El parque Güell, obra cumbre del modernismo catalán, es uno de los grandes atractivos turísticos de la ciudad de Barcelona. Autor: National Geographic Publicado: 21/09/2024 | 07:19 pm
Entre las expresiones culturales que registran con mayor cabalidad el ímpetu creativo y transformador de la especie humana, las ciudades ocupan un lugar de privilegio por su importancia patrimonial, demográfica y socioeconómica. Si bien la migración y la exploración territorial ha sido un leitmotiv de supervivencia para millones de personas a lo largo de la historia, determinadas urbes presumen de su condición milenaria en términos de poblamiento ininterrumpido: Jericó y Jerusalén en Palestina, Damasco y Alepo en Siria, Plovdiv en Bulgaria, Biblos y Beirut en Líbano, Samarcanda en Uzbekistán, Tebas y Atenas en Grecia, y Cádiz en España.
A pesar del ímpetu heroico y resiliente que han distinguido a las colectividades humanas, determinados peligros acechan la integridad de estos espacios privilegiados de la vida profesional, afectiva, recreativa, académica y sociocultural de los seres humanos.
Empleado con frecuencia por las ciencias sociales, el término «urbicidio» —compuesto por los vocablos latinos urbs (ciudad) y cidio (muerte)— plasma con notable objetividad la condición vulnerable y materialmente precaria de la mayoría de los conglomerados humanos. Pese a que las ciudades concentran el 56 por ciento de la población mundial y emplean las tres cuartas partes de la energía; numerosos agentes de cambio —tanto naturales como antrópicos— pueden revertir el grado de estabilidad demográfica, desarrollo cultural y prosperidad económica de una urbe: catástrofes, crisis sanitarias, alteración de ecosistemas, conflictos bélicos, proliferación de bandas criminales o agotamiento del modelo extractivista.
Menos asociado a los flagelos que lastran el desenvolvimiento de las ciudades, el turismo de masas está distante de ser la panacea de prosperidad e intercambio cultural según es presentado por las agencias publicitarias. Fenómeno cada vez más denunciado en las principales ciudades receptoras de visitantes foráneos, la asfixia turística ha amenazado con desquiciar las infraestructuras de viaje, alimentación y hospedaje; así como provocar daños irreparables dentro del patrimonio cultural más representativo de la humanidad.
veleidosas ganancias
Si bien la cultura occidental nunca ha estado desprovista de cosmopolitismo, y del afán enciclopedista de descubrir otros ámbitos geográficos y antropológicos; el turismo de masas comenzó a eclosionar en la década de 1960. A los beneficios netos adquiridos por la clase trabajadora durante los «años gloriosos» del capitalismo industrial —aumento del poder adquisitivo, extensión de las vacaciones retribuidas—, se sumó el abaratamiento de los medios de transporte y la diversidad de la infraestructura hotelera que le permitieron a millones de personas sumar la expectativa de las vacaciones veraniegas.
Hasta el momento de alcanzar su pico de crecimiento exponencial en 2019, el sector turístico se había consolidado como uno de los principales motores de la economía planetaria. Capaz de generar en el año previo a la pandemia un mercado que capitalizaba 3 500 millardos de dólares y empleaba a 330 millones de personas, este margen de actividad —el equivalente al diez por ciento del PIB mundial— lo equiparaba con otros colosos de la talla de la industria química y el sector de los carburantes.
Luego de una contracción del 70 por ciento durante 2020, el turismo de masas ha cobrado un segundo aire al erradicarse las restricciones sanitarias en los países emisores y receptores. Si bien los registros de 2023 indican una notable recuperación del giro turístico, no se ha revertido la tendencia de la industria del ocio en la que el 95 por ciento de los viajeros internacionales eligen como destino un espacio territorial equivalente al cinco por ciento de las tierras emergidas del planeta.
Entre los países que han alcanzado una recuperación alentadora de los servicios turísticos sobresale Francia, erigido en el primer destino mundial. La nación francesa superó en 2023 los registros prepandémicos al contabilizar 98 millones de turistas, y 454 millones de pernoctaciones en su vasta red de hoteles, hosterías y casas de huéspedes.
A una escala similar al comportamiento planetario, la región Île-de-France concentró el 80 por ciento de los viajeros que arribaron al territorio francés para visitar el Palacio de Versalles, el Museo del Louvre o la Torre Eiffel. Particularmente saturada durante la época estival, las autoridades parisinas han optado por promover un turismo de «cuatro estaciones» que estimule a la clientela turística a escoger momentos alternativos al período veraniego.
Otras ciudades europeas que han padecido la superfrecuentación durante la temporada alta del turismo han sido las italianas, en particular Venecia, cuya población local de 55 000 habitantes se desborda ante el arribo de 30 millones de visitantes —proporción equivalente a 545 turistas por habitante. Esta situación ha generado la alarma de múltiples agencias internacionales, entre ellas la Unesco, que ha colocado a la Ciudad de las Góndolas en la Lista del Patrimonio Mundial en Peligro.
Promover sin deteriorar
En una época coincidente al despegue del turismo internacional —incentivado por los viajes interoceánicos y la construcción de infraestructuras viales para los trayectos en automóvil—, surgió en 1975 bajo el amparo de las Naciones Unidas la Organización Mundial de Turismo hoy ONU Turismo. Entre los objetivos fundacionales de la organización —integrada en la actualidad por 160 naciones—, sobresalió el estímulo a una gestión turística responsable, sustentable y accesible; que velara por los intereses de las naciones en vías de desarrollo beneficiarias de los ingresos turísticos, y de las comunidades receptoras de los viajeros internacionales.
En aras de convertirse en un referente para los principales actores del desarrollo turístico —ministerios públicos, agencias de viaje, turoperadores—, ONU Turismo promulgó en 1999 el Código Mundial de Ética del Turismo; cuya aplicación está destinada a favorecer el impacto económico y sociocultural de las naciones signatarias, así como minimizar los efectos del overtourism (superfrecuentación) para las poblaciones locales y el medio ambiente.
Más que estigmatizar la presencia de visitantes extranjeros —lo cual ha incentivado cierta matriz de opinión conocida como «turismofobia»—, el código de ONU Turismo pone en evidencia las consecuencias lamentables de determinadas operaciones turísticas como los viajes en cruceros que provoca el vertimiento anual a los océanos de 7 000 toneladas de desechos y genera un beneficio económico prácticamente nulo en las destinaciones receptoras. Desde puesta en operaciones de verdaderos mastodontes flotantes —como el Wonder of the Seas, con capacidad para 7 500 pasajeros—, y la explosión de cadenas hoteleras low cost (bajo costo) en territorios de gran vulnerabilidad ecológica con el archipiélago balear; el turismo de balneario es directamente responsable del 52 por ciento de la contaminación en la región del Mediterráneo.
En 2020 una veintena de ciudades como Barcelona, París, Ámsterdam, Roma y Marsella, demandaron a la Comisión Europea una regulación de las plataformas de reservación para que los inmuebles ubicados en los centros turísticos no admitan más de 120 pernoctaciones por año. Durante los meses que dura la temporada alta, las administraciones locales de las mencionadas urbes se han enfrentan a situaciones poco favorables para la ciudadanía, cuya perspectiva de solución se ha pospuesto: altos costos inmobiliarios, vías de tránsito peatonal y transportes congestionados, playas abarrotadas, contaminaciones sonoras.
Dado el impacto del universo digital en el imaginario de los potenciales turistas, las redes sociales y las series televisivas han posicionado nuevos destinos de ocio carentes de una cabal infraestructura turística, entre ellas la ciudad croata Dubrovnik, conocida como Perla del Adriático, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1979.
Ante esta situación de asfixia turística que pone en peligro la integridad del patrimonio cultural y el bienestar de la población local, numerosas urbes han implementado medidas en plena sintonía con el Código de ONU Turismo tales como el cobro de una tarifa de entrada a los centros patrimoniales, la recepción de un impuesto de hospedaje, el veto a las compañías de cruceros de recalar en determinadas épocas del año, la exigencia de un visado turístico diario, el empleo eficiente de las herramientas de reservación en línea, la prohibición del uso de las valijas rodantes y el tope a la cantidad diaria de visitantes.
Pese al impacto a corto término que pueden generar estas medidas, más bien han incentivado la búsqueda de destinos alternativos de recreación en períodos de mayor desahogo para el personal turístico y hotelero. Gracias a la sensibilización de la opinión pública, la mayoría de los ciudadanos admiten la pertinencia de estas estrategias administrativas según lo atestigua la encuestadora Opinion Way en un sondeo entre la población francesa.
Aun cuando la economía mundial pugna por recuperarse de los efectos productivos y sanitarios de la pandemia de la Covid-19, se impone un cambio de paradigma de la gestión y la práctica turística en el actual escenario global. Ya que somos sensibles para conmocionarnos con la belleza de un paisaje natural o un complejo arquitectónico, seamos capaces de preservar el legado trascendente de la civilización humana.