Lo dicho en esta columna recientemente sobre la agricultura suscitó opiniones anuentes y discrepantes a la vez. Y ello puede ser cierto aunque parezca una paradoja. Asentían por una parte y disentían ante otros aspectos. Al menos, ciertos juicios no estaban de acuerdo con que la agricultura sea la «carretera central» en la economía de la Cuba actual. Y algunos indicaban que tendría que ser la industrialización.
Pero la realidad suele demostrar que la Historia a veces aclara la perspectiva oscureciéndola. Y con esta otra paradoja intento decir que como sujetos conscientes de la Historia, somos a mi parecer demasiado conscientes de ese señorío, de modo que le cedemos demasiado espacio a la voluntad reduciendo el de la razón. Y por tanto, juzgado el problema con criterios racionales y prácticos y no solo con teorías inapelables, una de las conquistas principales del momento tendrá que consistir en resolver las urgencias de la vida cotidiana. Y si para distribuir bienes habría que producirlos mediante la industria, no podrían crearse ni repartirse sin antes producir lo básico: el alimento. De modo que si la sociedad cubana no acude a lo que más rápidamente podría afianzar las fuentes para una especie de acumulación originaria —y en este término aplicado al socialismo coincido con el brasileño Emir Sader—, tal vez no haya muchas oportunidades futuras para reconsultar manuales, ni leer directamente a los clásicos.
Copiando y entrecomillando la mitad de una frase breve de Che Guevara —que creo haber citado en otro texto— con ella acepto que, ante estos tiempos de encrucijadas y oportunidades inapelables, «tener malanga» ahora es más urgente e importante que aplicar —añade el periodista— teorías o recurrir a propuestas actualmente improcedentes. Hay que atenerse a lo alcanzable. Porque con qué recursos el país se industrializaría o recuperaría las industrias deterioradas: ¿producirán las textileras sin algodón?
Este comentarista lee algo de cuanto sale al camino en tonos equilibrados y también textos mojados con ácido. Pero en particular observa: eso hace el periodista para emitir sus opiniones: mirar y sopesar las circunstancias. Porque muchas de las teorías que uno confronta soslayan las circunstancias que el país afronta.
Por lo tanto, empezar a contar de arriba para abajo, podría conducirnos a nuevos planes sin sentido, porque se concebirían en los momentos menos aptos. La visión correcta, me parece, sería ir de uno en uno en la escala, hacia los estratos superiores, y no a la inversa. ¿Industrializar cuando todavía la despensa carece de abastecimientos irrenunciables? No me atrevo a discutir ahora cómo y qué industrializar. Sería irresponsable, al menos en lo que me atañe. Pero ahora recuerdo que a pesar de los más de 150 ingenios azucareros del capitalismo, Cuba tenía que traer del exterior —primordialmente de Estados Unidos— el 63 por ciento de los granos, por citar solo ese aspecto. La agricultura capitalista —escasamente campesina— no garantizaba toda la factura del país. ¿Y está el país ahora, dentro de sus aspiraciones socialistas, en condiciones de seguir aplazando las soluciones para articular un sector agropecuario capaz de suprimir el gasto alimentario en el exterior? ¿No serviría ese ahorro para coadyuvar a desarrollar otros sectores económicos? ¿O determinados cultivos no podrían abastecer el programa de una industria agroalimentaria local?
Agradezco y respeto los comentarios y mensajes. A pesar de ciertas diferencias de juicio, nos une la inquietud por Cuba y por el destino de la independencia y la justicia social, términos que resumen más claramente nuestra causa. Y sin ánimo de aparentar conocimientos, repito lo que la semana pasada sostuve: el campo, priorizado en lo agrícola y lo pecuario, es hoy un requisito del que dependerá, en mucho, la readecuación o renovación de proyectos aplazados y la sutura de grietas aún sin resanar. Por ello, a mi manera de ver el trabajador del campo, numéricamente escaso en cualquiera de sus modalidades de organización y propiedad, es por hoy —ignoro si mañana— base del triángulo que integran las circunstancias, las necesidades y las soluciones.
Por tanto, el agricultor tendrá que ser tratado como reclama su trascendencia colectiva: sin trabas que usurpen la operación constructiva de un control que se ha confundido con las prohibiciones. Contrariamente a lo que hace muchos años se oía en la campiña y en las aceras, la calle Galiano no puede ser todavía la guardarraya ideal.