Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La raya de la vida

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

¡Dale, Danielito, apúrate… pa’ que nos dé tiempo!, le dice la madre a su hijo mientras le toma la mano y se lanzan a cruzar la avenida 23 para llegar hasta Coppelia, segundos antes de que el semáforo de la calle L cambiara su luz roja por la verde.

Desde mi quieta posición observaba a Danielito y a su mamá ahí, justo en el medio de esa raya que podría en este caso marcar mucho más que el límite entre dos vías. Podría marcar el límite de dos vidas.

Esperaban «un chance» para terminar de cruzar, y cuando pudieron hacerlo al fin, se unieron al grupo de personas que esperaba entrar a la heladería, pues afortunadamente nada les pasó.

Yo aguardé con disciplina a que apareciera el «hombrecito verde» del semáforo peatonal. También llegué sana y salva al mismo lugar, y a ellos les pedí ¡el último!

Mi mente empezó a jugar con esa última palabra y sus diferentes usos, y pensé entonces que «por poquito» el minuto anterior pudiera haber sido «el último» en la vida de Danielito y de su mamá.

No serían ellos los primeros peatones en cruzar incorrectamente la calle y ocasionar un accidente de tránsito en el que pudieran haber sido víctimas también, junto al conductor y los pasajeros. Ello pese a que es bastante popular que «más vale perder un minuto en la vida, que la vida en un minuto».

Que vivimos apurados, y que a veces pensamos que el tiempo no nos alcanza para todo lo que tenemos que hacer, es verdad. Pero también lo es que no es esa la única razón por la que, por ejemplo, no respetamos los pasos peatonales, aunque estén a unos metros de donde estamos; o por la que ignoramos las aceras y nos creemos que también llevamos una matrícula; o por la que cruzamos sin mirar a ambos lados o desafiamos el conteo regresivo de un semáforo.

¿Nos creemos acaso invencibles en la vía? ¿Será que pensamos que son los choferes los únicos responsables de lo que en ella sucede? ¿Creeremos acaso que somos dueños de la vida y de la muerte? ¿Habremos asumido que la existencia es un regalo demasiado valioso como para arriesgarlo sin sentido?

Las estadísticas alertan que no pocos han torcido el sentido de esas preguntas… Cada dos minutos muere en el mundo una persona por un accidente de tránsito, y de ellas, alrededor del 60 por ciento son peatones. En Cuba, según datos de la Dirección Nacional de Tránsito, de los 62 675 accidentes registrados en los últimos seis años, 7 849 fueron atropellos de peatones —más de 1 300 anualmente—, con un saldo de 1 267 fallecidos y 7 306 lesionados.

Una campaña de información y vigilancia se despliega en el país con el objetivo de sensibilizar y promover la reflexión de quienes transitamos por la calle lejos de un timón. Quizá ya haya visto en algún punto de la avenida 23, en la capital, o en otros con similar complejidad de circulación, móviles operativos que se dirigen a los peatones con altoparlantes, en función orientadora y educativa, reflejo del interés institucional por disminuir las cifras de accidentes y sus nefastas consecuencias. La campaña se inspira en el slogan Ni un paso en falso.

Lo que está ocurriendo en este tema nos alerta una vez más que no basta con aprobar una nueva ley, sino que hay que hacerla valer en la vida práctica del país y en la conciencia de los ciudadanos.

La Ley 109 o Código de Seguridad Vial (como también se le conoce), establece desde el artículo 144 hasta el 147 el actuar correcto de un peatón en la vía y tipifica lo contrario como una infracción que, aunque clasificada como de menor peligrosidad, es razón para la imposición de una multa. Además, el artículo 180 del Código Penal, en sus numerales 1 y 2, especifica que se puede sancionar a quien, sin ser conductor de un vehículo, sea el responsable de un accidente de tránsito.

Pero, sinceramente, no creo necesario que sea la ley, con sus regulaciones y sanciones pecuniarias, la que modifique nuestra conducta irresponsable en la vía. Basta con el amor que le tengamos a la vida, ¿no cree? Suficiente para no perderla en un minuto, aunque necesitemos ganarle tiempo al tiempo, como Danielito y su mamá.

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