A mí me parece que la política no se define como la técnica de la consigna o de la retórica, o como la raya divisoria entre los que conciben y establecen leyes y los que las obedecen. Por lo tanto si me separo de esa presunta definición, yo hago política en mis escritos, porque me guío por un concepto fundamental: la política es el arte o la ciencia que se ocupa de los asuntos de la ciudad —de ahí su raíz griega de polis— y por extensión de la sociedad. Más bien es arte y ciencia a la vez. Representar personas, orientarlas, facilitarles la solución de sus asuntos, o conducirlas a la compresión de sus problemas, necesita la mezcla del conocimiento de todo el tejido humano, incluso de la Historia, y requiere en particular del tacto y el respeto para aplicarlo.
¿Hacia dónde voy? Estoy hablando de política. Y me estoy refiriendo a que por lo general mi columna es política, porque comento aspectos problemáticos de nuestra sociedad. Y mucho más ahora que hemos estado debatiendo nuestros problemas y hemos repetido una frase esencial de Fidel: cambiar todo lo que debe ser cambiado. Y se me ocurre preguntar si todos tenemos esa percepción; si, en efecto, todos queremos cambiar. En este aspecto hay que adentrarse en la conciencia individual. ¿Yo quiero que mi sociedad cambie y con ella cambie mi modo de entender deberes y derechos? Pero ¿primeramente tiene que cambiar la sociedad para que yo cambie? Bueno, eso es quizá inmiscuirse en la filosofía, en la psicología y seguir en la política. Qué otro remedio. ¿Cómo respondo?
Entramos en el espacio de los juegos dialécticos. La sociedad cambia y yo debo cambiar, aunque un poco retrasadamente según reza la ley que plantea que la conciencia va detrás del ser social. Ahora bien, para que se modifique cuanto tiene que ser modificado, yo tengo que desear, querer que cuanto parece ya no servir o no andar correctamente sea modificado. El otro día me referí a decisiones erróneas que algunos adoptan, y a pesar del error, lo decidido persiste, se consolida a contrapelo de dañar la economía, la ecología, a los ciudadanos. Parece que algunos no reparan en el valor de las leyes, de la política y su táctica de lo oportuno y lo conveniente... Se ve claro: les cuesta muy poco decidir a quienes deciden tan solo con un aventón de la voluntad.
Ahora bien, una de las cosas que nuestro país necesita reimponer es la conciencia jurídica, para que todos los ciudadanos y sus representantes cumplan las leyes, acaten a los tribunales, respeten las normas y la teoría políticas que la Revolución y el socialismo extendieron basados en la dignidad y la libertad humanas. El control, que tantos exaltan, y el cumplimiento de las leyes, incluso el rendir cuentas no pueden ser para unos y no para otros...
Por ello, tendremos que admitir que, sean cuales fueren las readecuaciones que nuestra sociedad acometa, todas necesitan de nuestra convicción antes y después. Para algunos será duro: resulta más cómodo refugiarse en el autoritarismo, que no requiere de argumentos; en la negativa a rendir cuentas, que nos mantiene en la placidez; en las visiones rígidas, que nos preservan de la discusión y la inquietud...
Algunos de nosotros tendrán que cambiar para preservar cuanto de positivo y creador construimos... ¿O tendremos que ser cambiados? Bueno, dígalo usted.