La narrativa puede unir a la astrología y la política, aunque no falten a quienes les parezcan mundos muy diferentes. Sus personajes y situaciones nos regalan parábolas que nos ayudan a decidir en los actos minúsculos y también en los de mayor significado, como el que los cubanos asistiremos este 27 de noviembre.
A un ejercicio ciudadano como el de este domingo de elecciones municipales en el país no se va con la ligereza entusiasta de ciertos animales en la fábula de la boda del sol. Lo ideal, lo cívicamente aconsejable y meritorio, es hacerlo a conciencia de sus implicaciones y consecuencias.
La convocatoria no puede ignorar las severas circunstancias en que se realiza la elección, como tampoco el peso que lo anterior pueda tener en las visiones que arrastran sectores de la ciudadanía sobre la eficacia o deformaciones del sistema del Poder Popular nacido de la Revolución.
Aunque existen a quien así les parece, lo que se decide en las urnas en esta jornada no es más de lo mismo, al menos no habría razón constitucional, legal o institucional para pensarlo.
Se ha subrayado poco, pero los delegados que surjan de las votaciones de hoy —o de la segunda vuelta donde sea necesario—, estarán constituyendo las primeras asambleas municipales luego del profundo replanteo sistémico de la estructura del Estado y del Gobierno aprobado en la segunda Constitución del período socialista.
Tampoco se exaltó tanto, aunque no deberían ser esas asambleas clones de las anteriores, en base a ese mismo replanteo, como también por el avance hacia una sociedad menos verticalista y más horizontal, en la que cambia radicalmente el papel y las atribuciones de las municipalidades.
Ahora mismo podríamos interrogarnos como sociedad cuántas lastimaduras, extendidas inexplicablemente en el tiempo, de las que nos resultaron tan costosas en fechas recientes, nos hubiéramos ahorrado con una base de poder más sensible, autónoma y sólida.
Si algo debe despejarse claramente en lo adelante es esa visión no pocas veces lastimera y de sufriente tramitador de los delegados, por una que los ubique en su verdadera posición y jerarquía.
Si la Asamblea Nacional del Poder Popular es el máximo órgano del poder del Estado en Cuba, las asambleas municipales lo son en su demarcación. Lo que estamos eligiendo este domingo es un poder, que hay que ejercer en base a las atribuciones que le fueron legalmente conferidas, despojándola de las formalizaciones, las subestimaciones o la burocratización que dañaron, en otros momentos, su reconocimiento y autoridad social.
A los puestos del Poder Popular en Cuba —como manifestamos cuando comenzaba a nacer la nueva estructura de poder revolucionario en el país— no somos elegidos para «portarnos bien», sino para ejercer un mandato, que nos confía el pueblo con su voto, y que debemos honrar con aptitud decorosa y honorable; y también con eso que en sicología social se denomina la «actitud» política. Se es elegido, además de para representar, para mandar.
Usando una palabra de moda en las «pasarelas políticas» actuales, y que asustaba a algunos entre nosotros, podría decirse que, tanto los delegados como las asambleas, tienen que «empoderarse».
Solo tras lograr lo anterior entenderemos que de la última Constitución surgió una mejor definición de poderes, que acentúa los contrapesos políticos, como llamamos la atención en otro comentario, en un período en que se profundiza la paulatina sustitución de las figuras históricas en el liderazgo y toman las riendas personalidades más jóvenes, que no acumularon la autoridad que ofreció la participación en la lucha antibatistiana.
Ese equilibrio y diversidad de poderes —destacábamos—, bien administrados, pueden favorecer una mejor proporcionalidad, ecuanimidad, armonía y balanza en la toma de decisiones, y a la larga cimentar la fortaleza e irreversibilidad del sistema institucional revolucionario.
No es un dato menor, adicionalmente, que hasta la mitad de los escaños en el Parlamento nacional, cuando se constituya en su próxima legislatura, lo ocuparán muchos de los que salgan electos hoy.
Al Estado socialista de derecho y de justicia social que escogimos como camino le urge la expansión de una profunda y esencial conciencia y responsabilidad cívica y un ciudadano formado para practicarla, ejercerla y defenderla.
Así sí sería la de este domingo, metafóricamente, como una verdadera boda del sol, por esencial, ardiente e iluminadora de una renovada democracia socialista.