Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La épica del presente

Autor:

Luis Sexto

A un veterano de las guerrillas en la Sierra Maestra le oí una norma que, en cualquier circunstancia, podría ejercer como cartilla básica de la formación moral del cubano. En la guerra —dijo— repartíamos un boniato entre seis; ese era uno de los principios de nuestra ética, y por eso si alguien hubiera creído merecer las seis partes, habría renunciado a la integridad moral del revolucionario.

Ese episodio cobra actualidad. Ciertas reglas se modifican en la sociedad cubana. Y ya no se trata de distribuir un boniato, o una papa, entre seis; más bien, hace falta que las personas compren las que necesiten. Pero el medio de poder adquirir las que uno necesita es el trabajo. El trabajo para producir lo suficiente, incluso el excedente. Y el trabajo para comprar, aunque aún, sufriendo desajustes entre salarios y precios, quizá alguno tenga que comprar menos de las urgidas por el individuo o su familia.

Otros, sin embargo, tal vez compren más de lo necesario para su mesa. Pero si lo adquieren con el resultado del trabajo, por qué habremos de reprochárselo. Ya hemos confirmado que racionando y repartiendo con el signo reforzado del igualitarismo, la sociedad se inmoviliza y el ser humano se habitúa a echar las manos hacia delante, en señal de petición, en vez de ponerlas en movimiento en el espacio individual donde pueda o deba trabajar conscientemente para sí, y a la vez colaborar con la sociedad.

Esas son ideas comunes. Las he tomado del muestrario de la experiencia humana. Y por tanto me parece que el socialismo, cuyas fórmulas más certeras están por ponerse en práctica, o en algún caso, por inventarlas y comprobarlas en circunstancias concretas y no solo teóricas, no deberá oponerse, al menos en el actual estado de las fuerzas productivas, a que el que con más eficiencia, eficacia y efectividad trabaje, sea también el que más papa lleve a casa. Hace unos años, en los centros de trabajo por momentos se premiaba a los más esforzados, o a los que más aparentaban esforzarse. El esfuerzo era a veces lo primordial, aunque el producto fuera escaso o malo. Quizá pocos o ninguno de nosotros nos percatábamos de que buscábamos la perfección social mediante métodos todavía extemporáneos: nos apresurábamos suponiendo que la subjetividad podía adelantarse a las condiciones materiales de la sociedad.

Años después, Fidel calificó esa etapa de idealista. Y al recordarla no es mi propósito ajustarle cuentas al pasado. Mirar atrás para destruir lo que ya no existe, o ya no se quiere que exista, implica, a mi parecer, cazar fantasmas. Lo más sensato, y esto compone una evidencia, sería nombrar los errores del pasado y, sobre todo, identificar lo que tuvimos por acierto y hoy podría ser calificado de inconveniente. ¿Soy claro? Si lo fuera, tendría que añadir que el ayer, ese ayer aún inmediato, conserva también su vitrina de logros. Por ejemplo, los ideales de independencia y justicia social, y la ética que vincula al sujeto con la sociedad mediante una relación solidaria. Según mi modo de juzgar y sentir la historia de los últimos 50 años —y más de una vez lo he escrito—, estos valores son las más perdurables conquistas generadas y sostenidas por la Revolución y su voluntad de permanencia.

En este panorama muy general, la ética es, por su vulnerabilidad práctica, la que reclama más cuidado. Los enemigos de nuestra sociedad no son solo políticos; también existen enemigos de la ética y la moral solidarias. ¿Es verdad o insensatez afirmar que algunos de nosotros buscan armar una vida suculenta mediante técnicas ajenas al trabajo honrado? Y ese, si no evalúo astigmáticamente, es el mayor riesgo de la paz y la seguridad en nuestro país. Que la impunidad facilite vicios antisociales y también antisocialistas, y los deje prosperar como el marabú persiste aún en los campos. Por ello, el peligro demanda, en lo particular, una reflexión, un análisis agudo ante actitudes que parecen agradecer las bondades domésticas, y luego, en el rincón, con el plato en la boca, son capaces de gruñir o abalanzarse sobre quien los cría y protege, confiados en la generosidad que a veces la confianza condiciona.

¿Tengo que dilucidar la metáfora? ¿Repetir términos excesiva y dolorosamente conocidos? Juzguemos a hombres y mujeres por sus actos inequívocos. La épica de hoy no exige picar un boniato o una papa entre seis. Exige evitar a tiempo que alguien pretenda aprovecharse de todas las partes. O finja lealtad cuando sigue ahí, en un puesto, sin que nadie repare en su doblez, en su acción que confunde en vez de clarificar y retuerce leyes y normas cuando lo que necesitamos es enderezar nuestra vida. La ética es la salvaguarda de nuestra política.

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