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Rusia-Ucrania: que no se repita la historia

El deseo de no aparecer como derrotada no debiera situar a Europa como obstáculo de la negociación

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Otra vez intentan erigirse contra la corriente algunos países de la Unión Europea que acudieron raudos y solidariamente a Ucrania, cuando Estados Unidos y Rusia empiezan a sentar las bases para normalizar sus nexos y echar a andar un proceso negociador que ponga fin al conflicto Moscú-Kiev.

Los ofrecimientos de alguna asistencia financiera y armas formulados a Volodímir Zelenski en esa cita, entre otras ofertas, no resultarían suficientes para que Ucrania se mantenga en guerra sin un respaldo más contundente, y menos sin el estadounidense, que Donald Trump ha vuelto a negar; pero constituyen un saboteo a la acariciada salida política.

En otro momento, ello habría podido conducir a un callejón sin salida como el que frustró las conversaciones ruso-ucranianas de 2022, cuando los malos consejos de algunos líderes de Europa —según ha denunciado Moscú— echaron por tierra una paz negociada que parecía a las puertas.

Ahora el Viejo Continente ha sido marginado por un Trump que le tomó la delantera porque se comunicó con Rusia y, a tenor con el supremacismo propio y el poderío del Imperio, sus iniciativas van despejando, a sablazos, el camino.

Aunque no ha faltado el diálogo con Kiev, las pláticas entre ambas partes no han tenido, evidentemente, el mismo peso que las conversaciones con Moscú, mientras el Presidente de EE.UU. «masacra» verbalmente a Zelenski al responsabilizarlo junto a la OTAN por la guerra, recordarle una y otra vez que su mandato «se ha saltado» las elecciones presidenciales que debieron ocurrir en marzo del año pasado, e imponerle un convenio para tener acceso a las tierras ucranianas con metales denominados raros, que se dice que es leonino y no pagará ayudas futuras, sino abonará —¡y con carácter retroactivo y no avisado!—, la que ya le fue dada a Ucrania por Joe Biden.

Por si fuera poco, Trump ha dicho este miércoles que su país tampoco sufragará la reconstrucción; que Kiev de ningún modo entrará a la OTAN —promesa irresponsable hecha a Zelenski que fue uno de los detonantes del conflicto—, y que Europa deberá pagar, sola los platos rotos en la despensa; es decir: financiar la recomposición de un país exprimido por la guerra, así como ocuparse de la «seguridad» regional —dando como válida la supuesta amenaza que una Rusia vencedora del enfren-
tamiento bélico, como ya lo es, significaría para la región.

Es esa la falacia que ha servido de justificación para impulsar los esfuerzos bélicos contra Moscú, enviando a Ucrania, como diríamos en sentido figurado, «al matadero» pues, pese a la cuantiosa ayuda en dinero y armas que ha recibido de Bruselas y Washington, Rusia le ha sido un contrincante difícil; un adversario imbatible hasta hoy.

En este movedizo y cambiante contexto, una resolución sorprendentemente racional presentada por EE. UU. ante la Asamblea General de la ONU para pedir el fin del conflicto, fue torpedeada por las enmiendas de Europa; y otra elaborada por Ucrania con el apoyo europeo rezumó las amarguras del Viejo Continente y habría podido blandirse como valladar ante la salida política, de no ser por el escaso consenso que obtuvo pese a su aprobación, señal de las muchas dudas que despierta.

Con el visto bueno de los 27 países de la Unión Europea y un total de 93 votos, pero con 18 en contra y 65 abstenciones, el texto exige que Rusia se retire de inmediato y de modo incondicional de los territorios antes ucranianos que se proclamaron autónomos y luego votaron por la adhesión a Moscú.

Tal demanda vuelve a ignorar las razones explicadas por el Kremlin al iniciar la denominada operación militar especial que, gracias a Occidente, desembocó en guerra.

Dos motivos han sido esenciales para Rusia: salvar los territorios mencionados, con mayoría de habitantes rusos, de las atrocidades cometidas sobre ellos por fuerzas que Moscú denunció como neofascistas, y cuya eliminación fue el primer objetivo. El otro, resistirse a la prometida entrada de Ucrania a la OTAN, porque eso colocaría a la enemiga Alianza Atlántica, peligrosamente, a las puertas de su territorio.

Al respecto, resultan aclaratorias las declaraciones formuladas este miércoles por el canciller ruso, Serguei Lavrov, quien insistió en que, para resolver la crisis, es necesario eliminar sus causas fundamentales.

La idea de simplemente congelar el conflicto en la línea de contacto no es viable, explicó el Canciller, ya que la gente de habla rusa que se quedaría en el lado ucraniano sufriría por las «leyes racistas» del régimen de Kiev, argumentó.

Por tal razón, Lavrov calificó como «propuesta vaga» la formulada por Francia y Gran Bretaña para desplegar tropas en territorio ucraniano, en el supuesto de ofrecer «garantías» a Kiev.

Mecanismos tan simples como el despliegue de tropas no servirá, advirtió el Ministro ruso. «Tendremos que hablar de las causas fundamentales».

Aunque con un «intercambio» de modo todavía indirecto entre los distintos actores, el proceso hacia la paz parece en marcha. Ojalá esta vez lo dejen llegar a buen puerto.

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