El adecuado ejercicio de la crítica requiere una aguda capacidad de observación y reflexión acerca de todo lo que acontece y es objeto de ella, tanto cuando intentamos valorar a los demás, como cuando tratamos de valorarnos nosotros mismos, practicando con modestia la llamada autocrítica.
Ambas cosas —crítica y autocrítica— son necesarias si aspiramos al constante perfeccionamiento de todo lo que hacemos y proyectamos. Y, por supuesto, estamos hablando de la acción oportuna, objetiva y en el lugar y tiempo adecuados para aplicar este método.
Criticar y autocriticarnos es pues, como afirma una frase muy socorrida, derecho y deber de todos. A título personal o institucional. En público o en privado. Y algo que atañe también a nuestros medios de comunicación masiva… Un tema sin duda muy polémico entre nuestros colegas, que se extiende a toda la población.
«Con catalejo» lo hacemos, como dice metafóricamente Buena Fe, para «ver de lejos»… (la Luna, Marte, Plutón…). Mas, para observarnos mejor en casa, si queremos hacerlo en serio, tenemos que apelar a otro instrumento…
Se dice fácil, pero lo cierto es que para muchos parece realmente difícil. Para el «sinflictivo», por ejemplo, ni una cosa ni la otra. Ese no critica y mucho menos se autocritica, porque para él o ella, lo correcto es dejarlo todo como está… bajo el pretexto de que con eso «no vamos a arreglar el mundo». Por el contrario, esa persona asume que es mejor la autocomplacencia, el bombo, la apología.
Hay, sin embargo, quienes son muy aficionados a la crítica. Que por criticar, lo critican todo; con nada están conformes; todo es responsabilidad de los demás y está mal hecho. Pero al mismo tiempo son incapaces de reconocer las muchas deficiencias o insuficiencias que evidencia la propia obra. Estos suelen ser los «hipercríticos», cuyos ojos andan siempre con espejuelos oscuros, negando cualquier virtud de lo que otros hacen.
Tengo un compañero a quien considero alineado en esa modalidad y le he hecho la observación. Pero siempre me da la misma respuesta, alegando que él «no se autocritica porque de eso se encargan sus enemigos… y no hay por qué facilitarles el trabajo».
Creo honestamente que el método de la crítica purifica cuando se ejerce desde sus dos caras, hacia adentro y hacia afuera, hacia el otro y hacia nosotros mismos, hacia lo lejos y hacia lo que está ahí, ante nuestros ojos. Es decir, de manera equilibrada, observando luces y sombras, reconociendo lo bueno, si es bueno, y apuntando lo mal hecho, si es esa su condición; tratando además de ser lo más objetivo posible, y en el sitio y momento correctos.
Otra actitud siempre genera suspicacia, incomprensión, dudas acerca de las buenas o malas intenciones que tenemos para proceder de esa manera; aunque lo hagamos así con la mejor voluntad del mundo.
Para ello, si estamos de acuerdo, nos puede servir efectivamente un catalejo, en determinadas circunstancias; pero en otras, para vernos los pies, y sobre todo para observar la paja en carne propia, quizá necesitamos un microscopio…
¡Y hasta un bisturí, como diría mi abuelo!