—Mira eso, tremendo polvo está dejando atrás ese camión… ¿Adónde vamos a parar?
—Ay, María… Eso siempre es así. Recogen los escombros y cuando arranca el camión, a correr.
En efecto. Mientras el camión se alejaba, dejaba atrás una estela de gravilla y polvo. La esquina quedó recogida y las vecinas continuaron su camino. Yo me detuve.
No, no debe ser siempre así, pensé. Si realizamos grandes esfuerzos para garantizar, desde las instituciones y en la propia comunidad, la higiene de nuestros barrios y ciudades, entre otras razones porque no puede dársele tregua al Aedes aegypti, ¿qué sucede entonces en la vía?
Se destinan recursos y se emplean camiones para limpiar las calles y trasladar todo género de desechos. Sin embargo, si una parte de ellos se esparce por la vía durante el trayecto, empañamos el resto del esfuerzo institucional y hasta negamos el afán propio por crear mejores condiciones higiénicas.
Lo preocupante es que esa actitud toma cada vez mayor fuerza, y se ha convertido en denominador común de aquellos vehículos que transportan materiales de la construcción —tanto particulares como estatales—, entre estos diversos productos a granel, agua y otros, que también van dejando su sucia huella a lo largo del recorrido.
¿Quién tiene la responsabilidad?, es lo primero que pensamos. El chofer que no protege su vehículo con un tapacete —tal como dispone la Ley 109, nuestro Código de Seguridad Vial—, la empresa a la que pertenece el vehículo que no se lo exige, cada uno de nosotros que prefiere seguir su camino…
Pero en casos como estos no solo se afectan el ornato y la higiene de las ciudades, sino que también —siguiendo la categoría filosófica de que toda causa tiene su efecto— llegan a producirse otras muy lamentables situaciones, pues pueden disparar hasta la accidentalidad.
¡Exagerada!, me han dicho quienes al parecer no se percatan de que el esparcimiento de arena, líquido u otras sustancias en el asfalto puede provocar que los conductores resbalen o realicen una brusca maniobra de evasión y terminen perdiendo el control de su vehículo.
Y si el camión transporta tablas, cartón, troncos o ramas de árboles, que pueden salir «volando» a la velocidad que son trasladados, ¿me tildarán también de exagerada aquellos peatones o choferes contra los que pueden proyectarse estos objetos?
«Si la policía impusiera más multas, la gente no se descuidaría y no pasaran estas cosas», argumentan. Pero, ¿es necesario? La Ley 109 incluye en el artículo 132 numeral 4 la penalización de aquel que transporte materiales o residuos de cualquier clase sin cubrirlos con el tapacete adecuado, y desde el punto de vista legal tiene sus medidas prácticas al respecto. Pero, repito: ¿es necesario esperar por su aplicación para hacer lo correcto, para actuar con civilidad y evitar consecuencias humanas y materiales lastimosas?