Los diputados laboristas hacían demasiado escándalo. Los conservadores de oposición pescaban simpatías en río revuelto. Los liberal-democrátas se nutrían con disidentes de las filas gubernamentales. Y el primer ministro británico Tony Blair, finalmente, ¡parece que escuchó!
El pasado jueves, el inquilino de Downing Street número 10 (la sede gubernamental) anunció que abandonará su puesto dentro de un año, para cederlo a un sucesor. El bajón de popularidad del laborismo, en el poder desde 1997, exhibe la huella del eterno seguidismo del premier al presidente Bush, de la sordera a las demandas antiguerreristas de sus ciudadanos y de reformas cuestionables del Estado de Bienestar, como la privatización de ciertos sectores de la salud y el despido de personal de los centros médicos. Además de ciertos pecadillos, como la venta de títulos nobiliarios a cambio de contribuciones al partido. «De algo hay que vivir, ¿no?».
Entretanto, los conservadores —bajo la batuta del joven político David Cameron— ganan terreno en los sondeos, por lo que quizá sea hora de zafar los vagones de la locomotora y dejar que se estrelle sola, mientras el resto intenta proseguir viaje y llegar a la estación, a saber, las elecciones de 2009.
Ahora bien, como Blair se marcha, la especulación gira en torno al sucesor, un término que daría la idea de que en el Reino Unido hay más de una monarquía. Parece que, así como en España el ex presidente del gobierno José María Aznar señaló con el dedo a Mariano Rajoy como candidato conservador a las elecciones de 2004, así también Tony habrá de designar un heredero.
Todo indica que será el ministro de Finanzas, Gordon Brown, de quien se dice que en los 90 pactó con Blair hacerse a un lado para que este asumiera la jefatura del gobierno, y que después de un tiempo razonable le llegaría su turno al mando. Según se ve nueve años después, la memoria no es uno de los dones más destacables del primer ministro.
Brown, de 55 años, natural de Escocia y parlamentario desde 1983, es señalado como artífice del Nuevo Laborismo, una estrategia que, bajo un manto de «modernización» de las que fueron conquistas sociales, introduce fórmulas claramente neoliberales, para complacencia del gran capital.
Vale decir que las cifras suplen lo que su escaso carisma no provee. Durante su estancia en Finanzas, el crecimiento económico desde 1997 ha promediado el 2,7 por ciento, y el desempleo ha retrocedido del siete al 5,1 por ciento, menor que el promedio de toda la eurozona, que supera el ocho.
Sin embargo, números no son siempre vida real. Recuerdo haber leído que muchos británicos cruzan el Canal de la Mancha para recibir en Francia tratamientos dentales más amistosos con el bolsillo. A veces la prosperidad sonríe con dientes postizos…
Y curiosamente, algo de lo que no se habla, ahora que todos quieren tomar distancia del primer ministro decadente, es que el 18 de marzo de 2003 Brown apoyó con su voto la declaración de guerra a Iraq, la agresión ilegal por la que Blair se ha granjeado tanta antipatía. Una vez ante las urnas, ¿recordarán los británicos este «desliz»?
De momento, Tony dice que dentro de un año habrá noticias, pero por si acaso, ya se va desempolvando el expediente de Brown. Y las pugnas internas continúan. Otro diputado, John McDonnell, hace campaña. En su web, donde halla espacio la frase A better world is possible (Un mundo mejor es posible), se increpa el neoliberalismo de Brown-Blair, y se exige retirar las tropas de Iraq, detener las privatizaciones y abolir los pagos en la educación.
Es un hecho: aunque el rey se haya encariñado con la corona, hay movimiento en la corte.