Decisiva la unidad de los pueblos. Autor: Reuters Publicado: 21/09/2017 | 06:05 pm
Diferencias de principios, de visiones e intereses diametralmente opuestos son los que han ensanchado la brecha entre Estados Unidos y algunos países de América Latina a lo largo de la historia, pero todo indicaba que se podía estrechar un poco cuando se vislumbraba una luz a lo largo del camino teniendo en cuenta el cambio de su posición hacia Cuba, nación ampliamente respetada dentro de la región.
La decisión norteamericana de común acuerdo con La Habana de iniciar el camino hacia el restablecimiento de relaciones diplomáticas, luego de más de 50 años de tensiones, le daba un aire distinto a la región, junto al hecho de que, en abril próximo, Cuba llegaría a la Cumbre de las Américas, una cita donde, para muchos, EE.UU. encontraría una forma de limpiar su imagen ante la región latinoamericana y levantar el prestigio de la Organización de Estados Americanos, descalificada durante años.
Sin embargo, con el anuncio del pasado 9 de marzo y las nuevas acciones agresivas hacia la Venezuela de Hugo Chávez, el Ejecutivo de Barack Obama daba un giro de tuerca, un vuelco a la situación de sus relaciones con la región.
Podría parecer un sinsentido, una burla o una estrategia mediocre del Presidente norteamericano cuando declaró a Venezuela como una amenaza «extraordinaria e inusual a la seguridad nacional y política exterior estadounidenses» y decretó la «emergencia nacional» para su país.
Risible afirmación si repasamos la historia y vemos que Venezuela, sin remotamente la capacidad militar de Estados Unidos, jamás ha resultado amenaza para ninguna nación del orbe.
Quitarse del medio a Venezuela
Como si algo no cuajara en un escenario favorable, pareciera que la Casa Blanca estaba segura de que alguien le iba a cantar las cuarenta en el estrado panameño.
Todo estuvo muy bien pensando para quitarse a Venezuela del camino e impedir su participación en la cita de la VII Cumbre de las Américas.
Así lo percibía el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Diosdado Cabello, cuando denunciaba que esta embestida contra su país es un plan que Washington —de manera estudiada y bien pensada—, elaboraría para ejecutar entre el 4 de febrero y el 11 de abril, para «salir del Gobierno Bolivariano».
Al señor Obama y al imperialismo norteamericano no les interesa que a la Cumbre de las Américas vaya Venezuela con su Gobierno Bolivariano al frente porque allí, se van a decir muchas verdades, agregó. Y que de eso nadie tenga dudas. Maduro no dudará en decirle unas cuantas verdades.
La absurda decisión de considerar a Venezuela una amenaza contra la seguridad nacional y la política exterior norteamericanas le va a salir cara a Washington. Acaba de perder la oportunidad de que Latinoamérica en pleno aplaudiese su anunciado cambio de política hacia La Habana. No se harán esperar entonces, ni serán noticias los duros reproches y cuestionamientos por sus nuevas intenciones injerencistas, que recibirá el Ejecutivo norteamericano en Panamá.
Una vez más, Estados Unidos se ha blindado la esperanza de una eventual relación constructiva con los pueblos de América Latina y el Caribe.
Historia plagada de injerencias
Sabemos que la historia de Washington en América Latina está plagada de puntos sombríos. Baste recordar las cruentas invasiones a República Dominicana, Granada y Panamá, o el derrocamiento de Salvador Allende en Chile en 1973; de Manuel Zelaya en Honduras, más recientemente, y el intento de golpe de Estado contra Rafael Correa en Ecuador, por solo citar algunos. En todas y cada una de las acciones violentas que ha sufrido América Latina, ha estado siempre la mano norteamericana.
Eso lo ilustra claramente el analista internacional Roso Grimau en recientes declaraciones a la cadena Venezolana de Televisión. Según el estudioso, en los años que tiene Estados Unidos como nación, su Gobierno ha perpetrado al menos 159 acciones injerencistas en territorios latinoamericanos y caribeños.
Estos números, precisó el analista, corresponden a un conteo efectuado solo hasta 2010. «Las injerencias no solamente se miden en invasiones militares sino también en acciones desestabilizadoras desde el punto de vista económico, como lo ha hecho EE.UU. a lo largo de casi toda su historia contra países latinoamericanos y caribeños».
Al respecto, recordó la llamada Doctrina Monroe con la que Washington estableció su falsa moral para atribuirse ser el juez de los pueblos del mundo, realizar intervenciones armadas y a través de ello lograr apoderarse de las riquezas de otros países.
Grimau detalló que en esta guerra «que hemos llamado de quinta o de sexta generación lo primero es influir la matriz mediática, es decir, infundir en el imaginario colectivo del mundo entero que Venezuela es un Estado fallido, para que sea aceptada una intervención militar de cualquier tipo».
La equivocación norteamericana
Y es que Estados Unidos estuvo equivocado con respecto a Hugo Chávez y Venezuela en momentos anteriores y definitorios de la Revolución Bolivariana.
A juicio de Germán Sánchez Otero, ex embajador de Cuba en Caracas y profundo estudioso de la realidad venezolana, Washington «erró en abril de 2002 con un golpe de Estado que fracasó, después en el golpe petrolero de diciembre de ese mismo año. Luego con un referendo revocatorio en el que sufrieron otra derrota estratégica y hoy lo hacen nuevamente».
¿Por qué Estados Unidos a la altura del año 2001 comienza a conspirar y tratar de destruir la Revolución Bolivariana?, se pregunta el ex diplomático en conversación con JR. «Pues justamente por la grandeza de ese proceso y del líder Hugo Chávez. Los norteamericanos, desde el inicio, se percataron del camino que Venezuela, con su Comandante al frente, estaba tomando y es por eso que arremeten contra la Revolución Bolivariana desde sus primeros pasos. Haciendo uso de todas sus herramientas deciden desestabilizar el país empleando el método chileno para generar desgaste político, descontento, sobre todo en la base del pueblo».
Y cuando Chávez muere, como en no pocas veces ha explicado Maduro, creyeron que había llegado la «oportunidad de oro».
Según relata el académico y autor del texto biográfico Hugo Chávez y la resurrección de un pueblo, cuando conocen que está enfermo y el desenlace puede ser fatal, elaboran un plan para aprovechar al máximo esta coyuntura y tratar de darle un jaque mate definitivo a la Revolución usando argumentos, más complejos y peligrosos, que incluyen la amenaza creíble de una intervención, con decisiones tan dramáticas como la actual, acota el intelectual.
No hay dudas de que la Revolución Bolivariana es un soporte fundamental del nuevo escenario de independencia, autodeterminación y enfrentamiento al poder establecido por el imperio en nuestro continente.
«Ahora le llegó a Venezuela una nueva etapa, una nueva oportunidad para demostrar su grandeza, porque en cada momento en los que Estados Unidos ha querido yugular a la Revolución, esta ha salido airosa».
En este continente sabemos que en Venezuela está la frontera imperial, si la cruzan, todos vamos a salir «cruzados». Por lo tanto hay que detenerlo de una manera definitiva y crucial, afirma Germán Sánchez Otero.
Pero, si analizamos los escenarios regionales, todos son adversos a una confrontación. En Colombia se está llevando a cabo un proceso de paz. El propio Nicolás Maduro, siguiendo siempre el legado de Chávez, levanta la bandera de la paz junto a la América Latina y el Caribe proclamada como zona libre de conflictos armados.
Inmediato respaldo internacional
Ante un escenario semejante, apunta Sánchez Otero, es clave y fundamental la solidaridad y por suerte se está llevando a cabo de una manera vertiginosa. Existe mucha gente de bien en este mundo que sabe lo que significa Venezuela y su Revolución Bolivariana.
Pero la movilización debe ser meteórica, muy rápida, explica. «Los tiempos en política tienen que suceder según las circunstancias. Este es un tiempo en el que tenemos que correr como en las olimpiadas y ser los campeones de esa carrera, para impedir, como decía Maduro, que se produzca el hecho final de una intervención militar».
Después del 9 de marzo, cuando Obama lanzó su «chiste de mal gusto» contra Venezuela, como lo calificara el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, se han alzado voces desde todos los rincones del mundo.
Líderes de naciones amigas, organismos y organizaciones políticas y sociales nacionales e internacionales, movimientos sociales, el pueblo venezolano, han denunciado tales ingenios de Washington.
El Gobierno norteamericano se ha quedado solo, aislado. Incluso, el diario The New York Times admitió esta semana en un editorial que esta reacción de Washington ha fortalecido al Gobierno Bolivariano. Y no hay dudas, ha sido clave el fortalecimiento de la unidad nacional cuando, hasta algunos sectores de la oposición o críticos al Gobierno Bolivariano, rechazan las acciones de Washington.
Se vale levantarnos desde cualquier rincón. Solo un amplio movimiento mundial puede detener los planes de Estados Unidos; de lo contrario, la situación se tornará más grave no solo en Venezuela sino en toda la región.
Porque esta «decisión trasnochada» como calificara Sánchez Otero al pronunciamiento de Washington, puede ser, como tal, «muy peligrosa».