No hace mucho, me confesaba un compañero que su ex jefe es una persona noble e inteligente, pero que ha llegado al punto en que sus subordinados lo respetan poco y hay más de un síntoma de que la empresa se le ha ido de las manos.
Para fundamentar su punto de vista me señalaba el ejemplo de las reuniones del Consejo de Dirección, en las cuales por lo general se vuelve una y otra vez a los mismos puntos y, si se toman acuerdos, apenas se chequean y casi siempre se incumplen.
Algo similar ocurre —detallaba él— con muchas orientaciones que se quedan en una exhortación «para todos», y ante las cuales nadie se siente aludido ni rinde cuentas directamente.
El resultado final es que son frecuentes los motivos para hablar de insuficiencias «de la empresa», sin que en un sentido u otro haya posibilidad de reconocer o criticar a alguien como principal o principales responsables de las mismas.
Mi compañero aclara que, más de una vez, diferentes miembros del propio Consejo de Dirección le han señalado al gerente que se sienten insatisfechos con esa situación, y ante esta crítica siempre hay alguna respuesta explicativa, o una autocrítica que nunca pasa del discurso a una verdadera rectificación de los errores y deficiencias señaladas.
¡Cuánta insatisfacción, incertidumbre e indisciplina genera un cuadro de dirección que no fiscaliza y evalúa como es debido a sus subordinados y, a través de ellos, a cuantos laboran en una determinada organización!
Nuestro pueblo exige de quienes le dirigen un máximo de consagración, sencillez, inteligencia y dedicación a las funciones y responsabilidades que se le han asignado; pero también la adecuada orientación, control y exigencia a cada uno de los miembros de su colectivo, comenzando por quienes participan en el ejercicio de dirección.
Solo partiendo de esa base se puede reconocer y estimular a los mejores, y al propio tiempo, criticar, señalar y hasta sancionar a quienes incumplen, si fuera necesario.
Mi amigo, finalmente, abandonó la empresa en cuestión y ahora trabaja en otra, donde se siente más a gusto a pesar de que percibe menor remuneración.
Algo me hace pensar, sin embargo, que ese no puede ser el camino: así perdió el trabajador, que no halló realización ni retribución adecuadas en una esfera en que pudo ser útil, y también la empresa, que extravió la oportunidad de formar a un trabajador más calificado, capaz de entregarle su tiempo y energía… La superioridad del socialismo como sistema social, en su base económica —que es decisiva—, se demuestra en primera y última instancia por la eficiencia de su gestión empresarial. Y ella depende en gran medida del cerebro, el corazón y las manos de quienes la conducen.
Comencemos entonces por controlar y evaluar con mayor rigor el desempeño de los cuadros, y el modo en que estos educan y exigen a sus colaboradores. De una verdad más que comprobada se ha de partir: ¡sin control, no hay mando ni dirección posible!