Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Trump no ha leído a Lincoln

Autor:

Luis Hernández Serrano

Seguramente Donald Trump no ha leído la historia de Abraham Lincoln, y no debe saber que este, para poder asistir a la toma de posesión como Presidente de su país, tuvo que pedir dinero prestado.

Sin embargo, el señor Trump sí sabe que para él estar en la lista de candidatos a la presidencia de Estados Unidos, como los últimos presidentes de la Unión, ha tenido que poseer o reunir una fortuna personal superior a los 400 o 450 millones de dólares.

Tampoco debe conocer que cuando el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, visitó ese país por primera vez luego del triunfo revolucionario, acudió ante la estatua de Lincoln, se quitó la gorra, se paró en atención y lo saludó solemnemente, como se saluda a un gran hombre, a un prominente personaje histórico, a un gran familiar o a un inolvidable amigo.

Tal vez Trump se haya enterado alguna vez del cariño que los negros esclavos estadounidenses le tenían a Lincoln. No obstante, suponemos que —de haberlo sabido algún día— hace años lo ha olvidado.

Habría, por tanto, que recordarle —y de eso no sería capaz de decirle nada su «halaleva» Marcos Rubio—, que en la época juvenil de Lincoln (decimosexto presidente norteamericano) se calculaba una cifra superior a los 300 000 esclavos estadounidenses, repartidos entre 10 000 propietarios, traídos amarrados en contingentes desde Virginia o Carolina del Sur, donde florecía el comercio de esclavos.

Ignora Trump que con bastante frecuencia se daba el increíble caso de que un propietario blanco vendía en el Sur a su propio hermano, engendrado por su padre común con una joven negra esclava.

Claro que ni Trump ni sus más reaccionarios «asesores» saben que Lincoln brilla en la historia de la Unión por su limpia lucha electoral de hombre pobre que sudaba la camisa. En un memorable momento en que lo convencieron para ser candidato a la presidencia de la nación, confesó que era «demasiado pobre para tener un coche propio».

Igualmente Trump y su guerrerista agrupación de secuaces imperialistas no conocen que solo George Washington se equipararía al ciento por ciento a Lincoln en la pureza y seriedad de sus conductas electorales.

«Nadie me inducirá nunca a votar por una cosa que considere falsa o impura para poder conseguir con ese voto algo que considere justo», fue una de sus declaraciones públicas en época de elecciones en Estados Unidos.

No saben los politiqueros imperiales más allegados al multimillonario Trump —ni él mismo— que Abraham Lincoln a los 28 años cabalgaba honradamente hacia una nueva vida, montado en un rocín prestado, con solo siete dólares en el bolsillo, deudas por más de mil y a punto de contraer matrimonio.

Aquel joven (del cual siempre tendrá que pensarse cuando decimos que el pueblo norteamericano no es el culpable del asedio imperial contra Cuba, ni de las agresiones a Venezuela,) cuando tenía solo 16 años, medía seis pies y cuatro pulgadas de estatura, y ni se sabe cuántos kilómetros o millas de estatura moral.

Algo recalcó Lincoln cuando era solo un simple leñador en los bosques de la Unión, que pudiera argumentarse por estos días ante la voracidad de la Casa Blanca, de Pompeo o de Bolton: «Si algún peligro amenaza a Estados Unidos hoy es un peligro interior».

Los esclavos negros lo veían como su defensor y amigo. Lincoln se había ganado el amor de sus vecinos porque decía, y cumplía con su conducta cotidiana, afirmaciones como esta: «Soy el primero en desear ver las pruebas de que la Naturaleza ha conferido a nuestros hermanos negros los mismos talentos que a nuestros hermanos blancos».

Y dijo —divulgado de boca en boca de los mismos esclavos— algo tan inefable como esto: «Soy el hombre más infeliz del mundo. Y si mis sufrimientos se repartieran a partes iguales entre todas las personas del planeta, no se vería sobre la Tierra un solo rostro alegre».

No obstante a Lincoln jamás la vanidad le nubló la vista, ni su condición de político respetado y admirado se le fue para la cabeza; de ahí que confesara también públicamente durante su primer mandato: «Todavía no he hecho nada que hable a los hombres de mi esfuerzo, y el objeto principal de mi vida no es otro que hacer que mis semejantes asocien mi nombre a los intereses de toda la humanidad».

Entre las ideas expresadas por Lincoln, que Trump, sus cómplices y sus «guatacas» ignoran totalmente, figura este ejemplo puesto en una discusión: «Un hombre minero extrae carbón por 70 centavos diarios, mientras el Presidente extrae abstracciones por 70 dólares diarios».

Y el mismo Lincoln reflexionó en aquella coyuntura histórica sobre esta idea: «La regla verdadera para determinar si se debe aceptar o rechazar una cosa, un concepto, una actuación, una decisión o un hecho, no es ver si implica algo malo, sino considerar sobre todo si su contenido real es más bueno que malo».

El autor de la biografía de Lincoln que consultamos para redactar estas líneas dijo que lo asesinaron un viernes santo, como a un profeta. Y que fueron precisamente los nobles negros esclavos quienes más amargamente lloraron a su libertador.

Fuente: Lincoln, de Emil Ludwig, Editorial Juventud S. A., Barcelona, España, 1949. Traducción de Ricardo Baeza

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