Por puro azar de la vida, Melissa me atrapó en Sancti Spíritus y no en Holguín, como tenía planeado. Incluso, había reservado pasaje, sin sospechar que el país recibiría, paralizado y expectante, la noche de este 28 de octubre.
Cary Martínez, mi madre holguinera, estuvo sola en esas horas de rezar, asegurar ventanas y mover plantas en su azotea, expuesta a lluvias y ventoleras en la calle Aricochea.
Cuando acabó la madrugada de imaginar tragedias, ella y sus vecinos se asomaron al balcón con alivio, para apiadarse de inmediato de quienes sufrieron los estragos del cercano arroyuelo, devenido cascada de lodo ensordecedor.
«Estamos vivos, mija… Aún no me atrevo a bajar, pero por lo que veo y oigo, de verdad pudo ser peor», contaba ella al día siguiente, cuando logramos hablar por telefonía fija. «Ahora a esperar por la luz… Yo tenía hielo puesto y confío en que aguante un poco más», detalló la guerrera de siempre, la que ha liderado la Tecla del Duende en su ciudad por 18 años.
En la segunda llamada compartió la conmoción de sus coterráneos, dentro y fuera de nuestro Archipiélago, por los daños a la siempre acogedora naturaleza de esa tierra nororiental: «Yo estoy “insultá” con los destrozos en los parques, ¡figúrate! ¡Ese bicho dejó una raya por donde pasó! Pero de esta no nos morimos, así que no se preocupen y ayuden a quienes más lo necesiten», soltó con su habitual espíritu de echar pa'lante.
Del resto de los amigos comunes también supe: con más o menos daños en sus cheles, están bien y dispuestos a recuperarse pronto. «Díselo a otros, que la conexión no está buena», pidió con cariño, porque la familia teclera se ha mantenido pendiente de la suerte de los suyos en el oriente del país.
Gracias a la red «wasapera» supe, además, de quienes en Bayamo rebasaron el fenómeno sin gran contratiempo, y Nieves Molina (nuestra Bala tunera) describió los preparativos en su amada escuela pedagógica para acoger a más de 300 personas de Granma, cuyas viviendas quedaron sepultadas por un golpe de agua del Cauto, que usualmente hace honor a su nombre, pero Melissa lo sacó de cauce sin contemplaciones.
Nieves apeló a la solidaridad de quienes nos sincronizamos con la columna de los jueves para ayudar a una pareja de viejitos cercanos a una amiga, muy afectados por la furia trasnochada del viento: «Cada quien aporta lo que pueda; nada es poco», aseguró a Rolo, un jubilado de otra provincia, y sentí en sus palabras el eco de esos llamados que en las redes multiplican bondad sin suspicacia ni condicionamiento.
La suya es una compasión que conozco bien de mi época de cazar huracanes en occidente para reportar preparativos y consecuencias. Como entonces, mis favoritas son las historias de altruismo y resiliencia, algunas, incluso, con su toque de humor, porque la gente humilde saca bandera de decencia en circunstancias como estas, y pone camas hasta en los baños con tal de ayudar a los menos favorecidos del barrio.
Mi cicloncito Alany, la nueva nieta afectiva espirituana, eligió no nacer con estos aires revoltosos y aún me mantiene atrapada en el centro del caimán, pero sé de otros críos que vieron la luz en ingresos preventivos y primerizas que rompieron fuente tras el susto madrugador, y pronto adornarán con sus anécdotas la leyenda sombría de este feo huracán.
Y pudieron ser más, porque me consta que en Guaracabulla, a centenares de kilómetros de donde tocaría tierra el meteoro, la Defensa Civil activó su engranaje, destinó recursos y tocó la puerta de la población vulnerable para evitar desgracias.
Cuando pasen la tristeza, el cansancio y el duelo colectivo, cuando regresemos a nuestra rutina de cuasi normalidad desafiante, guardaré con orgullo en mi bitácora de amor las palabras agradecidas de los habitantes de Mayarí porque su embalse capeó el temporal, evitó inundaciones y aseguró un volumen decoroso de agua para la próxima sequía.
Lo digo como ingeniera, y como hija de la colega que diseñó esa y muchas otras presas con un entusiasta grupo de técnicos enamorados de su labor. Entonces, no sabían cuándo el país tendría recursos para acometer tan ambicioso plan de voluntad hidráulica, pero tenían fresca la moraleja del Flora, en 1963, y la acuciante preocupación de Fidel por la seguridad del pueblo los movía a trabajar, como muchos cubanos hoy, sin pensar en limitaciones materiales ni en reclamar honores.
Esa visión preventiva, ese vivir pendiente del bienestar de los demás y poner todo lo que hay en función de la vida, no es árbol que arrastre las crecidas, ni reales ni virtuales.