Una de las ilustraciones que más me han gustado en estos tiempos muestra a un ser humano sentado sobre una silla y encerrado en una celda. La propuesta gráfica presenta al prisionero hundido en su teléfono móvil, mientras a solo centímetros de sí una pared muestra un almanaque en el cual se han ido tachando los meses vividos durante 2020.
Admiro ese poder de síntesis capaz de recordarnos algo tan serio: con la libertad herida por cuenta de la COVID-19, encerrados y hasta ensimismados, nos sumergimos en universos virtuales donde corremos el riesgo de que la información nos anestesie, nos enajene, nos haga víctimas o victimarios de guerras y hasta de muertes binarias.
Así, soñando con ser nuevamente plenos en la realidad «real», vemos pasar el tiempo, y hasta miramos esperanzados lo que va quedando de un año que sabe muy amargo. Nos ponemos a buscar buenas noticias en medio de un maremágnum que nos tira de un lado a otro y nos recuerda que fuera de nuestros límites geográficos tal vez estaríamos más solitarios y desprotegidos.
A estas alturas del carcelero 2020, pocos temas entusiasman tanto como la historia de la vacuna en la cual nuestros científicos trabajan a sabiendas de que esa será la solución real para el nuevo coronavirus que no vemos y que contagia de un modo que nos ha quitado el sueño y hasta un poco de cordura —que levante la mano quien, mientras se amarra una mascarilla, no se ha dicho a sí mismo: ¿Y este absurdo del rostro medio oculto qué cosa es?—.
A mí me embelesan las explicaciones tan sencillas que los científicos han sabido darnos de un tema tan complejo como la creación de una vacuna. Creo haber entendido que el producto que todos esperan logrará poner en alerta a la célula humana, le dará señales que la hagan ponerse en guardia para impedir la entrada de un virus que, de tan perverso y tramposo, suele esconder sus llaves de entrada para que el organismo receptor no perciba amenazas, no levante murallas inmunológicas. Me encanta haber escuchado que la vacuna devela las llaves del enemigo, deja ver cómo el peligro acecha; y así es como se disparan las alarmas y defensas de un organismo que en la hora actual se contagia fácilmente y que, como en una suerte de ruleta rusa, desemboca en una llovizna asintomática, o en un diluvio fulminante que cuesta la vida.
Me asombra cómo nuestros científicos, en una carrera por la vida, sin reparar en desgastes y en una puja con el tiempo que parece de ciencia-ficción, hayan convertido los días en horas; y cómo ellos hablan, naturalmente, de blindar amorosamente a 11 millones de personas. Van incluso más allá: afirman que en la hora hermosa de poder inmunizar, nuestros hermanos pobres del mundo también podrán contar con nosotros.
He afirmado hace algún tiempo que así como sabemos hacer los más ricos caramelos, los jugos más dulces, las mejores melodías y danzas, y un universo de cosas intensas y eficaces, la vacuna contra la COVID-19 será excelente: a nuestra imagen y semejanza, fruto de la inteligencia, de los equilibrios que sí sabemos tener cuando queremos, y del talento insular.
En tales circunstancias no sería atinado ni justo pensar que los sueños, sueños son; o que soñar no cuesta… Porque tener científicos que se imaginan el día del triunfo mientras trabajan sin descanso no es privilegio que cayó del cielo: Hace muchos años la Revolución apostó por la ciencia y ni siquiera en los momentos más duros del siglo XX renunció a ese camino. A pesar de cercos enemigos, de crisis mundiales y de todo tipo de carencias, Cuba invirtió tiempo, recursos financieros y todo tipo de empeños en cultivar un pensamiento que hoy da frutos y que nos hará vencedores frente a un problema cuya envergadura es inédita para la civilización.
Mientras todavía 2020 se demora en partir, nos quedan por delante momentos difíciles y costosos —de distribuir a cuenta gotas panes y peces, de prevenir o de salvar a quienes sean alcanzados por la enfermedad, de seguir aprendiendo a pesar de todo confinamiento.
Viendo el paisaje a través de un cristal claro, podemos decir que esta saga de la gran incertidumbre —que para nosotros comenzó marcadamente en marzo—, ha decantado falsedades como la amistad que no era o el amor insincero; y ha puesto a prueba una de las virtudes que más admiro por hacer posible la ternura, el canto y los sueños del Hombre en medio de las guerras: es el hilo tal vez fino, pero de acero y salvador, que hemos dado en llamar consistencia.