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China, la pajilla en el ojo de Occidente

Autor:

Juventud Rebelde
El líder tutsi Laurent Nkunda y sus hombres se venden como los salvadores que pretenden vengar la muerte de unos 800 000 tutsis y hutus moderados masacrados, a golpe de machete, en 1994 en Rwanda, luego que el presidente de aquel país fuera asesinado. Ahora, estos señores de la guerra dicen perseguir a los responsables de aquel genocidio que cruzaron las fronteras de la República Democrática del Congo (RDC), con sus armas, y encontraron allí protección al mezclarse con quienes, indefensos, huyeron del homicidio en masa.

Foto: AFP Como sucede en todas las guerras que sacuden a África, el enfrentamiento, a veces irracional y salvaje entre tribus y etnias, es la versión de los hechos más difundida. Sin embargo, Nkunda y sus rebeldes, lejos de desagraviar viejos dolores, son los soldados de las transnacionales de Occidente, que velan por sus intereses en la RDC.

Por ello, el interés de la nación africana por mirar a otros horizontes económicos mucho más favorables para su desarrollo endógeno, como el que le propone China, es también motivo de descontento para quienes se encaprichan en llevar la muerte y el terror a cada rincón del país, e incluso más allá de las fronteras, en defensa de las compañías que con un saqueo de largos años han truncado el porvenir de una de las naciones que, a juzgar por sus enormes riquezas minerales —las mayores del mundo—, pudiera haber dejado atrás el rezago colonial.

La cada vez mayor presencia de China en la RDC es un fantasma para Occidente, que se rehúsa a tolerar una competencia en la que sale con la cola bajo las patas.

Por otra parte, la RDC ha anunciado su disposición de revisar 60 contratos de explotación minera con empresas occidentales para evaluar su legitimidad, pues muchos de ellos fueron concedidos durante la corrupta dictadura de Mobutu Sese Seko.

Evidentemente, las empresas sometidas a la inspección no se han quedado calladas y han optado por desacreditar el proceso afirmando calumniosamente que China tiene pretensiones imperiales de saqueo.

Muchas empresas del gigante asiático han hecho pequeñas inversiones en el sector de la minería congoleña. Una de ellas es Norinco, que comenzó en 2005 un proyecto de fundición de cobre y cobalto valorado en 21 millones de dólares, mientras Jinchuan también ha hecho sus incursiones en la explotación de cobalto.

Además, en septiembre de 2007, un grupo de entidades (entre ellas Crec y Sinohydro) y bancos chinos, representados por el gobierno asiático, firmaron un acuerdo con la parte congoleña, que establece una gigantesca cooperación entre ambas países en diferentes modalidades.

La empresa minera estatal de la RDC, Gecamines fue encargada por el gobierno de Kinshasa de formar con compañías chinas una asociación conjunta que pedirá un préstamo de 9 000 millones de dólares al Lexim Bank, y posteriormente reembolsará la suma concedida para la explotación conjunta de los recursos naturales en la nación africana. De esta manera, las partes cuidan que Kinshasa no aumente su endeudamiento.

Pero, este proyecto de cooperación no implica solamente resortes económicos y comerciales, sino que tiene también un fuerte trasfondo social, pues una parte del préstamo está destinado a la ejecución de obras públicas y de infraestructuras en la RDC, que incluyen la construcción de caminos, carreteras, ferrocarriles, 31 hospitales, 145 clínicas de salud y dos universidades.

¿Acaso alguna transnacional norteamericana dio alguna vez estos beneficios desinteresadamente a la nación africana o a cualquier país de ese continente?

Si en un tiempo las tradicionales potencias fueron la única opción para un Estado que carecía de la tecnología y el dinero para explotar sus recursos, ahora China ha mostrado gran interés en invertir en un país que le puede brindar los recursos minerales que necesita una economía, que para mantener y acrecentar su ritmo de crecimiento, necesita seguirse expandiendo y modernizando su infraestructura. A cambio, la RDC se beneficiará con la construcción de la infraestructura necesaria para la explotación de su enorme riqueza y al mismo tiempo creará mejores condiciones de desarrollo humano para su población.

Que Kinshasa negocie con China implica que las transnacionales de Occidente pierdan terreno en un pasto tan codiciado. Por eso, Nkunda, quien representa los intereses de Occidente, no deja de exigir a Kinshasa que renuncie a los acuerdos contraídos con Beijing, como una de las condiciones para llegar a un acuerdo de paz, y eliminar así la pajilla en el ojo de sus poderosos amigos.

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