Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De profeta a símbolo agigantado

Autor:

Santiago Jerez Mustelier

A Fidel lo quisieron muerto en vida y, después de partir a la inmortalidad, aún hay quien se empeña en ultimarlo. Porque los hombres como él, con tanto ejemplo sembrado e ideas desparramadas por doquier, se convierten en símbolos, traspasan los cuadros fotográficos, los anaqueles y los homenajes habituales, para transformarse en la causa redentora, la resistencia empecinada y el soberano propósito de existir de un país.

Por eso intentan negarlo, apagar la llama de justicia que encendió entre los humildes de la tierra. Por eso siguen vaticinando el declive de una Cuba sin él, porque solo los ilusos pueden pensar que Fidel no está presente en cada obra de amor y entrega que emprende la Revolución.

Aquel domingo del pasado julio, que nos dejó lecciones, vi su rostro repetido en carteles que empuñaban muchos
cubanos, como si tenerlo cerca nos diera fuerzas, firmeza. En medio del ir y venir de consignas, una mujer se preguntó por qué seguíamos mencionando a Fidel; «déjenlo descansar», espetó. Solo atiné a decirle en calma: «¡Fidel está vivo!» ¿Acaso los guerreros de su estirpe descansan?

Fidel vive porque todavía creemos en la igualdad y la libertad plena, en los principios, la ética, los valores, el esfuerzo, la modestia, el desinterés y el altruismo… porque todavía defendemos la solidaridad, la independencia y los sueños de justicia, porque en nosotros aún habitan la utopía y las ansias de ir por más socialismo, de alcanzar toda la dignidad posible para los seres humanos.

No hay peor ciego que el que no haya visto a Fidel en el referendo y aprobación de la Constitución de la República, en la incansable hazaña de nuestros científicos al lograr las vacunas contra la COVID-19, en la entrega del personal médico para vencer la pandemia o en la reanimación de la vida en los barrios, o en las cada vez más pujantes movilizaciones y campañas de rechazo al bloqueo crispado.

También en los diálogos con artistas, intelectuales, jóvenes y profesionales de distintos sectores; en las muestras recíprocas de hermandad entre nuestra nación y con otros territorios; en las victorias de las fuerzas progresistas en la región; en el retorno de nuestros niños, sanos y salvos, a las aulas, y en la derrota que se le propina a cada plan anexionista e injerencista del imperio y sus cómplices.

La mística y el legado de Fidel se engrandecen ante cada acto de perfeccionar nuestro proyecto, cuya brújula ha de seguir siendo la justicia y la posibilidad de ir por más derechos para todos. Es por ello que Fidel representa el «chaleco moral» de la Revolución.

Él mismo dijo el 17 de noviembre de 2005: «resulta asombroso que, a pesar de la diferencia entre los seres humanos, puedan ser uno en un momento (…) y solo pueden ser millones a través de las ideas. Nadie siguió a la Revolución por culto a nadie o por simpatías personales de nadie. Cuando un pueblo llega a la misma disposición de sacrificio que cualquiera de aquellos que con lealtad y sinceridad traten de dirigirlo y traten de conducirlos hacia un destino, eso solo es posible a través de principios, a través de ideas».

Por cultivar su pensamiento, coherencia y esa virtud de seguir siendo rebelde, de interpelarse, de hallar respuestas, se convirtió en un símbolo de vida, sin el que ya difícilmente nos podamos concebir como pueblo. No es que estemos a su sombra, es que nos acompaña su luz.

Si con la plaza rebosada alguien nos volviese a preguntar ¿dónde está Fidel?, respondamos con aquella cita de su más grande referente, Martí: «La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida».

 

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.