Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Grandeza, y no cualquiera

Autor:

Osviel Castro Medel

Seguramente fue alguien sin palpitaciones ciertas quien sentenció: «Padre es cualquiera». Tal vez lo dijo porque nunca experimentó el placer de colgarse de su dedo o el de cabalgar sobre sus hombros; o porque no apreció el peso de la sincerísima frase «estoy cansado».

Cualquiera no puede convertirse, a la vez, en árbol, corazón, abrazo. Cualquiera no tiene el don de ser regaño y escapada, resguardo y referente, abridor de caminos aparentemente cerrados.

Cualquiera no besa y de inmediato cura una caída; cualquiera no espanta un huracán con su palabra, ni se transfigura en rey sin haber tocado un cetro.

No digo que hubo padres que se sumergieron en la frialdad o el desapego, pero son incontables los que supieron transmitir el ardor de su pasión, acariciar el alma con un gesto, erigirse en héroes de nuestra novela real y bien difícil.

Si hay un error literalmente infantil que solemos cometer es juzgar en exceso a nuestros padres. Creer que tienen siempre el alma de niños, enjuiciar un «fallo», arbitrar en sus conflictos sin darle pizca de razón, pensar que podemos administrar su reloj.

Si hay un yerro fastidioso, originado por contextos, machismos o absurdos, es no haberle dicho a un padre, en un abrazo largo: «Yo te amo».

Puedo escribir ahora, cuando entiendo mejor el almanaque y la existencia humana, que de su boca nacen los mejores relatos de tiempos pasados; de su mirada brota la advertencia única de «no lo hagas», pero también la revelación silenciosa de «¡cuánto te quiero!».

Puedo escribir este domingo que no existe viaje comparable al que se realiza a su lado en el trayecto a la escuela o a un simple columpio, no existe delicia parecida a la que emana de una golosina traída en su bolsillo.

Cuando él está, un manto protector nos recubre cuerpo y entraña; un cometa alumbra el calendario, una semilla nos germina en la profundidad. Ascendemos.

Sin embargo, cuando él se marcha a otra latitud un dolor nos punza cada fecha, una llovizna se queda en la mirada, un trozo de vida se nos desprende sin remedio. Menguamos.

Creo, con total sinceridad, que poco valen los homenajes de junio, si no entendemos la grandeza que gravita, eterna, en la palabra «padre», una de las más hermosas del mundo. Su grandeza  no es la de cualquiera y está en el mimo y el consejo, en el ejemplo o la rectitud; su grandeza vive aferrada a un verso que él nos escribe, sin darnos cuenta, cada día.

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