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Ámbar: doble tesoro

El paleontólogo chino Lida Xing compró en un mercado de Birmania un dije de ámbar y halló dentro la cola de un dinosaurio de más de 99 millones de años

Autor:

Iris Oropesa Mecías

El paleontólogo chino Lida Xing casi pareció protagonizar una de las historias de Sherezade en Las mil y una noches cuando decidió echar una ojeada a las baratijas de un mercado en Myitkyina, Birmania, en 2015. Entre coloridas especias y telas, desandando un rato tal vez para librarse de la inercia laboral, apenas un poco después de examinar entre sus manos la supuesta joya de ámbar que le ofrecía un vendedor atento, se dio cuenta de que había algo «raro» dentro de aquella pequeña figura de resina que vendían como colgante. Y aunque no dio con genios, lámparas encantadas ni jaulas doradas maravillosas, su ojo de arqueólogo vio más allá del despistado pregón: lo que había dentro del pendiente no era una graciosa plantica para adorno exótico, sino nada menos que una cola de dinosaurio de más de 99 millones de años.

Tal vez si esta redactora hubiera dado con semejante hallazgo, así de repente, no hubiera atinado qué hacer, pero un paleontólogo con un fósil a precio de bagatela debe saber contenerse como un jugador de póquer, y así fue como Lida le arrebató a un «merolico» birmano, con rostro de desinterés y el pecho lleno de expectativas, nuevos aportes científicos sobre los dinosaurios.

Esa es la historia —tintes románticos aparte— que replica el estudio A Feathered Dinosaur Tail with Primitive Plumage Trapped in Mid-Cretaceous Amber (Una cola con plumaje primitivo atrapada en ámbar del cretáceo medio) sobre los aportes de este espécimen conservado para la paleontología.

El ámbar, que pesa 6,5 gramos, contiene la sección de 3,7 centímetros de la cola de un joven coelurosaurio, terópodo juvenil no aviar —del mismo grupo de dinosaurios que los velocirraptores depredadores y el tiranosaurio— que debió tener el tamaño de un gorrión. Constituye la primera muestra de dinosaurios conservada en esta resina que incluye no solo plumas o restos aislados sino toda una porción de la cola con diversos tejidos —ocho vértebras, huesos fosilizados, músculos y piel momificada, nada menos—, lo cual permite al fin acceder a una imagen en tercera dimensión de una parte del cuerpo de estas criaturas extintas.

Mike Benton, de la Universidad de Bristol, coautor junto a Lida Xing y un equipo de arqueólogos del artículo publicado a raíz del hallazgo, declaró, citado por BBC: «Es increíble ver todos los detalles de una cola de dinosaurio —los huesos, la carne, la piel y las plumas— e imaginar cómo la cola de este pequeño quedó atrapada en la resina, y luego murió presumiblemente porque no pudo liberarse».

El examen químico de la cola, incluso, mostró rastros de hierro, un rezago de la sangre del animal y, por si fuera poco, también arrojó luz sobre cómo las plumas estaban dispuestas en estos dinosaurios, ampliando mucho más lo teorizado hasta el momento sobre el proceso evolutivo de estas especies y presentando la evidencia fósil de que muchos de estos animales lucían plumaje primitivo en lugar de escamas, como se prefería pensar.

Según han explicado los autores del ensayo, las plumas carecen de un eje central bien desarrollado (el raquis) que poseen las aves modernas. Su estructura evidencia que los dos niveles de ramificación en las plumas modernas, las barbas y bárbulas, surgieron antes de la formación del raquis, pues ya aparecen en este espécimen.

Ámbar: doble tesoro

El hallazgo no solo ha abierto puntos de investigación y añadido verdades a la imagen que hasta hoy se poseía de los dinosaurios, sino que, además, pone la mirada de los arqueólogos sobre la importancia de la conservación en ámbar.

El estado birmano donde se halló la muestra, Kachin, en el nordeste del país, ha sido productor de ámbar durante 2 000 años y puesto que una gran cantidad de insectos se ha conservado en sus depósitos, en los últimos años se ha convertido en una meca para quienes estudian a los artrópodos (invertebrados) antiguos.

La sustancia natural del ámbar no es más que el producto resinoso que varios árboles segregan como una protección contra enfermedades e infestaciones de insectos, o cuando la corteza de un árbol es herida debido a rotura o a un ataque por escarabajos de madera u otros insectos, bacterias u hongos. Después de exudar, esta resina se endurece en el interior de rocas arcillosas o arenosas, algunas veces calizas, que se formaban en zonas deltaicas de ríos, generalmente con mucha materia orgánica asociada, y se han conservado en su interior durante millones de años. Sin embargo, lo particular para la paleontología es que la conservación que se da en ámbar es muy distinta de la que preserva a otro tipo de fósiles, pues no sufren el encogimiento que normalmente causan las deshidrataciones en otros medios, conservándose de tal forma que su estructura celular e incluso fragmentos de su ADN pueden encontrarse en la actualidad.

Precisamente por estas características, son un tesoro para arqueólogos que esperan hallar una especie de cápsula del tiempo en zonas como los pueblos dedicados a comerciar el ámbar natural.

Sin embargo, el comercio puede poner el peligro estas fuentes de información para la academia. La actividad es casi tan antigua como la civilización humana, pues hay testimonio de que por su belleza, las culturas antiguas la consideraban una sustancia amuleto. De tal modo, la negociación asociada a ella prolifera sin escrúpulos, y no solo se opta por las creaciones artificiales que lo imitan, sino que las piezas naturales, como suele ocurrir con este tipo de materiales considerados «piedras» preciosas son mucho más lucrativas.

Para complicar más aún el panorama a los estudiosos, los comerciantes no solo se conforman con las llamadas inclusiones en ámbar falso, que consisten en insertar pequeñas plantas, objetos (y hasta animales) en una sustancia artificial que imita la resina natural, sino que las «piedras» que originalmente contienen algún tipo de resto que se sospeche sea antiguo o «raro», a la vez que podrían ser muy valiosas para la ciencia, son las más perseguidas por coleccionistas privados dispuestos a pagar altas sumas por un elegante ejemplar.

Paleontólogos, Mercaderes, coleccionistas

Numerosos investigadores durante años se han concentrado en recorrer sitios de mercadeo del producto para salvar cualquier muestra que haya llegado a manos de los vendedores, pero incluso estas que son rescatadas para el estudio sufren el proceso de «embellecimiento» que la mercantilización les impone.

Como ha afirmado Ryan McKellar, otro de los coautores del estudio publicado en Current Biology, citado por BBC: «Las piezas de ámbar más grandes a menudo se rompen en el proceso de la minería. En el momento en que los vemos muchas veces se han convertido en cosas como joyas. Nunca sabemos qué parte de la muestra se ha perdido.

«Si tuviera un ejemplar completo, por ejemplo, se podría ver cómo estaban dispuestas las plumas a través de todo el cuerpo. O podrías mirar otras características del tejido blando que por lo general no se preservan.

«Ha habido otros informes anecdóticos de especímenes similares procedentes de la región. Pero si desaparecen en colecciones privadas, están perdidos para la ciencia».

El propio espécimen que ahora estudian, se halló pulido tras el proceso para la venta. Según explicó Xing, el autor principal y descubridor de la muestra, a CNN: «No estaba seguro de que el comerciante realmente supiera lo importante que era este ejemplar, pero no aumentó el precio».

Lo cierto es que la eterna batalla entre mercado y consumo, y la ciencia, parece librarse ahora en este terreno para los paleontólogos, el de la comercialización de ese tesoro natural de la conservación fósil que es el ámbar.

Es la primera vez que se puede estudiar una cola plumífera de coelurosaurio que incluye tejidos óseo y blando conservados.

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