Esto no quiere decir nada, o quizá quiere decir mucho. El nombre «Donald» bajó 39 escalones en la lista de los más populares para nombrar a los bebes estadounidenses, según dio a conocer la Administración de Seguridad Social de EE. UU.
The Hill publicó que en el año 2017 ocupaba el puesto 487 y en 2018 descendió al 526, cuando solo 533 varones nacidos fueron llamados Donald.
El pico de ese apelativo en la lista de los más populares fue en el año 1934. Entonces ocupó el número seis en el curioso registro. Esto no lo sé a ciencia cierta, pero es probable que sí, que la notoriedad la alcanzara entonces porque fue la primera aparición del Pato Donald (Donald Duck) el 9 de junio de 1934, en el filme de animación Sinfonías tontas y La Gallinita Sabia, de la Walt Disney Production, creado por el animador y director de cine Dick Lundy: un pato blanco, antropomórfico, de ojos azules, pico, piernas y pies anaranjados, según la descripción que hace la Wikipedia, y cuya apariencia sigue siendo la misma.
Donald fue disminuyendo en el registro de los favoritos, es decir el nombre, y solo remontó en 1980, cuando llegó al número 53, al recibir 6 200 niños ese patronímico. Traté de buscar alguna razón en particular, pero no la he encontrado.
Pero a partir de ahí, el nombre —que es de origen gaélico (Domhnall) y cuyo significado es nada más y nada menos que «gobernante del mundo»—, una vez más cayó en picada.
Sin embargo, entre 2016 y 2017 logró una remontada, sin que quede claro si esto se debió a que el apellidado Trump había sido electo presidente de Estados Unidos, pero ni remotamente se acercaba al auge de cuando Donald Duck.
Liam, Noah, William, James, Oliver, Benjamin, Elijah, Lucas, Mason y Logan, fueron los nombres masculinos más empleados por los estadounidenses para sus bebés nacidos en 2018, y con el bajón del nombre escocés, es también inseguro si acompañaba a una disminución de la popularidad del mandatario.
Podemos preguntarnos: ¿se parecen las personas al significado de sus nombres? Visto a distancia, aquel Donald de los muñequitos, como les llamamos en Cuba, al cual siguen dibujando de igual manera, también sigue teniendo la misma personalidad: es presumido, tiene un temperamento ardiente, vive las cosas con practicidad y alegría, pero cuando le salen mal, monta en cólera, se enfada, grita, amenaza, se le va la cabeza y termina perdiendo en no pocas competiciones…
Cualquier similitud es pura coincidencia, respecto a «The Donald», que así es el apodo de 45to. Presidente de EE. UU., diría cualquier filme hollywoodense.
Lo cierto es que a The Donald se le han ido acentuando rasgos muy marcados que hacen esa semejanza y mucho más, aunque recuerdo que se le sugirió a los sicólogos estadounidenses no hacer una caracterización del personaje, cuyo ascenso a la Casa Blanca había sorprendido a casi todo el mundo.
Sin embargo, no hay que haber estudiado mucho para entender que el significado de su nombre lo tiene bien asimilado: «gobernante del mundo», y no hay decisión que tome que no pase por esa visión.
La ostentación de su riqueza personal y la del país que gobierna es más que evidente, y la une a la creencia de que él tiene la mayor ascendencia e importancia para ejercer el poder. Vamos que prácticamente se cree Dios o al menos su hombre en la Tierra. A ello lo lleva su idea de grandeza que compagina, además, con el mito de la «excepcionalidad» de Estados Unidos.
Autoritario, prepotente, arrogante, grosero e iracundo a más no poder, de ello podrían hablar los de su entorno que han sido despedidos o decidieron «renunciar» a estar en su cohorte por no ser, o para no ser, uno entre los manipulados —y vaya que sí sabe cómo manejar a multitudes, y hasta a líderes de otras naciones, incluidas aquellas que están en la lista de los principales socios de Estados Unidos. Para los de a pie quedan sus pronunciamientos y decisiones racistas, misóginas y xenófobas.
Entonces, ¿se embulla usted a ponerle Donald a su niño?