Era un libro de ensueños. Era un libro buscado y casi nunca encontrado. Era un libro que todos los estudiantes mencionaban, todos lo querían tener y casi todos harían la promesa más grande para poder leer algunas de sus páginas.
Como uno de esos ángeles preciados, pocas veces daba el rostro. Solo emergía de vez en cuando en algunos de los sitios de venta de libros viejos o de antiguallas, que aparecieron por cualquier rincón de La Habana en 1994.
En medio de la época más dura del período especial, con los ómnibus convertidos en viejos cascajos, los comercios cerrados y los aires de supervivencia a la orden del día, aquel libro era una especie de aliento para vencer entuertos que no parecían tener final.
Por eso ahora, cuando reaparece en una edición al alcance de todos, no queda más remedio que agradecer, por estos días de Feria, la publicación de Martí a flor de labios, el apasionante volumen del periodista y narrador Froilán Escobar.
Recordamos la ironía de Mario Benedetti una vez, en un programa de la televisión. Le preguntaban por sus estudios sobre Martí y la conductora comentaba con cierta exaltación de la permanente necesidad de recordar al patriota, al organizador, al pensador y al poeta, cuando el bigotillo de Benedetti se estiró con aires burlones. «Sí, y también hay que recordar al hombre», apuntó. La conductora, sorprendida, ensayó un «...ah..., sí, sí..., ¿cómo no?» y entonces el maestro uruguayo repitió: «Es muy importante conocer al hombre».
Como cualquier héroe, la figura de José Martí no ha escapado a los impulsos por encaramarla en un pedestal. Solo que en ocasiones este fue tan alto, que la personalidad del Apóstol adquirió contornos míticos e inalcanzables. En consecuencia, la intimidad, sus angustias, los rasgos de su carácter, todos los detalles pequeños que conforman al hombre gigante, terminaron por quedar a un lado.
Por suerte, junto a los golpes de santificación, también han permanecido los intentos por mostrar al personaje de carne y hueso. En esa tentativa, el volumen de Froilán Escobar es una bella oportunidad para encontrarnos con ese Maestro que todos deseamos conocer.
El libro cuenta el último viaje de José Martí. En 1973, 78 años después del desembarco por Playitas de Cajobabo y su muerte en Dos Ríos, Escobar se fue a las montañas de Oriente para seguir la ruta del Apóstol. Allí, a lo largo de 375 kilómetros, para su gran sorpresa encontró a los niños, a los adolescentes y las familias que conocieron a Martí.
«No me imaginaba que pudiera ser así —contó—. Salustiano Leyva seguía en Cajobabo, José Pineda en Vega del Jobo, Carlos Martínez en la zona de San Antonio del Sur... ¿Cómo pudo ser? Fue realmente conmovedor el momento en que descubrían, al escuchar los pasajes del Diario, que Martí se había “acordado de ellos”, y luego yo dejaba que contaran de un tirón el bulto grande del recuerdo».
Así surgió Martí a flor de labios. De las historias de los que lo acompañaron por el monte. De esos niños que fueron junto con él al río y lo vieron desvestirse y nadar para luego solearse acostado en una roca. De los muchachitos que vieron entre las rendijas cómo escribía, «ausente de cualquier presencia» o cómo Máximo Gómez le enseñaba el arte de la esgrima. O también de sus «barruntos», cuando se paseaba en silencio, «sin las conversaciones habituales de él, como si lo azotara de pronto una frialdad y se recogiera para adentro».
Ahora abrimos sus páginas y Martí vuelve a resucitar entre el dagame y los otros árboles de la montaña, entre los golpes de madera para preparar el café, los olores de romerillo y la curiosidad de un hombre que todo lo quería aprender y todo lo preguntaba cuando se adentró en los montes de Cuba por última vez. Por eso se siente pura autenticidad al mirar la primera página y sentir la voz de uno de esos niños, que, al cabo de 78 años, nos dice en un susurro: «¿Ustedes quieren saber de Martí?».