El más común de los días de este mes tan curioso, la tarde soleada imponía desandar, salir a recrearse, mirar alrededor y dejar que el camino, las calles y las personas hicieran de las suyas.
Un grupo de niños que jugaba llamó mi atención por el abrupto cambio de actitud: en un momento andaban corriendo y al siguiente se organizaron bruscamente en un estricto círculo, en el que susurraban uno al oído del otro alguna cosa ininteligible.
Sus rostros que se iluminaban entre risas cuando llegaba su turno de transmitir el mensaje, y proyectaba a veces travesura, y otras, inocencia. Era inevitable pensar que el mensaje era cambiado a propósito, o sin querer, cuando se hacían eco del mensaje falso que el anterior les dio.
El resultado fue tan interesante como el hecho de observar el juego infantil. Al oído del primer mensajero llegó: «Conocí un alienígena de Marte», cuando este al principio informó: «Esta tarde vamos juntos al parque».
Al comparar ambos enunciados todos los niños estallaron en carcajadas, y reconstruyeron el recorrido del mensaje para encontrar a los responsables del cambio y burlarse de su dudosa capacidad auditiva. Después de todo, era solo un juego.
Sin embargo, los juegos son una manera ligera de construir la realidad, y es curioso, más allá de lo risible de la situación, la clara alegoría de esa «broma infantil» a la construcción y transmisión del mensaje en la sociedad.
El ser humano actual se encuentra muchas veces saturado de información; en un bombardeo constante, el dato recorre un sinnúmero de canales hasta llegar al objetivo.
Cuando el propósito es la comprensión clara del mensaje, este debe ser directo y preciso para evitar malentendidos o pérdida de detalles en alguno de esos trayectos y, sobre todo, debe ser oportuno: si la información no llega en tiempo, es en ocasiones irrelevante el nivel de precisión.
La tecnología nos ha invadido, cotidianamente hacemos uso de ella y desconocemos muchos de sus secretos, límites y disposiciones. Y es que no todo es lo que parece desde la superficie; sus algoritmos pueden ocultar sorpresas, y el ejemplo más claro son las redes sociales.
A través de ellas estamos expuestos al mayor flujo informativo, muchas veces de personas sin conocimiento o de ética dudosa, que propagan bulos, o medios alternativos con tendencia a la manipulación y la mentira y otros que se hacen eco de mensajes no verificados.
Sobre este tema habló la periodista Patricia Villegas, presidenta ejecutiva de Telesur, durante la celebración del 3er. Coloquio Internacional Patria: «La comunicación es estructural hoy en nuestra sociedad, no es algo de la élite, no es algo que solo le importa al Gobierno, que solo les importa a los periodistas», subrayó.
«Están jugando con nuestros datos, están jugando con nuestras mentes, están envenenando a nuestros niños, los están drogando a través de la forma como funcionan las redes sociales, y si eso ya se metió a ese nivel en nuestra casa quiere decir que es un problema de la familia, que es un problema del ciudadano».
Sería una imprudencia normalizar la credulidad ante todo lo que nos encontramos allí —en las redes sociales—. No estaríamos siendo coherentes con el contexto histórico-social en que vivimos y, sobre todo, dejaríamos el camino libre a los intereses de quienes no desean nuestro bienestar.
La manera segura de recibir información es a través de medios oficiales, con intereses claros y éticos en el cumplimiento del deber de transmitir la realidad veraz y objetiva.
Quizá es hora de ir más allá y proponer soluciones. La Presidenta de Telesur recordó: «Cuba ha sido pionera en enseñarnos a leer y escribir en el continente, por qué no puede ser pionera también en un ABC de cómo funcionan las redes, de cómo funciona la internet y cómo podemos vacunarnos contra eso que está pasando allí».
Podría pensarse que las redes funcionan como una plataforma más de divulgación de información verídica, pero años de experiencias han demostrado que sus algoritmos, así como sus estrategias de visualización, sirven de trampolín para los intereses de los poderosos, que pueden y las manejan a su favor.
Ser consumidores pasivos y sin criterio es algo que no nos podemos permitir, como tampoco podemos «irnos con la de trapo»: debemos ser críticos, cuestionar todo lo que lleguemos a consumir, investigar los contextos, el trasfondo. Educarnos para ver detrás de ese tipo de construcciones es hoy más necesario que nunca.