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El alazán del cambio, ¿a trote o galope?

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

El play off pone de moda a los Alazanes, mientras otra serie, no menos apasionante, nos aguijonea el ansia de otros triunfos nada beisboleros que, como en aquella adivinanza aprendida en la niñez, resulta que en algunos casos «mientras más cerca parecen estar más lejos».

La cuenta de la actualización económica cubana empieza a llegar al punto en que se le miden —y se le piden— mayores resultados. El «tiempo» comienza a configurarse en una categoría más punzante en la medición de ese proceso que, al hacer un paralelo con los populares Alazanes, unos quisieran a trote, otros de marcha, y no faltan quienes lo lanzarían a galope, aunque crezca el peligro de desbocarse.

No podemos olvidar que más de 20 años de crisis continuada, y entre tantas necesidades por satisfacer, incubó entre nosotros una sicología de la urgencia, con su difícil secuela de derivaciones o desmotivaciones.

Los análisis y decisiones de la última sesión del Parlamento fueron reveladores de que en diversos aspectos proyectados en la transformación campean las dilaciones, al amparo del burocratismo y de esa sombra paralizante que Raúl ha definido como la «vieja mentalidad», más allá de los graves impedimentos externos que confluyen sobre nuestro proyecto de país.

Los casos más renombrados en los debates del legislativo fueron la renovada extensión del experimento que sobre el Poder Popular se realiza en las provincias de Artemisa y Mayabeque, y los obstáculos que se interponen al despegue de la inversión extranjera.

En este último tema Raúl ha reconocido que no estamos satisfechos, porque han sido frecuentes las dilaciones excesivas del proceso negociador, y consideró que para avanzar resueltamente debemos despojarnos de falsos temores hacia el capital externo.

Lo que está claro es que el proyecto de mejoramiento de la sociedad cubana se debate entre dos velocidades: una es la forma en que debe caer el pie sobre el acelerador de las decisiones estratégicas, y otra diferente sobre las que pudieran considerarse esencialmente tácticas. Esa sería la forma de darle verdadero sentido y justa dimensión al tiempo político de la actualización, expresamente declarado: «sin prisa, pero sin pausa».

Lo lamentable sería que la burocracia, que no es solo una sobredosis de funcionarios, burós y papeles, sino una mentalidad, nos haga perder de vista el objetivo y la esencia de las transformaciones.

Tal vez para algunos, por ejemplo, los experimentos se convirtieron en un fin en sí mismos, cuando en realidad esa opción de prueba y error, establecida con sabiduría y prudencia, pretende conducir más certera y expeditamente la actualización hacia los profundos y delicados cambios estructurales y sintonizar el proyecto socialista del país con las nuevas circunstancias nacionales y mundiales.

Ya sabemos, porque lo remarcó Fidel, que el error más grave, entre todos los de idealismo cometidos por los revolucionarios cubanos, fue el de haber creído que alguien sabía cómo se construía el socialismo. Así que los experimentos, y su naturaleza experimentadora de prueba y error, son como la estrella polar en la inmensidad de ese camino hacia lo ignoto que nos hemos proyectado con la opción socialista, como reconoce Raúl.

Tal vez una de las sincronías más complejas se ubicará entre la urgencia de algunos de los cambios propuestos y el avance del cambio mismo. Lo que ocurre con la inversión extranjera y los experimentos de Artemisa y Mayabeque es sintomático, por su carácter perentorio.

Descubrimos el agua tibia al remarcar, como lo han hecho políticos y entendidos, que un despegue en propiedad de la economía nacional requiere de ritmos de crecimiento sostenidos superiores al cinco por ciento, algo absolutamente imposible, en las actuales condiciones, sin la participación creciente del capital foráneo. Sería un grave error desperdiciar el inusitado interés por Cuba que se despertó en el último tiempo.

Aunque en otro ámbito, lo que se indaga en Artemisa y Mayabeque es igualmente sustantivo, sobre todo al considerar que el sistema del Poder Popular, base de la estructura democrática y del poder político socialista cubano, fue de los que sufrió mayor desgaste en todo este extendido período de resistencia, como lo revelan, incluso, importantes indagaciones sociales.

Pensar en estos temas me recordó una visión del ejercicio político de Fidel, que no podemos perder de vista al evaluar el tiempo como una categoría central de los cambios. En entrevista a nuestro diario, la reverenda Miriam Ofelia Ortega Suárez, diputada a la Asamblea Nacional, recordaba que así siempre fue Fidel: «escuchaba, trataba de comprender y realizaba acciones rápidas, sorprendentes y únicas».

Hermosa e irrenunciable manera de hacer que la Revolución no deje de ser revolucionaria. Repito, a riesgo de ser mal juzgado, no podemos olvidar que, como legó William Shakespeare, tan a destiempo llega el que va demasiado deprisa como el que se retrasa demasiado. Para la medida de un proverbio chino, una pulgada de tiempo es una pulgada de oro.

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