Aunque el Play Off final del campeonato nacional de béisbol concluyó hace rato, en el barrio se respira todavía ese hermoso ambiente entre vecinos, quienes, rivalidad sana aparte, dieron vida a la cuadra por esos días.
Analistas, comentaristas y profesionales involucrados en el béisbol han hablado ya sobre las luces y las sombras del deporte nacional, para bien han puesto los puntos sobre las íes y de una manera fresca, objetiva y respetuosa convocan a mejorar la calidad del espectáculo durante toda la serie.
Estoy de acuerdo, pero casi nada, para no pecar de absoluto, se ha reflejado de lo que aconteció fuera del estadio, más allá de las gradas, las cámaras de televisión o la radio; allí donde la pasión es igual o mayor, donde se discute con el argumento sólido de la cámara lenta y la sala no resiste tantas personas en su poco espacio.
En esos barrios que de repente amanecieron con banderas azules y naranjas en los balcones, portales y azoteas; con carteles de «Se vende picadillo de león» o «coge tu jugo de naranja aquí», adornando las amistosas disputas entre los vecinos, quienes a la vez se unieron, confraternizaron y fueron solidarios con el café, el ron y el agua fría.
Los centros de trabajo no escaparon a la fiesta. Jefes, subordinados, personal de servicio… todos hablaban de pelota; chistes como el de Chencho, trabajador de Radio Caribe, en la Isla de la Juventud, colmó la copa cuando dijo: «¡Se enteraron, van a operar a Malleta!», «¿Por qué, qué le pasó?», preguntamos; «para sacarle el guante de la columna».
Los cubanos somos así, jocosos, aunque cuando ocurrió la jugada muchos querían «matar» al árbitro o al jugador y eso es también parte del espectáculo, de ese cuyos protagonistas no asistieron a los estadios y gritaban lo suyo en casa.
«Los Industriales son unos excéntricos», vociferaba Yumilka, una vecina pinera que estuvo a punto de dar a luz su bebé por las tensiones del juego, para luego reconocer la calidad de los pupilos de Germán Mesa; de igual modo le ripostaba Julián desde el cuarto piso, «Oyeeeee Yumilka, y ahora qué?», cuando los azules adelantaban en el marcador.
Y viceversa cuando Villa Clara tomaba el mando. Recuerdo a los niños del barrio formar piquetes donde asumían los nombres de Malleta, Urgellés, Tabares, Borrego, Leonis, Pestano… y al pueblo salir contento al otro día para el trabajo. Eso lo logró también la final de los Play Off.
Pudiera estar horas recordando anécdotas como estas, imagino que en cada rincón del país se comportaron igual seguidores y detractores de ambos conjuntos, pero nunca antes —me atrevo a decir— se despertó tanto interés como el que, con la mejor de las intenciones, dividió al país en dos colores.
Todavía por ahí se escuchan frases de victoria —de los seguidores azules por supuesto— y de optimismo para el próximo año —todos los demás— porque no solo los del centro del país aspiraban al triunfo de su equipo, no señor, cientos de personas optaban por la derrota de Industriales. Y si no fuera cierto que «odio es amor», con ellos la frase sí funcionaría...
Sonrío cuando me dicen, en broma claro, «para los azules no hay nada aquí» o «¿y ese pulóver rojo, ahora eres de Santiago?», y cosas así que demuestran que la pelota es de todos, que la seguimos con pasión y amor a la camiseta.
La misma pasión, voluntad de los atletas, agresividad deportiva en pos del triunfo que necesitamos ver desde el primer juego de la nueva serie, para que otra vez toquen el alma de los barrios cubanos. Así lo sentimos en la Isla de la Juventud, porque al final ganamos todos.