Camiones y trenes atascados con mercancías en el puerto de Hamburgo. Autor: eleconomista.es Publicado: 15/01/2022 | 10:20 pm
NO perdió tiempo el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, cuando inició este año con el anuncio de una medida económica que pretende dar respuesta a una situación agravada y que merma los bolsillos de los estadounidenses comunes, influyendo poderosamente —junto a una COVID-19 que sigue incrementándose— en la calificación que que significa para la actual administración de Gobierno, a pocos meses de acudir a las urnas de medio tiempo, una prueba de fuego para los demócratas, que pueden perder el macilento control de las dos cámaras del Congreso y en 2024 decirle adiós a la Casa Blanca.
El poder adquisitivo del dólar ha mermado con un alza de los precios en productos como los alimentos y la gasolina, por citar solo dos renglones básicos, y el primer lunes de 2022 el mandatario anunció un plan para diversificar y fortalecer la cadena de suministro en la producción de carne y de inmediato se reunió virtualmente con agricultores, ganaderos y criadores de aves independientes con una preocupación en la agenda: los precios.
«Cuando los intermediarios dominantes controlan gran parte de la cadena de suministro, pueden aumentar sus propias ganancias a expensas tanto de los agricultores, que ganan menos, como de los consumidores, que pagan más», dijo la Casa Blanca, mientras Latino News, de Tennessee, publicó: «En la tienda de comestibles, los estadounidenses pagaron 12,8 por ciento más por la carne que en 2020, pero las cuatro principales empresas procesadoras de carne registraron un aumento de los márgenes netos del 300 por ciento durante la pandemia».
La Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos informó que la inflación se elevó en esa nación durante 2021 con la mayor cifra registrada en 39 años, y entre las causas reveladas hay dos idénticas a lo que sucede a nivel mundial: los atascos en las cadenas de suministro y la crisis energética, un fenómeno que no parece ser transitorio.
En 2021, la cuasi parálisis económica fue empujada por la variante delta de la COVID-19 y los recurrentes brotes de la pandemia. Cuando todo parecía que volvería a su cauce por la activación de las vacunas —aunque con una muy mala y exclusivista distribución—, 2022 ha recibido una variante altamente contagiosa, ómicron, que está imponiendo nuevos cierres de la vida socioeconómica en muchísimos países y una intensificación de temores, incertidumbres, desconfianza e irritaciones, algunas desencadenadas de manera violenta.
La fragilidad de la cadena de suministro
Algunos expertos aseguran que a nivel global se ha desatado una «tormenta perfecta» a partir de la paralización de la actividad mundial en 2020, cuando fueron estremecidas todas las cadenas de producción, y no amainó en 2021 al conjugarse el alza de los precios de las materias primas, los problemas del atasco en el transporte, la falta de componentes esenciales para la producción de prácticamente cualquier cosa en este mundo tecnológico, y el aumento generalizado de las materias primas, como el plástico, el aluminio, el acero y la madera.
En pocas palabras, los mercados se han dislocado y todo indica que la cosa va para largo, cuando necesidades y demanda siguen en aumento, mientras también crecen las dificultades de productores y empresas de servicio para dar respuesta.
La cadena de suministro o de abastecimiento, esa compleja red de empresas y medios de distribución, que hacen que un producto llegue al consumidor final, es la estructura base de la producción y el comercio transfronterizos modernos.
Es la economía globalizada, donde según la Organización Internacional de Trabajo (OIT) hay unas 65 000 empresas multinacionales, con aproximadamente 850 000 entidades afiliadas extranjeras, actores clave detrás de estos sistemas globales de producción, estas firmas coordinan las cadenas de suministro globales que conectan a las empresas en todos los países.
Recordemos que el SARS-CoV-2 se detectó primero en China, la segunda economía mundial por ahora —aunque algunos especialistas ya la consideran la primera productora de artículos de consumo—, y el gigante asiático aplicó entonces, y continúa aplicando, la política de «intolerancia cero» frente al coronavirus para evitar su propagación dentro de sus fronteras, y el cierre y confinamiento total de ciudades demográficamente millonarias, aunque ni siquiera lleguen a un centenar los casos con el virus.
Sin embargo, China puede bandearse, y lo está haciendo en mejores condiciones porque también su más creciente mercado es a lo interno, con sus 1 402 millones de habitantes (datos de 2020).
Pero en mayor o menor grado, esos cierres han tenido lugar en el resto de Asia, productora de buena parte del consumo mundial, donde el cerrojazo de los puertos y el transporte por carretera ha provocado un atasco de proporciones gigantes. Igualmente en Europa, aunque ha abierto una y otra vez sus calles y centros de trabajo y recreación, presionada por el deterioro de la economía y el apremio de quienes tienen que trabajar para vivir, en medio de un rebrote tras otro, y esa estrategia no la ha conducido a resolver la crisis económica, y mucho menos la pandemia.
El colapso de los sistemas de transportación ha sido fuerte en esta situación. En agosto del pasado año el costo de enviar un contenedor de Asia a Europa era aproximadamente diez veces más alto que en mayo de 2020, mientras que el costo desde la ciudad-puerto industrial china de Shanghai a la californiana de Los Ángeles se multiplicó por más de seis, según afirmaba entonces el Drewry World Container Index.
Un cuello de botella llamado pánico
A comienzos del último cuatrimestre de 2021, cundió el pánico a nivel de comerciantes y productores minoristas, temerosos del desabastecimiento, lo que agravó el colapso de puertos y cadenas de suministro. Dicen expertos que minoristas y fabricantes están pidiendo más de lo que necesitan ante el retraso de los envíos y la escasez de piezas, materias primas o productos de toda índole.
De hecho, esto ha contribuido a la afectación en las cadenas de suministro, interrumpidas constantemente por la escasez de personal, problemas climatológicos, contagios de la COVID-19 y otros.
Por supuesto se desacelera la producción, suben los costos y, de manera exorbitante, también los precios. Al final de esa cadena están los pobres mortales, los más débiles de la cadena, quienes pagamos los precios a pesar de que son los productores directos los que cargan barcos y camiones y los que extraen el petróleo o las materias primas.
Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, el barómetro de la crisis está en los precios de los alimentos en los mercados internacionales, donde es fuerte la demanda de trigo y productos lácteos, que en noviembre llegaban a su nivel más elevado desde 2011 y 27,3 por ciento por encima de noviembre de 2020.
De igual manera se incrementaba el índice de los precios de todos los cereales y gramíneas, como el maíz y el arroz, frente a una oferta relativamente pobre. El azúcar, decía la FAO, alcanzó el 40 por ciento por encima de noviembre de 2020, por la subida de los precios del etanol.
Y a este crecimiento de los precios de importación se suma el aumento descomunal de los fletes y las afectaciones provocadas por las cadenas logísticas de transporte marítimo internacional en esta contracción económica.
Sin embargo, la pandemia fue el maná para un eslabón de la cadena económica mundial, el de los multimillonarios, más o menos unos 3 000 en el orbe, cuya riqueza colectiva se acrecentó en diez billones de dólares, lo que supone un incremento de 5,7 por ciento en el patrimonio neto, según estudio de la empresa de investigación Wealth-X, citado por Business Insider.
Ese aumento desigual de la riqueza tenía lugar cuando los trabajadores de todo el mundo perdían 3,7 billones de dólares en ingresos, según un informe de la OIT.
Y usted no se equivoca si apunta a Estados Unidos en un mapamundi donde se robustecieron más los multimillonarios, con 980 opulentos que tienen en los bancos fortunas que sobrepasan los mil millones de dólares y en aumento constante.
Atascos de transporte, inflación y desigualdades se dan de la mano y dejan exhaustos los bolsillos del hombre común, y ómicron agrega nuevas incertidumbres para 2022.