Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Maestro y la pregunta

Autor:

Enrique Milanés León

Un viejito —me avisan— pregunta por mí a la entrada del periódico. Voy a verlo: es Tomás. Recién publiqué un trabajo sobre la Escuela Vocacional de Camagüey mezclando recuerdos de mi paso por allí con orgullo por la entrada de mi niño, y Tomás va a verme, encorvadito y altivo, porque dice tener una duda.

Tomás fue el segundo en la lista de profesores de la Vocacional de inicios de los 80 que mencioné en mi crónica. Delante del suyo, solo escribí un nombre: Erlinda. Erlinda y Tomás, los profesores más veteranos de entonces, siempre honrados, siempre honrosos, siempre sencillos y humanos. En las fechas hondas, ambos vestían impecable dignidad florecida en sus medallas.

—Erlinda murió, y también Mariano, pero los otros están vivos —me explica en lo que añade detalles de algunos de ellos.

Antes de que la pena se pose en el sofá, aquel anciano que nunca me dio clases, pero que jamás me negó ejemplo, me pregunta con cara de niño de dónde saqué los datos: «Es la vida en mi cabeza; no hizo falta preguntar», le explico.

Entonces, a sus ojos vuelve la chispa del maestro y sonríe, por un instante sonríe y su rostro adquiere esa luz que no debiera faltar nunca en las personas que han enseñado, pero que en su cara no sugiere permanencia.

Parece que mi estampa alumbró pedazos entrañables en biografías ligadas a nuestra escuela. Como si ejecutara el regreso del padre pródigo, Tomás me reveló que había cumplido 88 años, que vivía en la calle San Esteban, que allí tengo mi casa…

Al ratico el anciano anuncia su marcha: lo acompaño a la puerta y sostengo con celo de cirujano su espalda arqueada bajo la camisa.

El viejo Tomás me contagió su soplo de emoción y por puro milagro escapé al mimetismo de dos lágrimas que quisieron asomar de sus ojos solo para conocerme. Le di un abrazo de fortísima mesura y lo vi marcharse calle arriba por la rota acera de Cisneros mientras me dejaba la única pregunta mala que le he escuchado:

—Vine porque quería saber cómo era posible que un alumno se acordara de mí.

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