El reportero anda por el mundo auscultándo la diástole y la sístole al corazón de la vida, sin cuidar su propio miocardio. Al menos, el reportero de sangre, ese que va adonde haya que ir; el que nunca bosteza en piyamas ni se refugia en la comodidad ni la conveniencia.
Se nos fue Nelson Barrera, un hombre que nunca hizo honor a su apellido por esa intrepidez ecuménica que le alistaba en todas las convocatorias humanas. El doblez de una sinuosa carretera al borde de un precipicio en las cimas andinas de Bolivia fue el detonante de ese día fatal para él y para su editor Ernesto Barrios. Ahora Nelson es noticia, triste noticia luego de su brillante reporte de los movimientos telúricos que estremecen el tejido social y político de la sufrida Bolivia.
Quienes le conocimos lo bastante como para quererlo, no podremos olvidar ese rasgo suyo de autenticidad tan necesario en un periodista, que no admite máscaras ni lentes distorsionadores. Nelson fue siempre Nelson: hombre y amigo en lo más personal y en lo público, en la húmeda esquina del barrio y en la trinchera del país. Y más allá: en cualquier ignoto paraje del mundo que reclamara su sensible mirada.
Sin preverlo quizá, Nelson dejó la parábola de su vida profesional en uno de sus últimos reportajes allá en Bolivia: la subida al misterioso pico Chacaltaya. En aquella aventura hacia las altas nieves de la cordillera andina, el fogueado corresponsal sometía la constancia y la voluntad a prueba de todos los soroches, esos males de las alturas. A su limpio tesón reporteril no lo mareaba el arribismo calculador ni la posesión de cómodas cumbres. Fue un alpinista del reporterismo generoso, dispuesto siempre como un Sísifo a descender a los cotidianos bajíos de la vida y volver a ascender con su piedra de compromiso a los épicos llamados. Y ese coraje lo tuvo también para defender el derecho del periodista a la información, cuando se la escamotean.
Nelson es el reportero cubano, que se arriesga por caminos lejanos y empinados no por fatuidades, morbos, cálculos gananciosos ni fulgores personales, sino con el espíritu del misionero que defiende la verdad y la justicia descubriéndola y narrándola vívida en los más recónditos parajes. Así. Sin barreras.
Matanzas quedó sin flores ayer, cuando lo sepultamos en la tierra que lo vio nacer. Gentes de todos los colores y tipos se disputaban un espacio para llevarlo a su última aventura: la de la posteridad. Ahora que su grave voz no resuena entre nosotros, ni sus bromas estallan, ahora que ya no puede desafiar al tiempo con ese febril deseo de vivir sin límites, prefiero recordarlo para siempre en aquella juguetona imagen de su reportaje: en la cima del Chacaltaya lanzando candiles de nieve a sus compañeros y amigos. Mire usted: la diosa Pachamama, la Madre Tierra de los bolivianos, lo acogió en su seno; y los orishas de Matanzas se lo disputan. Qué travieso Barrera, sin barreras.