Blair y Brown: ¿Risas? ¿De verdad?. Foto: AP Cherie Blair, la esposa de Tony, el primer ministro británico, ignoraba que un micrófono estaba al acecho. Cuando el ministro de Finanzas, Gordon Brown, afirmó en su discurso que sus diez años de trabajo con Blair habían sido «un privilegio», la desprevenida consorte musitó un perceptible: «¡Eso es mentira!».
Se trata de una simple nota acerca de los estira-y-encoge de la política británica, que el lunes y el martes siguió con atención el congreso anual del Partido Laborista, el campo de batalla en el que lo más importante parece ser hoy la sucesión de Blair, a la mejor usanza monárquica. Brown habló, y la BBC le tomó el tiempo a los aplausos: dos minutos y 45 segundos. Ayer le tocó a Tony, quien previsiblemente no estará en el puesto dentro de un año, según él mismo anunció.
Brown, por cierto, fue muy sagaz en la práctica indirecta del «autobombo»: «Estoy convencido de que mi experiencia y mis valores me darán la fuerza para tomar decisiones duras. Y para mí sería una gran satisfacción poder mostrárselo a David Cameron y al Partido Conservador».
O sea: «Yo soy el hombre indicado».
Y para no restar aires a lo que todos comentan —la «intragabilidad» mutua entre él y Blair— el titular de Finanzas aseguró: «No es ninguna gran sorpresa que en una relación tan larga haya habido épocas en las que tuviéramos opiniones diferentes».
De lo otro, de la sustancia de un eventual cuarto gobierno laborista, más de lo mismo: política económica flexible, reforma «modernizadora» de los servicios públicos —o dicho llanamente: más privatización— y lucha contra el terrorismo.
En este último punto, y para tener una idea más exacta de qué tijera es la que corta al candidato, vale citarlo: «Creo que Bush supo desde el 11 de septiembre cuál era exactamente el problema, el terrorismo internacional». ¡Hum! Después hay expertos que se atreven a colocarlo, sin hacerse muchos líos, más «a la izquierda» que Blair...
Y este, ¿qué dijo cuando le llegó el turno? Por el estilo: «El terrorismo no es culpa nuestra, ni la consecuencia de nuestra política exterior. Es un ataque contra nuestro modo de vida». Aunque sigue sin explicar por qué, si noruegos y finlandeses tienen un modo de vida muy similar al británico, no estallan bombas en Oslo ni en Helsinki.
Del tema esperado —su salida del poder—, observó que «es muy duro irse, pero es también lo correcto, para el país y para ustedes, el partido». Pero no llegó a señalar con el cetro a Brown, de quien dijo escuetamente: «Es un notable servidor de este país, esa es la verdad». Nada más. De modo que sigue en el aire hacia quién gravitará su favor. Y si es cierto que el ministro de Finanzas ha sido una pieza central en la conspiración para serrucharle el piso al premier, no puede esperar gran cosa.
De momento, las preferencias de voto que suscitan los conservadores —impulsados por el joven David Cameron y su discurso «centrista»— han de llevar a los laboristas a dejar a un lado las intrigas palaciegas y concentrarse en hablar con una sola voz. Las elecciones están aún lejos —en 2009—, pero un cuerpo con varias cabezas que se lanzan miradas de odio, no puede avanzar mucho.
Dice Blair que se dedicará a trabajar por la unidad del laborismo. Ah, y por alcanzar la paz entre israelíes y palestinos. ¿Acaso Tony ha encontrado, ahora que se va, la varita de su coterráneo Harry Potter?