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Salvar al planeta, desde América Latina y el Caribe

Autor:

Armando Hart Dávalos

Por primera vez en la dilatada historia del hombre, existe el peligro real de que nuestra especie no pueda sobrevivir a causa de una catástrofe ecológica de enormes proporciones, o de guerras devastadoras que rompan el equilibrio, cada vez más precario, que hace posible la vida sobre el planeta Tierra.

Nadie queda excluido de este gran problema. Tenemos, pues, que hacer un esfuerzo por cooperar desde diferentes ideologías o credos para salvar a la familia humana, incluyendo a las demás especies que nos acompañan en el planeta.

En recientes Reflexiones, Fidel nos recordaba los grandes desafíos que enfrenta la humanidad y refería que «la vida inteligente surgió en nuestro planeta hace alrededor de doscientos mil años, salvo nuevos hallazgos que demuestren otra cosa».

Advertía, sin embargo, «no confundir la existencia de vida inteligente con la existencia de la vida que, desde sus formas elementales en nuestro sistema solar, surgió hace millones de años».

En la actualidad, estamos obligados a desarrollar acciones en un mundo afectado por la profunda crisis del sistema capitalista y de los fundamentos de la moderna civilización que este dice defender.

Esa crisis tiene un carácter civilizacional y abarca a todas las esferas de la sociedad. Uno de sus aspectos más dramáticos lo es, sin duda, la crisis económica que afecta a buena parte de las principales economías capitalistas. Lo que comenzó en el plano financiero ha hecho metástasis en la economía real, con un alto costo para los que menos tienen. Las guerras de agresión y los focos de tensión, como en el caso de la península coreana, forman parte de una maquinaria de guerra en marcha la cual constituye una grave amenaza para la supervivencia del hombre.

Son ellos signos evidentes de los conflictos que viene generando un sistema irracional que provoca el calentamiento global, el deshielo de los polos, la desertificación y el agotamiento del petróleo y del agua, haciendo depender la supervivencia del capitalismo de la destrucción del planeta.

La lucha por la paz y los esfuerzos por sumar a ella al mayor número de hombres y mujeres de todo el mundo se ha convertido en una tarea de primer orden.

Es un reto que concierne a todo ser humano —cualquiera que sea su raza, edad, sexo, ideología o creencia religiosa— y lo impele a que haga uso de su «facultad de asociarse» —como dijo José Martí—; para que nos unamos y pasemos a la acción a fin de salvar la humanidad de esa catástrofe irreversible y abramos el camino a soluciones sensatas que propicien un mundo mejor en el que el bienestar, la justicia social y equidad tengan un verdadero alcance universal.

Solo con una visión integradora, de dimensión mundial, podrán enfrentarse con éxito los dramáticos desafíos que tiene ante sí el mundo en su conjunto, y América Latina y el Caribe es la región más propicia para hacerlo en la actualidad. No hay otra en el mundo con mayores posibilidades para contribuir a ese objetivo.

Hoy más que nunca antes está vigente aquella idea martiana expuesta en el visionario ensayo Nuestra América: «Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas».

Es la autoctonía de las soluciones que necesitan los pueblos y que constituye el fundamento del socialismo del siglo XXI. América Latina y el Caribe cuentan con una tradición patriótica e intelectual que se expresa en sus próceres y pensadores, y que con su acento utópico —entendido no como algo irreal sino posible hacia el futuro— y su vocación hacia la integración puede aportar los elementos filosóficos que necesita el siglo XXI. Es decir, la continuidad en nuestra centuria del pensamiento bolivariano y martiano.

Para ello, desterremos definitivamente los ismos que debilitan la actividad creadora del hombre y consideremos a los sabios—llámese Aristóteles, Newton, Marx, Einstein o Che Guevara— no como dioses que todo lo resolvieron adecuadamente sino como gigantes, que descubrieron verdades esenciales que son puntos de partida para descubrir otras verdades que ellos, en su tiempo, no podían encontrar. Tomemos, con espíritu ecuménico, lo mejor de todos los pensadores que han exaltado el humanismo y la utopía universal del hombre y levantemos, frente al materialismo vulgar y ramplón, los valores éticos que necesita la humanidad.

En el estudio del pensamiento de Bolívar, Martí, Fidel y Chávez podremos encontrar las claves que necesitamos para enfrentar con éxito los colosales desafíos que tenemos por delante en estos momentos.

Esos análisis nos permitirán encontrar fórmulas que ayuden a salvar a la humanidad de su posible extinción. Añadimos las siguientes observaciones: es preciso diferenciar y relacionar lo que venimos planteando de manera radical y a la vez armoniosa. El radicalismo sin armonía nos lleva a un extremismo infecundo, y la armonía sin radicalismo nos conduce a la politiquería. Solo la conciliación de ambos factores nos puede llevar a soluciones racionales, útiles y duraderas.

Figuras como Félix Varela y José de la Luz y Caballero han alcanzado ese pensamiento radical y armonioso. Personalidades como Céspedes y Martí están en su cumbre más alta. Todos debemos aspirar a eso y luchar por alcanzarlo.

Para dar continuidad a ese pensamiento —que también fue de Julio Antonio Mella— en el VIII Congreso de la FEU, un objetivo importante consiste en llevar a las nuevas generaciones estos dos elementos: radicalidad y armonía, y hacerlo sobre fundamentos filosóficos y educativos partiendo del ideario de los próceres y pensadores de América y del más elevado pensamiento universal.

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