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La magia de una amistad irreversible

A eso de las tres de la tarde en Moscú, en el barrio de Sokol, había una sensación térmica de casi diez grados bajo cero. Tal frío, sin embargo, no debilitó las emociones durante la inauguración de un monumento dedicado al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Fue un acto cuyas palabras principales estuvieron a cargo de los dignatarios Vladímir Putin y Miguel Díaz-Canel Bermúdez

 

Autores:

Alina Perera Robbio
Yaima Puig Meneses

MOSCÚ.— Se juntaron muchos sentimientos, muchos hilos de la historia cuando, pasadas las tres de la tarde de este martes en el barrio de Sokol, fue inaugurado un monumento al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en un acto en el cual confluyeron y compartieron sus ideas los dignatarios Miguel Díaz-Canel Bermúdez y Vladímir Putin.

En medio de un invierno cuya sensación térmica era de casi diez grados bajo cero, estas reporteras comentaban que muy grande es la civilización rusa para haber levantado toda su fortaleza y majestuosidad a pesar de un clima tan difícil. Y la otra reflexión tenía que ver con la magia obrada por Fidel, esa que todavía se siente en muchos lugares del mundo, consistente en sembrar robustas semillas de amistad.

El simbolismo ante la imagen de un Comandante en Jefe mirando hacia adelante y ataviado con su traje de combatiente resultó sobrecogedor. Y al hecho se sumaba el detalle de cuatro jóvenes rusos, exquisitamente uniformados, quienes colocaron suave y calladamente dos ofrendas florales, hechas de rosas muy rojas, en la base del monumento.

De pie frente a sus respectivos micrófonos estaban los dos mandatarios. Resultaba inevitable pensar en los hermosos sentimientos que unen a las dos naciones —tan lejanas en la geografía, y sin embargo, tan mutuamente encariñadas—. Había que reparar, necesariamente, en cómo están siendo castigadas por una fuerza común que les adversa, y en cómo ambas asumen igual actitud: mantener la cabeza en alto, y permanecer firmes, como una palma sana bajo el sol, o como un pino que resiste el más duro invierno.   

«Nos reunimos aquí, en la plaza que lleva el nombre de Fidel Castro —expresó Putin—, para inaugurar un monumento a esa personalidad pública y política destacada, el fundador del Estado cubano moderno».

Emocionó escuchar en la voz del estadista, que «Fidel Castro dedicó toda su vida a la lucha por el triunfo de ideas del bien, la paz, la justicia, por la libertad de pueblos oprimidos, por una vida digna para la gente de a pie, por la igualdad social». Dijo él que «con razón (el Comandante en Jefe) se considera uno de los líderes más brillantes y carismáticos del siglo XX»; lo definió como una personalidad legendaria, como el símbolo de una época entera.

Vladímir Putin dejó traslucir su admiración rotunda por el líder histórico de la Revolución Cubana: para él usó palabras bellísimas, como romanticismo, resolución, valentía. Recordó incluso «una canción soviética famosa: «Cuba, mi amor», para resaltar el cariño que la Isla inspira en el país euroasiático. Y prosiguió con definiciones magníficas, como esa según la cual Fidel poseía potente energía y voluntad que «atraían y siguen atrayendo como un imán».

El Presidente de la Federación de Rusia contó ante ciudadanos de su nación, y de cubanos presentes en el acto, que él tuvo la suerte de reunirse reiteradamente con Fidel, de sostener con el excepcional luchador largas pláticas —la última, en julio de 2014—. De tal cercanía, según dijo, le «impresionaron sus conocimientos enciclopédicos, su profunda cosmovisión de los sucesos, su mente aguda y valoraciones precisas», y su amistad profunda con la nación euroasiática, a la cual visitó por vez primera en 1963, y a la que iba «en cualquier momento: en verano, en invierno, con o sin nieve».

El mandatario ruso afirmó que «la amistad ruso cubana legada por Fidel Castro es la riqueza común de nuestros pueblos». E hizo énfasis: «Juntos seguiremos fortaleciendo nuestra alianza, defendiendo los valores de libertad, igualdad y justicia».

Seguidamente compartió sus ideas el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista y Presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quien hizo referencia al honor que constituye para él «participar en la inauguración del monumento al líder histórico de la Revolución Cubana, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz».

La figura de Fidel, destacó el Presidente cubano, «está íntimamente ligada a la amistad que por más de 60 años se ha forjado entre nuestros dos pueblos y Gobiernos». Fue entonces el momento en que el Jefe de Estado, a través de varios ejemplos, hizo alusión a la grandeza del pueblo ruso. Y desarrolló esa idea mientras describía la admiración que el Comandante en Jefe sentía por esa nación que supo llevar seres humanos al cosmos, que mostró una inmensa capacidad de sacrificio cuando se enfrentó a las fuerzas fascistas.

«Estimados amigos, compañeros, quiero recordar con profundo agradecimiento —dijo el mandatario— las bellas palabras que en nombre del pueblo ruso escribiera el Presidente Vladímir Putin ante el fallecimiento de Fidel, hace seis años». Y ese fue el momento de traer a colación lo que dijera Putin en aquellas horas tan tristes: Fidel Castro era un amigo sincero en el que Rusia podía confiar, e hizo una enorme contribución a la formación y al desarrollo de las relaciones ruso-cubanas, a la estrecha cooperación estratégica en todos los campos.

«Los lazos entre Rusia y Cuba son indestructibles. Fidel fundó sus bases, Raúl las desarrolló, y nosotros le daremos continuidad», dijo el mandatario del país caribeño; y en esas palabras habitaban la fortaleza de una hermandad muy larga, de una sintonía que ya es irreversible.

«Rusia sabe que podrá seguir contando con Cuba», dijo Díaz-Canel; y ciertos sentimientos, como el de la fraternidad, se hicieron sentir con más intensidad que la del frío en Moscú.

Todo se volvió estremecedor cuando, en tierra tan distante de Cuba, y sin embargo, tan querida, se escuchó la Marcha del 26 de Julio. La historia emergió con sus deslumbrantes trascendencias: Fidel había sido artífice de la cercanía entre dos naciones, y lo hizo de tal forma que el cariño y el respeto recíprocos no se han desvanecido, como si aquellas largas pláticas se siguieran produciendo, lo mismo en una noche de nieve, que en una mañana de sol quemante.

 

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