Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Jungla digital

Autor:

Laura Fajardo Mastache

¿Podemos confiar en la educación actual para formar pensadores críticos en tiempos de desinformación? El cuestionamiento me asaltó mientras viajaba en un transporte público; en un rincón del acorazado ómnibus, dos estudiantes debatían intensamente sobre una noticia viral que rondaba internet: un supuesto complot global que causaba los recientes apagones en diversas partes del mundo, apoyándose en un video sensacionalista que circulaba en redes sociales.

Uno de ellos creía firmemente en la teoría, mientras el otro cuestionaba la veracidad del video y pedía pruebas concretas, fue en ese momento que comprendí la urgencia de abordar el tema de la educación en la era de la posverdad.

El término fue acuñado para describir situaciones en las cuales los hechos objetivos tienen menos influencia en la opinión pública que los llamamientos a la emoción y las creencias personales, creando un entorno donde reina la desinformación, dando como resultado, que los hechos contrastados pierdan relevancia.

El pensamiento crítico, por otro lado, se define como la habilidad para analizar y evaluar de manera objetiva una situación o información para formarse un juicio bien fundamentado. Es imprescindible para discernir la verdad de la ficción y para tomar decisiones informadas.

Educar en el pensamiento crítico es vital para preparar a los estudiantes para el presente y futuro, verificar los hechos y desarrollar una sana dosis de escepticismo, son habilidades útiles para alejar la manipulación, que a veces no es tan obvia.

El sistema educativo tradicional con su enfoque de transmisión de conocimientos y habilidades técnicas, a menudo deja de lado el desarrollo del pensamiento crítico. Las pruebas estandarizadas y los métodos de evaluación convencionales no fomentan curiosidad intelectual. Para superar estas deficiencias resulta necesario incorporar metodologías pedagógicas que promuevan el análisis.

Entre los desafíos figura la reticencia al cambio de algunos educadores, acostumbrados al enfoque didáctico, más que al cuestionamiento de ideas complejas. Otro obstáculo es la omnipresencia de la tecnología, que, si bien ofrece herramientas poderosas para el aprendizaje, también facilita lo contrario.

Los docentes deben estar preparados para contrarrestar las informaciones erróneas, proporcionando a los estudiantes herramientas necesarias para evaluar la credibilidad de las fuentes. Esto incluye enseñar a reconocer sesgos, verificar hechos y comprender el contexto de la información presentada, además de fomentar un ambiente de diálogo donde todas las perspectivas sean tomadas en cuenta y se promueva el respeto a las diferencias.

Para que el pensamiento crítico resulte una parte integral de la educación debe ser incorporado en todos los niveles del currículo. Desde la educación primaria hasta la universitaria los estudiantes deben apropiarse de metodologías que fomenten la reflexión crítica y el cuestionamiento.

Enseñar en la era de la desinformación y la posverdad es un reto formidable, pero no imposible. Requiere un cambio de paradigma y una dedicación por parte de los docentes para equipar a los estudiantes con las habilidades necesarias para navegar en un mundo complejo.

Al fortalecerles el pensamiento crítico no solo preparamos a los jóvenes para enfrentar la desinformación, sino que también se contribuye a fomentar una sociedad mejor informada y resiliente. En este contexto surge una pregunta esencial: ¿Estamos, como sociedad, listos para revaluar y adaptar nuestras prácticas educativas en aras de asegurar que las futuras generaciones estén verdaderamente preparadas para enfrentar la verdad y la mentira con discernimiento y criterio? El futuro dará la respuesta.

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