Caricatura de Carlos Latuff publicada en Brasil de Fato Autor: Brasil de Fato Publicado: 21/09/2017 | 07:02 pm
La falta de credibilidad se extiende como un manto sobre el sistema político y judicial brasileño, y corrobora la existencia de ese nuevo instrumento de poder en que se han convertido, en ciertos lugares, la justicia y la política: a la primera se le politiza, y a la segunda se le judicializa.
Así, mientras sin alguna prueba se ha condenado a Lula a nueve años y medio de prisión por presuntos manejos sucios en torno a la alegada posesión de un apartamento, y todavía se abren nuevas causas en su contra, a Michel Temer la Cámara de Diputados acaba de otorgarle el perdón, a pesar de conocerse en todo el mundo la grabación donde se daba cuenta de que el mandatario estaba al tanto y aprobaba —como mínimo— los sobornos a un político corrupto que a la sazón ya estaba en prisión (Eduardo Cunha) para comprar su silencio.
Hay lecturas que saltan a la vista antes de entrar en detalles. Al líder histórico del Partido de los Trabajadores (PT) y primer presidente obrero de Latinoamérica se le quiere impedir la vuelta a la presidencia en 2018, pues se sabe que todas las encuestas arrojan aplastante mayoría a su favor, y que el PT lo postularía. Al jefe de Estado no electo, evidentemente, aún los poderes fácticos lo protegen, porque lo más importante para ellos —y aquí está el centro de todo— es que las cosas en Brasil sigan girando hacia la derecha.
El escándalo en su entorno ha sido tan mayúsculo, que pocos pensamos que Michel Temer pudiera llegar hasta aquí. Algunos han estimado que los mismos que echaron su suerte al ruedo cuando se facilitó a la poderosa y derechista empresa O Globo develar la incriminadora cinta que lo descubrió como corrupto, no le han hallado sustituto. O tal vez dichos poderes razonaran a partir de aquello de «mejor malo conocido…».
En verdad, las manifestaciones que exigen su renuncia y elecciones generales inmediatas igual se habrían suscitado si, como dictan las poco democráticas leyes brasileñas de sucesión, Temer era depuesto y se imponía (como dice la legislación) a una figura elegida por ese legislativo mayormente corrupto, donde se dice que también corrieron las coimas y los «favores» de Temer para lograr, como se preveía y finalmente fue, la votación alcanzada el miércoles en la noche: 263 votos por archivar la denuncia, y 227 a favor de darle curso.
Temer libró en torno a la causa de corrupción pasiva y todavía quedan otras dos: obstrucción a la justicia y asociación ilícita, a las cuales podría dárseles curso o no.
Claro, las acusaciones a Luiz Inácio Lula da Silva se ventilan por el grupo de fiscales que lidera el juez Sergio Moro, a cargo de la operación Lava Jato (la investigación en torno a Petrobras), de quien se dice cada vez con más insistencia que está parcializado y pasa cuentas a la izquierda política brasileña.
Las causas contra Temer, provisto como está de inmunidad, se airean (o se entierran) en un Congreso donde 185 del total de 513 diputados son investigados por corrupción.
Muchos dirán que esas mismas bondades las habría podido disfrutar Dilma Rousseff, sometida a juicio político allí mismo hace un año y contra quien, como en el caso de Lula, tampoco se presentaron pruebas. Esa puede ser, precisamente, una buena evidencia de cuán politizadas —o sencillamente enlodadas— son las decisiones…
No ha importado que entre el 80 y el 90 por ciento de la población, según las distintas encuestas, pidan que Temer sea depuesto; ni que se hayan establecido más de una decena de pedidos de impeachment en su contra; y tampoco que el mandatario cuente apenas con el visto bueno de un escaso cinco por ciento de los brasileños.
Ya él decretó el congelamiento por 20 años de los gastos sociales, consiguió la criticada reforma laboral y va ahora a cercenar las jubilaciones. Quienes manejan los hilos parecen convencidos de que eso es lo que importa. En esta cuestionada democracia del Brasil de hoy, la gente no cuenta. Por eso, el único augurio posible ahora es la continuación de sus protestas.