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«¡Uno para todos!... menos en Afganistán»

Autor:

Luis Luque Álvarez

El Jefe de la Alianza Atlántica, Jaap de Joop Schefer, quiere más soldados, más recursos para sus fuerzas en Afganistán. Pero no todos sus socios piensan así. Foto:AP «¡Uno para todos y todos para uno!», exclamaban los mosqueteros de Dumas cada vez que se veían en aprietos y debían echar mano a la espada. También la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) tiene un coro parecido: «Si uno es atacado, todos lo somos, por tanto, todos respondemos».

Solo que, cuando los disparos suenan de verdad, se forma el zipizape en torno a cómo reinterpretar ese principio.

La Cumbre de la Alianza Atlántica clausurada este miércoles en Riga, Letonia, tuvo sus uvas ácidas en un país: Afganistán. En ciertas zonas de esa nación centroasiática, invadida por EE.UU. en 2001, se están levantando focos de resistencia del talibán, y la cuestión es a quién le toca lidiar con ellos.

La OTAN está presente en Afganistán por medio del contingente de la ISAF (Fuerzas Internacionales de Asistencia a la Seguridad), cuyo número de efectivos alcanza los 32 000. Cada uno de los países con tropas allí tiene asignada un área de operaciones específica. Así, españoles e italianos están desplegados en el oeste; al norte están los soldados alemanes, y al sur, británicos y norteamericanos. Todo «bien repartido», ¿no?

Pues en opinión de algunos, no. Es en la región meridional donde se recrudecen los ataques de los talibanes, y por eso Londres y EE.UU. se quejan: necesitan que otros de sus aliados se impliquen, pero estos no quieren ni oír hablar del asunto.

Las cifras de muertos en los combates hasta el 18 de noviembre, dan cuenta de 289 militares estadounidenses, 44 canadienses, 41 británicos, 19 españoles, 18 alemanes, nueve italianos, y sigue una lista descendente.

Los números, en efecto, se comportan proporcionalmente al nivel de peligro de las zonas en que están desplegadas las tropas, por lo que es de notar que ni Berlín, ni Roma, ni Madrid estén dispuestos a moverse un centímetro de sus zonas, más «estables». Aunque el jefe del pacto militarista, Jaap de Hoop Schefer, les pidió más «flexibilidad» en el asunto.

Y estas fueron las respuestas: «¿Qué van a aportar 120 soldados españoles? ¿Rebajamos la seguridad en el oeste para tampoco aumentar la seguridad en el sur? No tiene ningún sentido en absoluto», dijo el ministro de Defensa español José Antonio Alonso. «No creo que el llamado del secretario general de la OTAN sea para Italia, sino en general para los países que tienen una presencia casi simbólica», precisó por su parte el canciller italiano Massimo D’Alema.

Para rematar, su primer ministro, Romano Prodi, soltó: «La solidaridad no significa un compromiso sin límites».

De modo que, aunque juntos, nadie quiere arriesgarse a cargar un botín de muertos propios rumbo a casa. Quizá estas posiciones sirvan para calibrar la autenticidad de los «intereses comunes» de los que se supone portadora la Alianza, más en este momento en que acomete reformas.

Como una de estas, el bloque militar acaba de declarar totalmente operativa la denominada Fuerza de Respuesta Rápida, que conformada por 25 000 soldados, estaría lista para intervenir en «zonas de crisis» en cualquier lugar del mundo y en no más de cinco días.

El nuevo cuerpo demanda, según Bruselas, que «los gastos de defensa (...) se incrementen en términos reales, ya que el desarrollo de capacidades no será posible sin los recursos suficientes». O sea, más soldados, más dinero para armas, para vehículos, para combustibles, etcétera.

Será interesante saber, a la hora de los mameyes —¿o de las manzanas?—, cómo será la contribución, pues para el caso de Afganistán, el mismo jefe de la OTAN ha dicho que «no es aceptable» que a las fuerzas de la ISAF en el sur del país «aún les falte el 20 por ciento de sus requerimientos».

Como se ve, algunos D’Artañanes prefieren cuidarse el pellejo.

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