Un mandatario optimista que muestra sus logros en Iraq. Fotos: AFP En una increíble emulsión de tontera y maldad George W. Bush se ha mostrado comprensivo hacia el «hartazgo» que sus compatriotas sienten por su aventura en Iraq, al reconocer que «es una guerra horrible», pero a su entender —nada destacable entre sus características— es un conflicto que sus generales pueden ganar porque ha habido mejoras de la seguridad...
La cuestión central para el jefecito de la Casa Blanca consiste en demostrar lo erróneo de cualquier proyecto de resolución que llegue al Congreso con la intención de establecer un plazo de retirada de las fuerzas de ocupación norteamericanas. Además, advierte que sería un paso infructuoso porque él lo vetaría de inmediato.
Para convencer sacó el mismo argumento de siempre de su arsenal de mentiras: la seguridad de Estados Unidos frente a los terroristas de Al Qaeda depende del éxito en Iraq.
Como el sonrojo no es su fuerte, añadió sin inmutarse que si no creyera firmemente en la posibilidad de una victoria no podría mirar a los ojos a los padres y madres de los soldados que son enviados al país árabe.
Los desatinados comentarios de Bush, el hijo, fueron hechos a propósito de un informe interino del Congreso de EE.UU. que analiza 18 objetivos para lograr la estabilidad de Iraq, en el cual se dice que solo han logrado «mejorar» la situación en ocho de ellos. Sin embargo, el mandatario dijo que ve motivos para ser optimistas.
Ahí citó el cumplimiento por parte del gobierno iraquí de la promesa de establecer nuevas brigadas militares para Bagdad y la modernización de las fuerzas de seguridad. Para el mandatario estadounidense está claro que la «democracia» necesita «seguridad» para desarrollarse.
Un nuevo galimatías sirvió de explicación a la importancia que da a esas medidas de represión: «Nuestra estrategia se basa en la premisa de que el progreso en la seguridad cimentará el camino para el progreso político. O sea, que no es sorprendente que el progreso político está rezagado respecto a los beneficios de seguridad que estamos viendo».
Tras la cantinflada, parece que Bush es el único o uno de los pocos que «ve», porque el resto de sus conciudadanos, y mucho más los propios iraquíes, tienen una visión bien distinta del dramático acontecer en aquel escenario bélico.
Nada ha cambiado desde que en noviembre pasado el director de la CIA (Agencia Central de Inteligencia), Michael Hayden, dijo en una reunión del Grupo de Estudio de Iraq que el gobierno iraquí es «incapaz de gobernar» y «no puede funcionar», situación que la CIA también calificó de «irreversible».
¿Y cuáles están entre los muchos puntos sin «progreso»? Nimiedades como la continuación de los enfrentamientos sectarios y la incapacidad para lograr una distribución equitativa de los ingresos petroleros, temas que fomentan la división del país mesopotámico.
A despecho de que buena parte de los congresistas demócratas, algunos republicanos, y una gran mayoría de los estadounidenses ven que la dirección de la guerra es cada vez más errónea y peligrosa, la proverbial obcecación bushiana sigue montada sobre lo que llama «nueva estrategia», el reforzamiento de su presencia militar en Iraq, en lugar de retirar las tropas como se le pide o exige.
Para «demostrar» su tesis, Bush habló de las «graves consecuencias», un cuadro que la agencia DPA en un comentario citando las declaraciones del mandatario, apuntó como «un cuadro de espanto a escala mundial, con asesinatos masivos en Iraq, así como enfrentamientos bélicos y guerras civiles en Cercano Oriente».
Los periodistas acreditados en la Casa Blanca también «ven» y a Bush lo notaron «más bien preocupado, sus frecuentes sonrisas parecían forzadas, por momentos amargas».
Amargo, ciertamente, es el destino que la administración Bush ha conformado para los iraquíes, su propio pueblo y el mundo.