Habría que encomiar su perseverancia, pero como va acompañada de tanta mala intención y propósitos viles y siniestros, carentes además del más mínimo conocimiento de lo que es Cuba y su pueblo, se gana el compasivo calificativo de iluso o embaucado —recordando a aquellos mercenarios derrotados en Playa Girón.
El senador republicano por la Florida, Marco Rubio, quiere de todas, todas, quebrar a la Revolución Cubana, «cambiar el régimen», engañar o doblegar al pueblo; y su más reciente ocurrencia fue crearse otra cuenta en Twitter para —dice él— «conectarse» directamente «con el pueblo de Cuba».
Pretende explicarnos que su único objetivo con las políticas que apoya en el Senado es «que el pueblo de Cuba pueda elegir a sus líderes», confiesa que las sanciones no inciden sobre el sector de las telecomunicaciones porque al Gobierno de Estados Unidos le interesa que los cubanos tengan acceso libre a internet y a las redes sociales —es decir a su cuenta—, que no busca dañar a los cuentapropistas, porque desea que los negocios independientes «prosperen», y que la nueva política hacia la Isla no dañe los viajes familiares.
«Al final del día le corresponde al pueblo de Cuba, no a mí o al Gobierno de Estados Unidos, decidir qué tipo de sistema económico desean. Mi único anhelo es ayudar al pueblo de Cuba a lograr una democracia real, para que las decisiones se puedan tomar a través de líderes elegidos por ellos».
En esa frase, la única verdad, la que ponemos en práctica todos los días y a toda hora: le corresponde al pueblo de Cuba decidir qué tipo de sistema económico desea y escoger a sus líderes.
Parece que no les basta con los troles, es más, saben que prácticamente casi nadie les hace caso, y se lanza al ruedo. No soy adepta a las corridas de toros, pero Marco Rubio embiste para que lo llenen de banderillas de todos los colores. Lo que ya está sucediendo.
Unos le han invitado que le cuente a la comunidad cubana en la Florida cómo por su culpa Trump tramposo y el Pompeo ordenaron que los cubanos tienen que viajar a terceros países para obtener visas y poder ver a sus familiares. Los 20 000 cubanos que esperan por el parole de reunificación familiar le exigen cumplan ese acuerdo-promesa. ¿Por qué promovió la cancelación de los viajes de los cruceros a Cuba, de los permisos pueblo a pueblo, de los intercambios culturales y educacionales, cuando los emprendedores privados se beneficiaban de ellos?
Otros alertan cuán antidemocrático es que las embajadas de EE. UU., por orden de Trump el tramposo, les pidan a todo el que quiera viajar a EE. UU. las cuentas de Facebook, de Twitter, los correos electrónicos y las cuentas bancarias, y si el contenido no es del agrado del reyecito-mandatario y su séquito, cerrarles las puertas.
Las mofas son muchas para quien ni nació en Cuba, ni conoce a qué sabe y huele el Malecón de La Habana o si Padre Pico se sube en elevador o escalón por escalón. Con ellas, el gracejo criollo daría para un guion del más creativo y sandunguero teatro vernáculo cubano.
Para nosotros, el Rubio de Miami no es «ni fu, ni fa». Simplemente no cuenta, aunque aplique su programa doctrinario de «si no convenzo, confundo», algo bien difícil con los cubanos, porque, como decía un tuitero de #CubaIslaBella #CubaEsNuestra: Nos sobran las ganas de vivir, de ser felices, de ser rebeldes, impetuosos y sobre todo cubanos dignos de defender nuestra Patria.
Por cierto, me gustó aquel que dejaba caer: «¿Será que se les está poniendo la cosa mala en la Florida para las elecciones 2020?».
Sin embargo, reconozco que tendrá sus «retuiteros» —para eso les pagan—, pero ni un ápice de acompañamiento entre quienes a diario decimos #SomosCuba #SomosContinuidad, una confesión de fe que no procede de nómina alguna, la dicta la razón y el corazón de cada uno que sigue a un país, a un pueblo, y a una Revolución.