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Protestas sin paralelo… en el 38

Desde hace más de 15 años, pobladores sudcoreanos se oponen a la presencia militar de Estados Unidos en su nación

Autor:

Marylín Luis Grillo

MUROS y vallas, miles de soldados y una bandera de barras y estrellas que anuncia que aquella es una base estadounidense irrumpen en el paisaje, ya lastrado por  sistemas antimisiles que llegan desde el otro lado del Pacífico con el influjo de que podrían, más que protegerlos, desencadenar una guerra nuclear y mortal.

Muchos sudcoreanos lo saben: la presencia norteamericana en su país, lejos de ayudar a solucionar el conflicto en la península, incrementa las tensiones con la República Popular Democrática de Corea (RPDC) y la militarización del Noreste Asiático.

Por ello, mientras en la «arena» internacional se debaten las relaciones entre estas dos naciones, a ambos lados del paralelo 38 que sirve de frontera se multiplican las voces que piden, por todos los medios, paz.

Una línea de guerra para el desarme

Como si de un falso neologismo se tratara, la Zona de Desmilitarización (ZDM) es uno de los territorios más armados del planeta.

Esta área, de cuatro kilómetros de ancho a lo largo de los 238 de la línea limítrofe, es no solo el punto cero de los choques entre Pyongyang y Seúl; allí también se enfrentan la RPDC y Washington, al estar la zona sur de la ZDM bajo el control de Estados Unidos, que en expansión constante se ha ido extendiendo hacia otros puntos de la geografía sudcoreana.

Así, 64 años después de que se firmara un armisticio intercoreano provisional —que nunca llegó a convertirse en acuerdo de paz— existen en la República de Corea al menos 80 bases militares estadounidenses y unas 28 500 tropas apostadas, según datos del propio Pentágono.

Estas construcciones no hacen más que perpetuar el sentimiento de guerra, afirman grupos civiles de Corea del Sur y Organizaciones No Gubernamentales como People’s Solidarity for Democratic Participation y la Confederación Sindical Coreana, los cuales han formado coaliciones con pacifistas y grupos religiosos opositores al incremento militar.

Los muros y las vallas no son los únicos que se levantan, también lo hacen las voces que prefieren que en su tierra crezcan las frutas y no los misiles.

Otras bases, otras protestas

El pasado 25 de abril, el Octavo Ejército de las Fuerzas Armadas Estadounidenses en Corea del Sur inició al proceso de reubicación de sus tropas en el territorio de Seúl, Uijeongbu y Dongducheon, y se han ido congregando más al sur, a la instalación Camp Humphreys, ubicada en Pyeongtaek, a 70 kilómetros de la capital.

El proyecto de Camp Humphreys existe desde 2002, pero no fue hasta 2017 —cuando vuelven a intensificarse las tensiones— que se realizó el traslado estratégico, que separó a las tropas norteamericanas de la ZDM.

Los cálculos, publicados en el sitio web Antiwar.com, establecen que la instalación estará completamente terminada en 2020 y podrá cobijar a unas 46 000 personas, entre militares y población civil. Pyeongtaek podría ser el centro de operaciones en Corea del Sur, si se llegara a producir un conflicto armado.

El proyecto, la más larga construcción militar de Estados Unidos en tiempos de paz, tuvo un costo de 10 700 000 de dólares y ha sido pagado en un 90 por ciento por el Gobierno sudcoreano. Pero el campamento ha tenido también otro costo: desde el anuncio de su construcción hace 15 años, los residentes de la zona organizaron fuertes protestas que duraron al menos hasta 2007. Ante esta situación, cientos de policías fueron desplegados, varios ciudadanos arrestados y villas demolidas.

Hoy día, las opiniones sobre el campamento están divididas, pues, aunque el Gobierno de la ciudad ve con buenos ojos el incremento de los negocios y del intercambio cultural por la presencia del personal militar y sus familiares, muchos residentes continúan sin darle la bienvenida a la devaluación de sus tierras, a la contaminación y al ruido provenientes de los aviones.

Como cada año, tropas de EE. UU. y Corea del Sur realizaron ejercicios militares. Foto: Reuters

Bajo la sombra del misil

«Las Fuerzas de Estados Unidos en Corea confirman que el sistema de Defensa Aérea Terminal de Gran Altura (Thaad, por su siglas en inglés) está operativo y tiene la capacidad de interceptar misiles norcoreanos y defender a la República de Corea». Con este comunicado del organismo militar inició uno de los más complejos capítulos de la actual escalada de tensiones entre la RPDC y la coalición EE. UU.-Corea del Sur, en la que se han incluido otros actores importantes como China y Rusia.

La polémica del Thaad atraviesa incluso las denuncias por corrupción y abuso de poder de la exmandataria sudcoreana Park Geun-hye, depuesta a principios de este año, y responsable de la firma del programa en julio de 2016. El actual presidente, Moon Jae-in, llegó a mencionar en su campaña la suspensión provisional del acuerdo; sin embargo, a inicios de mayo se activaba el escudo antimisiles en un antiguo campo de golf de la localidad de Seongju, a unos 200 kilómetros de Seúl.

El sistema Thaad intercepta las cabezas explosivas de los proyectiles balísticos al final de su curso medio y durante la fase de aproximación al blanco, al tiempo que protege ciudades e instalaciones clave de proyectiles balísticos de corto alcance o estratégicos. Sin embargo, la cuestión tiene otras aristas.

En una primera reacción, China se declaró «dispuesta a tomar todas las medidas que sean necesarias para proteger» sus intereses y exigió el cese inmediato del despliegue del escudo antimisil, al afirmar que puede ser utilizado para espiar sus instalaciones y que desestabiliza el equilibrio militar de la región.

En tanto, los agricultores de Seongju temen a los efectos nefastos que podrán tener los radares del escudo sobre su salud y los sembrados, así como a la posibilidad de ver sus tierras convertidas en zona de guerra, informó EFE.

De hecho, desde antes del inicio de la instalación, cientos de residentes portando pancartas con lemas como «No al Thaad, no a la guerra» o «Estados Unidos, ¿sois amigos o tropas de ocupación?» se enfrentaron a la policía, que custodiaba el recinto restringido al paso de los civiles.

Desde el primer anuncio en 2016 de la aprobación del Thaad, los residentes han llevado adelante una vigilia a la luz de las velas contra la medida. Llevan más de 300 días, justo frente a la oficina del Gobierno local, exigiendo la desactivación del sistema antimisiles.

Y más allá de la localidad, muchos sudcoreanos a lo largo del país consideran que el despliegue del Thaad se hizo de manera precipitada y aprobado por un Gobierno depuesto por corrupción.

Una isla de paz

En la famosa isla de Jeju, la única ganadora de la triple corona de la Unesco: Patrimonio natural de la humanidad + Geoparque Global + Reserva de la Biosfera, y una de las siete maravillas naturales del mundo moderno, se encuentra hoy día una nueva base naval sudcoreana.

El Complejo Portuario Multipropósito de Jeju opera desde febrero de 2016 y posiblemente tendrá funciones civiles y militares, aunque por el momento se utiliza exclusivamente con fines bélicos y es el cuartel general de la armada naval sudcoreana Mobile Task Force Flotilla-7.

Como en otros casos, los pobladores se opusieron a la construcción de la base y han llevado durante años protestas en el lugar. La pasada semana, por octavo año consecutivo, una marcha pacifista salió de las cercanías de la base y recorrió la isla pidiendo el desarme de la región.

En tanto, entre marzo y junio, naves de guerra estadounidenses visitaron la base y desde enero, el Comandante de las fuerzas de EE. UU. en el Pacífico, Harry Harries, sugirió la posibilidad de desplegar sus nuevos destructores furtivos USS Zumwalt en las aguas de Jeju, también conocida como la Isla de la Paz, luego de la Masacre de 1948 en la que la Policía asesinó a más de 30 000 isleños que se oponían a la división de las Coreas.

Agrupaciones civiles aseguran que mientras haya barcos estadounidenses las protestas continuarán y en todo el país se trencen lazos solidarios con movimientos pacifistas que piden, además, el cierre de bases militares estadounidenses en Okinawa, Guam, Filipinas y Hawai, entre otros.

La mayoría de los manifestantes son mujeres. Una de ellas, Choi Sung-hee asegura con orgullo que «ese es el papel del pueblo, nosotros debemos demandar constantemente: no necesitamos armas, no necesitamos Thaad, no necesitamos más bases militares». Ellos comprenden que el mejor camino para crear paz es decirle no a la guerra.

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