Un hombre revisa textos en distintos idiomas. Busca saber más de los suyos, o de quienes se le parecen, para ayudarlos a entenderse y liberarse. Luego conversa con unos, escribe a otros, hace un poema.
En José Julián Martí Pérez era como si varios hombres se juntaran en uno mismo. Estaba el joven osado, el político audaz y profundo, el gentil maestro, el periodista sagaz, el convincente orador, el poeta de versos rimados o libres, el ensayista y hasta el escritor de novelas o teatro. El alumno, el hijo, el amigo, el padre… Quizá por eso tuvo la capacidad de entender, acercar y unir a hombres diversos.
Uno de sus más grandes empeños fue transmitir todo lo que hizo y creyó: partir de sí mismo para contribuir a formar mejores humanos y cubanos, sobre la base del respeto a lo que son, sin pretender cambiarlos o imponer criterios propios, sino juntando voluntades y guiando, con sus inmensas dotes de comunicador.
En la edición del periódico Patria del 30 de abril de 1892, el Maestro, que había conocido en profundidad los sistemas políticos de Estados Unidos y América Latina, define que «la unidad de pensamiento, que de ningún modo quiere decir servidumbre de opinión, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa político…». Él, con sus actos, con sus pasos sobre zapatos rotos, unió a cubanos patriotas de todas partes y de todas las generaciones.
La patria Cuba, la patria grande de América Latina, la patria que es humanidad, está en Martí, como ha de estar en nuestras vidas, mientras, como audaces alumnos, pretendamos ser personas dignas y honradas, de esas que se ponen siempre del lado del deber.
La nación surgió como un acto supremo de unidad y honradez, cuando personas de diversas opiniones y procedencias sociales aislaron las diferencias individuales y juntaron esfuerzos en el propósito de la independencia para, con los sentimientos de nacionalidad que se venían gestando, empezar por fin la construcción consciente de la República de Cuba.
Les siguieron luego todos los grandes de la Isla y, más cerca en el tiempo, los declarados alumnos del Apóstol, de su sinceridad y patriotismo, de su altruista vivir para su tierra. Así lo hizo Fidel y lo hizo la Generación del Centenario, que se batió a tiros y a ideas por una sociedad más justa. Y lo hizo también la motocicleta, el fusil, la palabra, el ejemplo del Che Guevara; como lo hace cada joven rebelde, antimperialista, cubano y nuestroamericano.
Porque unir vuelve a ser necesario —pinos nuevos o no, desde cualquier lugar—, el Maestro regresa, indispensable, como lo entendieron los cubanos y amigos de entonces, para superar las diferencias, respetar los criterios y unir las manos, siempre que esté por delante Cuba.
Es hora de la crítica oportuna, del examen martiano, de la obra colectiva con todos y para el bien de todos, hora de hombres y mujeres nuevos, de mejoramiento humano y utilidad de la virtud.
El mundo parece quedarnos cada vez más cerca en una falsa unidad que intenta obviar las brechas tecnológicas y sociales, las de los más básicos derechos humanos, todavía irrespetados en muchos sitios, y esa pretendida unidad alberga las semillas para una guerra, para la destrucción definitiva.
En medio de ello está hoy Cuba: la misma Cuba de las reuniones de Céspedes y Agramonte, de Martí, Gómez y Maceo, del Partido Revolucionario Cubano. La Cuba que tiene un Altos de Mompié, un Pacto del Pedrero, una Unión de Jóvenes Comunistas y un Partido Comunista. La patria que sigue teniendo hoy todas las condiciones, las organizaciones, los espacios de debates que —bien aprovechados— podrán generar los consensos necesarios para que siga distinguiéndola la unidad.
Todo lo que separa nos debilita y nos impide ser más felices como pueblo. Los cubanos siempre hemos sabido discrepar en la forma de lo que queremos, pero no en los principios. Hay que tener claros los límites, pues siempre que esa claridad nos ha fallado, la historia pasó la cuenta y dio la razón a quienes apostaron a dividirnos.
Seamos entonces seres humanos, sobre todo respetuosos con el modo en que cada quien es, por naturaleza o por su propia decisión. Enseñemos al mundo cuánto vale esta equidad de corazón con que hemos construido la nación cubana, y ganemos las mentes empezando por lo que decimos y hacemos.
Por pequeñita que parezca, como nos enseña José Julián, nuestra obra diaria es decisiva para unir y hacer crecer esta Isla mestiza, diversa, polémica y apasionante, que se reafirma al paso de los años como un permanente acto de amor, en el que las manos más jóvenes tienen el deber y el deseo de juntarse, de juntarnos con Martí.
*Periodista y presidenta del Movimiento Juvenil Martiano en Camagüey