Cada vez que tienen lugar eventos deportivos trascendentales, ríos de tinta hacen eco de atletas dopados. Lamentablemente, muchas de estas noticias son sensacionalistas, escoltadas por una gran repercusión social. Pocas veces son textos constructivos donde se analiza la génesis del problema.
Esta corriente de irracionalidad lucrativa ha eclipsado en muchas partes del mundo los valores del juego limpio, la superación personal y la igualdad de oportunidades que son característicos del mundo amateur —tan defendido en nuestro país.
Al margen de otros alicientes, como el reconocimiento social y la autoestima, los atletas pueden estar tentados por las aparentes ventajas que el dopaje les ofrece sobre los demás.
Pero doparse niega los ideales y la ética del deporte. Esa afirmación deja de ser un simple cliché si tenemos en cuenta que también su práctica puede ser perjudicial para la salud. Muchos deportistas y sus entrenadores no otean el peligro. Por eso cabría recordar este pasaje histórico:
Durante los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960, acaeció la muerte del ciclista danés Kurt Enemar Knud Jensen, campeón de Escandinavia y figura principal del cuarteto de Dinamarca.
El suceso tuvo lugar durante el primer día de competición en el recorrido de los cien kilómetros de la contrarreloj por equipos. Durante la carrera, súbitamente se sintió indispuesto y fue trasladado a un hospital. Poco tiempo después fallecía por exceso de anfetaminas y vasodilatadores. Estas sustancias le fueron suministradas por su propio entrenador.
Han pasado muchos años y hechos similares motivaron la creación de una mayor conciencia del problema y la fundación de la Agencia Mundial Antidopaje.
Sin embargo, no son solo los más de dos mil medicamentos diferentes las únicas formas de dopar. En la actualidad acechan otros peligros que hasta hace poco eran temas para ciencia ficción: Helen Thompson, en su artículo Atletas superhumanos, publicado en la revista norteamericana Nature, el 19 de julio de 2012, expone inquietantes datos.
Uno es alusivo al dopaje genético, definido como la forma de elevar el rendimiento deportivo añadiendo o modificando genes. Y es que existen mutaciones (cambios) naturales en el genoma humano, ansiado por muchos deportistas.
En el año 2004 un niño hizo titulares por tener una complexión característica de un culturista. El fenotipo era causado por un gen que facilitaba el crecimiento y la fuerza muscular. También se han reconocido otros genes que favorecen la resistencia física al elevar la magnitud de entrega de oxígeno a los tejidos.
Con los avances actuales de la terapia génica, dentro de poco va a ser posible retocar de muchas maneras el ADN de un atleta para mejorar su condición física.
También las intervenciones quirúrgicas muestran otras posibilidades para el engaño. Ya se habla del realce de las cualidades de algunas partes del cuerpo por medio de la biónica. O sobre la hipotética posibilidad de injertos de piel entre los dedos del pie para mejorar el pateo de los nadadores.
Al final podemos concluir que nunca deberán elevarse a la condición de epopeya las tantas trampas advertidas en el universo deportivo: «El fin no justifica los medios».