Fue con una grabadora de cinta rusa y con un micrófono. Mi vecino Keyler, que no llegaba a diez años, cantaba al tiempo que danzaba descomunalmente. Mi padre y el suyo eran fanáticos al intérprete de Thriller. Sus hijos, por supuesto, creían que aquellas imágenes de medianoche, en las que la fórmula kafkiana se convertía en ley soberana, era todo un símbolo, un momento para reverenciar a un ídolo.
Michael Jackson había llegado a nuestras vidas mucho antes que la grabadora Pomahtik rusa. Su música y sus sensacionales coreografías eran repetidas en la esquina de casa por mis amigos. Y para complementar todo aquel furor, mis padres explicaban los senderos por donde transitaban sus letras. «Denuncia la violencia», solía decir papá, mientras localizaba en la cinta un estribillo para confirmarlo: Annie, are you OK?/ Are you OK, Annie?.
Luego, en mi adolescencia, era Michael quien irrumpía con una sensible canción dedicada a la Tierra, un tema que hace solo unas semanas escuchaba en el cine Yara cuando veía el documental Esto es todo, de Kenny Ortega, sobre la gira internacional que preparaba el intérprete antes de perecer.
Michael era un naturalista convencido. «Le estamos haciendo daño a la Tierra», afirmaba. «Pienso que este es nuestra última oportunidad de remediarlo».
Hace dos días se cumplió un año de que nos sorprendiera la noticia de su muerte. Pero al Rey del Pop es imposible olvidarlo.
Cómo obviar sus comienzos en los Jackson Five, un grupo que también integraron sus hermanos, y esa capacidad siempre demostrada para moldear y dominar géneros musicales, desde el rock y el rhythm and blues, hasta la música disco, tal y como lo hizo saber en su debut en solitario con el álbum Got to be there.
La mayoría de sus seguidores coinciden en que es con su fonograma Thriller que alcanza el estrellato en los 80. En el videoclip que promociona el tema principal, Jackson anunciaba su visión innovadora al mostrar el estilo que más defendió.
Su obra anduvo por zonas menos comunes que las recorridas por sus colegas. Así, pudo poner su voz junto a otras 46 de su país en We are the world (Somos el mundo), perteneciente al disco USA for Africa, que reunió fondos millonarios para ayudar a la población del continente africano.
Sin embargo, no puedo dejar de señalar que Michael Joseph Jackson (nacido el 29 de agosto de 1958 en Gary, Indiana) no lograra zafarse del hálito de frivolidad que lo envolvía y resultara arrastrado por el estrellato que le dio su merecida fama. ¿Dónde se perdió? «Su otro yo» —que también lo complementaba como persona— dejaba notar sus insatisfacciones más íntimas. Cirugías y tratamientos médicos para delinear su apariencia y escandalosos procesos judiciales que atrajeron cuestionamientos sobre su persona también se plegaron a su existencia, y lo hicieron un personaje controvertido, algunas de cuyas virtudes, que nos cautivaron en sus inicios, quedaron en entredicho.
Tras su muerte, una aureola mediática siguió la saga de su historia con el interés centrado en las causas que rodearon su fallecimiento, el revelar la personalidad de sus desconocidos hijos y, por supuesto, a quiénes iría a parar su fortuna.
No obstante, prefiero volver a recordar a Michael Jackson en aquellas reproducciones salidas de la grabadora de mi padre. Allí, donde Billie Jean, Black or white y muchas otras canciones se mecen en la musa de su creador, y fluyen las instantáneas en movimiento con bailarines que danzan sin parar. Allí, donde el Rey posa con su corona y sus seguidores le hacen una eterna reverencia.