Avidor Lieberman. Foto: AP Si se preguntara qué político se encaprichó en formar un Estado étnicamente puro, un país para una sola «raza», cualquier lector ágilmente respondería: «Se trata de Hitler», y no dudaría en catalogar su pensamiento de gravemente antihumano.
Pero, ¡sorpresa!: no estamos hablando del malévolo führer, sino de un personaje que ha entrado al gobierno de un país cuyos ciudadanos —en su gran mayoría— perdieron a varios de sus antepasados en los mataderos del III Reich: Israel.
El sujeto en cuestión es Avigdor Lieberman, un ex militante del derechista Likud, que actualmente lidera el partido Israel-Beitenu (Israel es nuestra casa), la formación política que dice representar al millón de inmigrantes rusos residentes hoy en el Estado sionista.
Lieberman, de 48 años, ha sido invitado por el premier israelí, Ehud Olmert, a sumarse al gabinete. Esto ha ocasionado un barullo de dimensión olímpica en el Partido Laborista, uno de los socios de la coalición gobernante, pues algunos creen inaceptable compartir la mesa con alguien de ideas tan fascistoides como mandar al patíbulo a los diputados árabes del Kneset (Parlamento israelí).
Su proposición más famosa, no obstante, es la de transferir las localidades árabes de Israel al dominio de la Autoridad Nacional Palestina, mientras que las ilegales colonias judías de Cisjordania quedarían eternamente bajo control de Tel Aviv. Cada uno en su sitio —los israelíes en el mejor de ellos, por supuesto— es el dogma de este señor, al que de pronto se le antoja que, de un golpe de varita, los árabes israelíes deben perder su ciudadanía. Para purificar el Estado, digamos. ¿No les suena esa idea?
Pues bien, ese es el muchachón que ha escogido Olmert para darle mayor estabilidad parlamentaria a su gobierno. Y hay implicaciones. Si el hoy Primer Ministro abandonó el Likud porque dicha fuerza se oponía a nuevas retiradas israelíes de la Cisjordania palestina, y por eso fundó el «moderado» Kadima, ¿por qué se alía con un ultraderechista que patalea de solo escuchar la palabra «árabes»?
Este matrimonio confirma que el plan de nuevas evacuaciones de territorios palestinos —el principal punto en la agenda de Kadima— ha sido aparcado indefinidamente, pues Lieberman no quiere ni oír hablar del asunto. Entonces, ¿qué queda de la piedra angular del programa del partido? Nada, polvo. Olmert se quedó sin proyecto, y en adelante, solo gobernará para eso: para gobernar. En buen cubano diríamos: para aguantar el palo hasta las próximas elecciones. Nada más.
Y quedan otros pejes en el asador: los laboristas, tradicionalmente definidos como «la izquierda», que hoy integran la coalición con Kadima. Puede resultar llamativo que solo cinco de sus diputados (tienen 19) hayan rechazado explícitamente la presencia de Lieberman en el gobierno.
A los demás, ni frío ni calor. Incluso su jefe, el ex sindicalista Amir Peretz, se ha dejado pasar la mano por Olmert para que acepte al político ultraderechista, y piensa transmitir este mismo sentir al resto de la cúpula laborista el próximo domingo.
No sorprende. ¿Qué se puede esperar de este «izquierdista» que, al frente del Ministerio de Defensa, hizo que las bombas israelíes arrasaran el sur libanés y apagaran la vida de 2 000 civiles de ese país? Menuda forma de luchar por las causas justas...
Así, sin gran oposición, un discípulo de Adolf llega al gobierno de Israel. Adiós, paz. Adiós, arreglos. Quizá nunca antes el gobierno sionista haya tenido tan poco de bueno que decir.