La idea la lanzó Estados Unidos hace meses. Ante el auge de la piratería en el Cuerno Africano, el Pentágono anunció que estudiaba un acercamiento mucho más agresivo al fenómeno, que no descartaba una operación terrestre para enfrentar a los grupos refugiados en las zonas costeras de Somalia, sumida en el caos y sin un gobierno central hace 19 años. Los altos mandos militares norteamericanos fueron muy claros: la «solución» para la piratería era un desembarco en tierra firme y, para ello, incluso acudirían a Naciones Unidas, como mismo hicieron en 2008 para garantizar la presencia de los barcos de la OTAN y la Unión Europea en la región.
Pero ni los aparatosos buques de guerra de la Alianza Atlántica, ni la operación aeronaval europea (EUNAVFOR, también llamada Atalanta), han frenado a los modernos corsarios que asaltan barcos cargados de mercancías, y hasta petroleros, que surcan el Golfo de Adén, una de las rutas predilectas por su conexión con los mares Rojo y Arábigo, y el Océano Índico.
Ahora, la UE también llegó a la misma conclusión que Washington: «El problema nace en tierra», dijo el ministro de Defensa sueco, Sten Tolgfers, anfitrión de una reunión con el resto de sus homólogos de los veintisiete, celebrada hace unos días en Gotemburgo, Suecia. La cita precisó los últimos detalles de una misión encargada de entrenar en Uganda a 2 000 soldados somalíes. El contingente será un apoyo al endeble Gobierno Federal de Transición (GFT), que apenas controla Mogadiscio, la capital somalí.
EE.UU. no solo viene haciendo lo mismo hace meses, sino que incluso ha brindado dinero y armas al GFT para enfrentarse a las milicias opositoras de Al Shabaad, incluidas en la larga lista de «terroristas» elaborada por la Casa Blanca. La OTAN también decidió extender su operación naval Escudo Oceánico en el Golfo de Adén, frente a la costa de Somalia, hasta finales de 2012.
No son acciones aisladas. Las partes ya se han puesto de acuerdo. A inicios de marzo, oficiales del Comando militar de EE.UU. para África (AFRICOM) se reunieron con colegas europeos para analizar la cooperación conjunta en Somalia y en otras regiones del continente, tales como el Sahel (principalmente en Mali, Níger y Mauritania). Durante el diálogo, la parte norteamericana especificó que estaban dispuestos a ayudar a la UE en el entrenamiento de efectivos del GFT.
La creciente implicación de las grandes potencias en este conflicto tiene otras razones, una de las cuales no es, precisamente, restaurar la paz. Está también el control de las importantes rutas comerciales de la región, y como es de esperarse, de los recursos naturales. Por eso les importa enfrentar a los nuevos corsarios. Se sabe que a inicios de los años 90, estudios geológicos catalogaron a Somalia como posible productor de petróleo, y desde antes ya transnacionales norteamericanas como Amoco, Chevron, Phillips y Conoco se servían su banquete allí.
El conflicto somalí, ese del que no se hablaba hasta que se exacerbó la piratería, y los aportes que puede hacer Washington para estabilizar la región, también fueron temas ampliamente tratados por el comandante de AFRICOM, general William «Kip» Ward, quien amplió el diapasón de la lucha contra el terrorismo a otros países africanos: Kenya, Etiopía, Djibouti y Uganda (aquí también se descubrió en 2006 un importante yacimiento de crudo). Ello reafirma las especulaciones de que las previsibles operaciones militares del Pentágono en Somalia no tengan como único objetivo recuperar el territorio en manos de los insurgentes y apuntalar a un gobierno enclenque, sino que sean un triste prefacio de lo que pueda acontecer después en el resto del continente africano, que lo último que necesita son nuevas guerras o el empeoramiento de las viejas.