Ya no se mira frente al espejo en busca de lo que no tiene. Se sabe bella como el resto de las mujeres. Parece una princesa de Nigeria no solo por su color de piel, sino por la fortaleza de su espíritu.
La vida le ha hecho algunas «jugarretas», pero Lucía Gran Rodríguez las ha encarado con dignidad. Luchar ha sido su principal divisa. Una vez se sintió perdida, mas logró levantarse y desde entonces asegura que está firme como un roble.
Fomento, su terruño natal, conoce muy bien a Mamita —como la bautizó la abuela—, la ex jugadora de baloncesto, la subdirectora del combinado deportivo de la localidad… Pero no solo por esas características, sino porque actualmente es la coordinadora del grupo de mujeres de ese territorio que se han sometido a una mastectomía.
Nadie hubiera avizorado que aceptaría tan noble responsabilidad, y probablemente ni ella misma hubiese vislumbrado que, de ese modo, le iba a robar al tiempo todo lo que este le había quitado.
El año 2010 marcó un antes y un después en su vida. Llegó la noticia no deseada. Vestirse de verde. Entrar al quirófano. Despertar diferente. Aprender a vivir así. Enfrentar la quimio, los sueros, las vacunas…
Luego llegó otro golpe. Despidió para siempre a su único hijo. Las fuerzas menguaron. Nada parecía ya tener sentido. Sin su sonrisa, ¿qué podría valer la pena?
Pero el paso del tiempo obró como una suerte de cura y Mamita poco a poco se levantó. El resto de la familia, los amigos inamovibles y los que aparecieron en el camino le dieron las manos, el corazón, el aire necesario…
Un año después tocaron a su puerta con la propuesta de unificar a féminas que, al igual que ella, conocían de los avatares de quienes luchan contra el cáncer. El sí no se hizo esperar.
¿Dudas? Muchísimas. Quizá el asunto era cosa de locos, pero las vivencias que llegaron después se encargaron de negar esa primera impresión. Junto a las federadas de la localidad montañosa, Mamita recorrió todas las viviendas. Comenzó su labor con diez y hoy suman casi 30, que ya miran su entorno de forma diferente.
Las lágrimas, los sollozos tras la narración de cada historia de vida matizaron los primeros encuentros. La depresión y el encierro en sí mismas eran mucho más fuertes. Ahora el grupo Sueño sonríe, recuperado.
Atrás quedaron las tristezas de Bertha, Lázara, Elena... Sobreponerse resulta el principal tratamiento. Quienes no pueden llegarse hasta la sede de intercambio son visitadas. Ninguna mujer mastectomizada dejará de recibir el apoyo y el amor de quienes conocen sobre ese «mal».
Y hasta las que no, también. Ellas realizan labores de promoción, enseñan la importancia del autoexamen de mamas y cuán imprescindible es acudir al especialista más cercano ante cualquier anomalía.
Mamita o Lucía está orgullosa de cuanto ha hecho. De seguro aún le queda mucho trecho por andar. Ahora se quiere bien porque se sabe pilar de quienes, junto a ella, ansían otro mañana. Sus pasos son un modo de concebir alegrías allí donde la vida tanta tristeza colocó, por eso es musa perfecta para aquellos que no apuestan por luchar.