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La naturaleza tartufiana de un informe sobre «derechos humanos»

Bajo la sombrilla de una defensa a ultranza de la «democracia» a su estilo, Washington, una vez más, se erige en juez y verdugo fuera de sus fronteras

Autor:

Juana Carrasco Martín

Juzga, critica y se espanta de lo que supuestamente hacen otros, pero el fariseo en cuestión comete crímenes a diario al amparo de su falsa perfección y pretende que el mundo le siga y tome de ejemplo, con la indudable intención de mantener su condición de imperio dominador. Es un Estado hipócrita.

Hablo de Estados Unidos, cuyo jefe de la diplomacia, Antony Blinken, hace apenas un par de días dio a conocer el informe anual de derechos humanos correspondiente al año 2020. No, no es la rendición de cuentas o mea culpa sobre cómo viola el derecho de no pocos de sus ciudadanos  o de residentes en su territorio, ni de cómo agrede injustificada e ilegalmente otras naciones.

Bajo la sombrilla de una defensa a ultranza de la «democracia» a su estilo, tal y como hacen desde hace 45 años presentan el relato altamente embustero y falsario sobre los otros, con una propensión al doble rasero acerca de aquellos que no acatan y observan sus mandatos y preceptos. Washington, una vez más, se erige en juez y verdugo fuera de sus fronteras.

En el estrado para dar a conocer el mendaz documento —45 edición anual de Informes de País sobre Prácticas de Derechos Humanos— estuvo junto a Blinken la subsecretaria de Estado interina para la Oficina de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo, Lisa Peterson, los autores del extenso documento que fue presentado a la prensa como una «revisión exhaustiva de los derechos humanos en casi 200 países y territorios», asegurando que «el presidente Joe Biden se ha comprometido a poner los derechos humanos de nuevo en el centro de la política exterior estadounidense».

Desde el prefacio, la manipulación y el engaño se hacen evidentes y definen a su gusto los derechos humanos como parte de una peligrosa maniobra política donde exponen a quienes de hecho están reconociendo como sus adversarios más peligrosos, extraídos por sus nombres de los 198 países y territorios que se atreven a calificar: China, Rusia, Siria, Venezuela, Cuba y Nicaragua.

El informe en sí, elaborado en buena parte mediante procesos ilegítimos, injerencistas, y despreciativos de la soberanía y la independencia de los otros, no es más que un instrumento o arma con fines políticos para justificar intervenciones militares, sanciones y bloqueos económicos, comerciales y financieros, presiones de todo tipo para, mediante la alianza con otros, sujetar las riendas del planeta e intentar suprimir aquellos gobiernos que no les son adictos.

Refutar cada mentira sería un ejercicio infructuoso, porque quien así actúa tiene también el control de una inmensa porción de los medios que difunden las noticias falsas por el universo. Pero el rechazo y la denuncia deben realizarse a sabiendas de que también las verdades se imponen.

El virulento ataque contra Cuba, contenido en 45 páginas, 246 párrafos y 14 367 palabras de la diatriba general, no para mientes en falsedades de todo tipo, desde supuestas violaciones a las libertades religiosas, hasta la aplicación de «juicios sumarios» a quienes no acatan las restricciones obligadas por la pandemia de la COVID-19.

Han pintado un país tenebroso difícil de demostrar, tal y como le hacen eco en las redes sociales y medios «independientes» mercenarios presentados como periodistas o artistas.

La orquestación es perfecta para el engaño y la manipulación, conscientes del poder y la experiencia que poseen en esos campos, quienes llevan a lo largo del tiempo una doble vida, donde prima la maldad, mientras se hacen los buenos, una práctica diaria de la hipocresía, por quienes en lugar de examinarse a sí mismos, se dedican a condenar a otros.

La administración de Joe Biden ha destapado la olla en la cual, su antecesor Donald Trump, cocinó 240 medidas, recrudeciendo un bloqueo de más de seis décadas, y lo hizo de modo oportunista para intentar un «cambio de régimen» cuando la pandemia que azotaba y fustiga todavía al mundo contribuía a debilitar la economía cubana.

Razón suficiente para que el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en su cuenta en Twitter, declarara: «Indigna, inmoral y mentirosa acusación del Departamento de Estado norteamericano contra #Cuba. Acuden a la infame retórica de siempre para calumniar a una isla heroica que sufre bloqueo criminal impuesto por el Gobierno de EE.UU., causando enorme daño al pueblo cubano».

Pese a esta reciente acción tartufiana de la nueva administración —con este informe a destiempo asumen como propias las políticas trumpianas que dijeron estar dispuestos a revertir—, manos solidarias se extienden hacia la Mayor de las Antillas, reconociendo el quehacer altruista de la pequeña y corajuda nación a favor de decenas de países en el combate a la pandemia, mentes lúcidas y honradas reconocen a los hombres y mujeres de ciencia que han dado a su pueblo cinco candidatos vacunales, y sectores dentro de Estados Unidos reclaman un cambio de política que se atempere a la justicia y al respeto entre los Estados.

No son pocas las voces que están aconsejando a Biden un papel constructivo y un retorno a la política de apertura del Gobierno Obama, del cual fue vicepresidente. Sería inteligente escucharlas. Dicho de la manera más popular posible y sin ofensas, como decía mi abuela: Hablar con la boca llena es feo y con la cabeza vacía, peor.

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