros, quien desee conservar su cuerpo en espera de la posible resurrección por avances de la ciencia debe abonar varios cientos de miles de dólares durante su vida. Pocos minutos tras su muerte, es sometido a un complicado proceso.
Una vez que la temperatura corporal alcanza muy pocos grados, explica el sitio oficial de Alcor, la sangre es sustituida por un líquido anticongelante para evitar que las estructuras celulares se dañen irreparablemente, en una operación que toma unas cuatro horas. Finalmente el cuerpo es introducido en un depósito de nitrógeno líquido a 196 grados bajo cero durante los años que sea necesario y que pueda respaldar el fondo pagado por el cliente.
Un vaso Dewar utilizado por Alcor Life Extension Foundation alberga cuatro cuerpos completos y seis cabezas de pacientes sumergidos en nitrógeno líquido.
Dicho en un par de líneas suena sencillo, pero la verdad es que tanto en lo que persigue como en el modo de intentarlo, la criopreservación está generando más de un dolor de cabeza. A ojos vistas plantea una polémica ética y filosófica que da para un par de congresos. Pero antes de llegar a esos planos, es el mismo obstáculo de la realidad científica el que enfrenta a este movimiento.
Si bien los principales defensores de la idea blanden al aire un sueño que es atendible por estar vestido, al menos en una primera impresión, de lo que acompaña a una buena idea científica: perseguir un largo objetivo de mejoramiento de la vida humana, visión de futuro desprejuiciada, y hasta el escepticismo y el escándalo que sigue a las mayores revoluciones científicas, es difícil hallar bases sólidas.
La primera defensa seria de la criopreservación como herramienta médica del futuro fue The Prospect of Immortality, un libro de Robert Ettinger, el padre del movimiento, publicado en 1962. Las ideas principales que defiende es que la muerte es un concepto relativo y su reversión depende de la tecnología. Por ejemplo, actualmente los crioconservacionistas suelen citar el argumento de que antes resultaba imposible algo como resucitar un corazón tras un paro, y hoy se puede lograr.
Personas con larga trayectoria científica engrosan la lista de los defensores del tema, como el gerontólogo y profesor alemán Klaus Sames. Sin contar que entre los cuerpos almacenados se hallan figuras tan reconocidas como el as del béisbol Ted Williams, y otros tantos en vida anuncian que consideran la idea, dígase un ídolo popular como Britney Spears, por ejemplo, lo cual aporta mayor visibilidad y divulgación al asunto.
A la lista de lo atendible se añade el hecho de que hasta el momento la criogenia, una rama de investigación aprobada y seria en la que se inspiran, ha tenido éxito palpable en el almacenamiento de pequeñas cantidades de tejido humano, como células de la sangre, esperma y embriones.
Del otro lado del debate aparecen las voces nada despreciables de quienes apuntan con el dedo a un exceso de ensueño basado en la especulación. Académicos como el profesor de Neurociencia en el King’s College de Londres, Clive Coen, quien hace poco lideró un manifiesto de la comunidad científica inglesa contra el procedimiento, creen que la reciente decisión en Reino Unido con el caso de J.S. es ajena al espíritu de la ciencia y poco ética, al generar expectativas prácticamente falsas cuando existen barreras físicas tan ciertas como un templo. Por ejemplo, el proceso de congelación.
El primer elemento (congelar cuerpos) puede parecer trivial; sin embargo, como han explicado los expertos, la congelación de estructuras orgánicas intactas sigue siendo hoy una quimera.
Aun la criogenia no es capaz de congelar ni siquiera órganos en buen estado. Las operaciones de trasplantes siguen llevándose a cabo a toda velocidad, e incluso muchos órganos se pierden antes de poder reutilizarse. Las estructuras biológicas más complejas que hemos sido capaces de criogenizar y recuperar son embrionarias, como ha explicado la Organ Preservation Alliance.
El agua de los órganos, al llegar al punto de congelación, aumenta de volumen y destruye las estructuras celulares y los mecanismos fisiológicos. Los hace inservibles.
La alternativa más eficaz que existe es la vitrificación, que impide la formación del hielo mediante el uso de un gel anticongelante a --196 grados, como explicó a Russia Today un vocero de KrioRus.
Sin embargo, por ahora, las estructuras más complejas que hemos sido capaces de «vitrificar» han sido órganos embrionarios de animales. A esto los empresarios y defensores de la técnica arguyen nuevamente la esperanza: sueñan que en el futuro se logre un avance tal de la nanotecnología celular que pueda restaurar todas las estructuras dañadas en los cuerpos conservados.
El problema número dos (en el paso número dos) es la descongelación y supuesta resurrección. Hoy es imposible tanto congelar en buenas condiciones como reanimar estructuras complejas. Está claro que se juega de nuevo la carta del futuro prometedor.
Ante las críticas comunes, el director de Alcor, Max O’ Connor, por ejemplo, suele responder, como en una entrevista al diario Clarín, que esperan por los avances de la nanorreparación celular, las técnicas de computación avanzadas, el control detallado del crecimiento celular o la regeneración de tejidos, todo lo cual está aún por lograrse.
Como si la lista fuera corta, a estos obstáculos para una sobrevida por criogenia se suman el problema lógico de la falta de un marco legal al respecto, el asunto ético, y los entresijos de una armazón económica en los centros de criopreservación, que hacen pensar en una estafa piramidal porque, ¿cuánto cree usted que cuesta apostar por este gran sueño? Para alumbrar un poco sobre esas cuestiones regresará Detrás de la ciencia.