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De cómo un iraquí se «suicida» en una base británica

Autor:

Luis Luque Álvarez

Mientras el coronel Mendonca, condecorado como «Miembro del Imperio Británico», se va ahora tranquilo a su casa, los hijos de Baha Mousa no volverán a tener jamás el cariño de su padre. Una corte marcial británica ha declarado «inocentes» a cuatro militares de servicio en Iraq.

¿De qué se les acusaba? Los testimonios publicados por el diario The Guardian el 21 de febrero de 2004, podrían hacer pensar en historias sobre soldados de las SS hitlerianas: Un día de septiembre de 2003, al terminar su turno en la carpeta del hotel Ibn Al Haitham, de Basora, Baha Mousa, de 26 años, fue arrestado junto con otros empleados y conducido por soldados británicos a su base en esa ciudad.

El relato del cautiverio de los trabajadores iraquíes, es la descripción exacta del terror. Les ataron las manos con cintas plásticas y «empezaron a golpearnos tan pronto como llegamos», afirma uno. Además les colocaron capuchas, en el mejor estilo de Abu Ghraib.

«Desde el primer momento nos pegaron. No había preguntas. Nos golpearon en el abdomen, como si fuera un pushing bag. Se reían. Les resultaba como un gran placer, mientras a nosotros el dolor nos acorralaba. Nos dieron nombres de futbolistas, como Van Basten y Gullit, y nos dijeron que si no los recordábamos, aumentarían la pateadura».

Otro de los supliciados, Rafeed Taha Muslim, contó que los obligaron a bailar: «Como Michael Jackson. Disco».

Fue él quien vio por última vez al joven Baha Mousa. A este se lo llevaron a otra habitación, desde la que escuchaban sus alaridos. «Yo lo oí. Decía: “Sangre, sangre. Está saliendo sangre de mi nariz. Voy a morir, voy a morir”. Después de esto, no supe nada más de él».

El padre de Mousa, Daoud, describió el estado en que quedó el infortunado empleado del Ibn Al Haitham: «Cuando le retiraron la sábana al cadáver, pude ver su nariz terriblemente destrozada. Había sangre saliendo de ella y de su boca. La piel de sus muñecas, desgarrada, como la de su frente. Bajo sus ojos tampoco había piel. En el pecho tenía marcas azuladas, y también en su abdomen. Vi en sus piernas huellas de las palizas. No pude soportarlo».

El certificado de defunción, al que The Guardian también tuvo acceso, señaló que la causa de muerte había sido «paro cardiorrespiratorio/asfixia». Sin más detalles. Como si hubiera muerto en la placidez de un lecho de hospital.

A pesar de tan cercana aproximación al infierno, desde el jueves están en libertad cuatro de los implicados. La Justicia se quitó desembozadamente la venda y la arrojó al Támesis, que se tiñó de sangre.

El coronel Jorge Mendonca, quien de todos los acusados era el de más alto rango, fue absuelto del cargo de no garantizar que sus subordinados no maltrataran a los prisioneros en Basora.

«Por 25 años he servido a mi país y he hecho lo mejor que he podido», expresó, convencido de que sus soldados han realizado «un bien enorme» en la citada ciudad del sur iraquí.

Como él, otros tres uniformados abandonaron la sala cual castas ovejitas baladoras, antes acusadas de «asalto común» y «tratamiento inhumano». Solo un quinto quedó encausado bajo este último cargo, pero ninguno, ¡ninguno de ellos!, por el asesinato de Mousa.

Parecería que el joven iraquí hubiera ido por sus propios pies hacia la base británica y se hubiera propinado golpes a sí mismo durante aquellas fatídicas 36 horas...

Según el juez, Justice McKinnon —¡vaya ironía de nombre!—, no había «evidencias» que presentar ante el jurado para que este tomara la decisión de encarcelarlos. En definitiva, todos los prisioneros estaban encapuchados. ¿A quiénes habrían de reconocer como sus verdugos?

Vergüenza sobre vergüenza. Si a algún iraquí le interesan tales lecciones de democracia...

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