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Siria, ¿próxima parada de la OTAN?

Estados Unidos, Francia y Reino Unido allanan el camino para una intervención militar «humanitaria» contra Damasco. Para ello acuden a la fórmula aplicada en Libia, pero la escalada podría llegar hasta Irán

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

La cruzada contra Muammar al-Gaddafi en Libia ha validado nuevas recetas para aplicar la vieja concepción de derrocar a jefes de Gobierno y regímenes. Las principales potencias presentan ahora la «protección de civiles» y la «defensa» de los derechos humanos y la democracia como el motor que los impulsa a lanzar sus bombas sobre naciones soberanas e independientes, siempre ricos reservorios de recursos naturales o con una posición estratégica para controlar rutas de comercio o servir de muro de contención a otros países que pudieran lacerar su hegemonía.

La estrategia se monta con el acompañamiento imprescindible de una agresiva maquinaria mediática, encargada de preparar el terreno con la difusión de historias sobredimensionadas, cuya trama ya se hace repetitiva: un supuesto dictador «reprime» a su pueblo y Occidente, que se presenta como gendarme de la seguridad internacional, le confía a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) la misión de bombardear esas naciones. Por supuesto, no puede ser una decisión caprichosa y arbitraria. Ya antes se han encargado de lograr el viso de legalidad de Naciones Unidas, donde solo unos pocos deciden el futuro del mundo y, coincidentemente, son estos los interesados en la guerra en estado de incubación.

Así sucedió con Libia. Las primeras protestas en Bengasi se convirtieron en pocos días en un grupo armado antigubernamental, gracias a la ayuda diplomática y militar de las principales potencias (Estados Unidos, Francia y Reino Unido), y a las manipulaciones mediáticas. Con el cabildeo diplomático, estos países obtuvieron el apoyo de la Liga Árabe, y en el Consejo de Seguridad ganaron una resolución ambigua, que les permitió llevar a cabo una guerra abierta por el cambio de régimen, en nombre de la «protección» de civiles.

Ahora esta hoja de ruta exitosa en Libia, pues ya los opositores armados tienen el control de casi todo el país y las principales compañías de los Estados agresores compiten por el petróleo y demás riquezas, pudiera constituir uno de los planes para Siria que más se hojea en la mesa del Pentágono y en las de los mandatarios europeos Nicolas Sarkozy y David Cameron.

Washington, Londres y París han declarado su abierto interés por un cambio de régimen en Siria y por derrocar al presidente Bashar al-Assad. En este caso, también desde el inicio las grandes transnacionales de la información han exagerado no pocos de sus reportes, y ocultado otras condiciones que develan la naturaleza de un conflicto alimentado desde el exterior.

Si bien es cierto que en la nación árabe se cocían muchos ingredientes que podían llevar a una ola de disturbios —más en un contexto donde el polvorín «prodemocrático» ha derrocado a dictadores en otros países cercanos (Túnez y Egipto)—, no se pueden desestimar los hechos que prueban la injerencia de Estados Unidos, sus socios europeos y países de la misma región (Arabia Saudita) en los asuntos internos sirios, para insuflar más fuego y darle al panorama la connotación de una «crisis humanitaria». Esa será otra vez la justificación para una intervención abierta, incluso militar, como hicieron en Libia.

Desde el inicio de las protestas en Siria hace seis meses, las grandes corporaciones mediáticas han ignorado la existencia de elementos armados en las movilizaciones y las denuncias del Gobierno de Damasco sobre el tráfico de armas en las fronteras, con el claro objetivo de potenciar la inestabilidad.

De hecho, el Departamento de Estado norteamericano se ha reunido con miembros de la oposición residentes en el extranjero, y el embajador estadounidense en Damasco, Robert Stephen Ford, se ha dedicado a establecer contactos con estos grupos desde su llegada a la capital siria, en enero de 2011, como han denunciado las autoridades de Damasco. Incluso ha trascendido de otras fuentes que uno de los primeros pasos de la ofensiva militar de la OTAN en esa nación sería armar a opositores o a elementos islamistas radicales «inyectados» en las manifestaciones, proveyéndoles de cohetes antitanque y antiaire, morteros y ametralladoras pesadas, para golpear a las fuerzas del Gobierno.

El ataque de insurgentes armados contra instituciones gubernamentales, civiles desarmados y contra las mismas fuerzas de la policía ha tenido como objetivo provocar la respuesta de las fuerzas armadas, para así dar la imagen de una población civil que urge de una OTAN que la «proteja» mediante su «intervención humanitaria».

Recientemente Washington, París y Londres han elevado su tono amenazante contra Bashar al-Assad, al punto de pedir su renuncia. Si en un inicio fueron más cautelosos en ese sentido, se debió a que pensaron que podrían enderezar la dirección de Damasco a su favor. Pero resultó todo lo contrario. Al-Assad se ha mantenido firme y ha denunciado la componenda de las grandes potencias.

El tono de Occidente ya sabe a pólvora. El ministro francés de Relaciones Exteriores, Alain Juppé, acusó al Gobierno sirio de crímenes contra la humanidad. Y ya se aprobó en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas una condena a Damasco claramente injerencista, que según otras naciones podría empeorar la crisis en la nación árabe. Aunque Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña no pudieron alcanzar una resolución en el Consejo de Seguridad debido a la oposición de China y Rusia, con derecho al veto, no renunciaron a sus planes y continuaron el cabildeo diplomático. Hoy ya tienen en su bolsillo a la Liga Árabe, organización que una vez más parece que se apresta a cumplir otro papel nefasto ante los conflictos de la región, posicionándose a favor de las agresiones de Occidente.

También las grandes potencias han coordinado la aplicación y el recrudecimiento de sanciones económicas contra Damasco, medidas que siempre propugnan contra los países que tienen en la mira. No es casual que las naciones agredidas militarmente o en vísperas de serlo, resulten sometidas a este tipo de política.

Pero hay más. El embajador ruso ante la OTAN, Dmitri Rogozin, alertó sobre las intenciones del bloque militar de lanzar un asalto sobre Siria que sirva de puente para agredir a Irán. «La soga alrededor de Irán está apretándose. El plan militar contra Irán está en camino. Y estamos ciertamente preocupados por la intensificación de una guerra a gran escala en esta inmensa región», dijo. Algunos expertos como el ex general francés Jean Rannou  validan la factibilidad de un ataque de la OTAN contra Siria. Según su análisis, la Alianza detectaría primero, con la tecnología de satélite, las defensas aéreas sirias; después aviones de guerra, en un mayor número que los empleados contra Libia, saldrían de una base del Reino Unido en Chipre y pasarían unas 48 horas destruyendo los misiles tierra-aire de la nación árabe. La OTAN comenzaría entonces un bombardeo abierto contra los tanques y las tropas de tierra.

Viejos planes

El proyecto estadounidense de atacar a Siria no data de hace seis meses, cuando comenzaron las protestas en esa nación.

En 2007 el general Wesley Clark recordó una conversación sostenida en 1991 con el entonces subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, en la que este indicó que Estados Unidos tenía entre cinco a diez años para eliminar a los «regímenes clientes» de los soviéticos, es decir, Siria, Irán e Iraq, antes que «se levantase» la próxima superpotencia a desafiar la hegemonía occidental, en clara referencia a Rusia.

Estos países, además de Libia, Somalia y Sudán, también estaban identificados por el Pentágono como objetivos de una gran campaña militar para cinco años. Si se analiza la lista, se podrá ver que en varios de estos escenarios, las indicaciones de Wolfowitz se han ido cumpliendo. Iraq está ocupada desde 2003; Libia sufre los bombardeos de la OTAN hace seis meses; y las aguas somalíes están custodiadas por buques de guerra con el pretexto de la piratería. Y aunque Sudán no fue atacado, Washington, después de varios años financiando a las fuerzas que se oponían a Omar Hassan al-Bashir, apostó a la fragmentación, lo que continúa haciendo con el apoyo a las fuerzas de Darfur que se enfrentan al Gobierno central.

Irán sigue en la mira, pero para llegar allí es necesario pasar por Siria, su aliado, y enemigo irreconciliable de Israel. El eje Damasco-Teherán-Hezbolá constituye un muro de contención contra la hegemonía de Estados Unidos e Israel en el Medio Oriente. El ex presidente George W. Bush, que prácticamente puso a su país en guerra contra todo el mundo después del 11 de septiembre de 2001, aseguró en sus memorias (Decision Points, referenciadas por The Guardian) haber ordenado al Pentágono que planificara un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes, y que consideró la posibilidad de realizar un ataque encubierto a Siria, a petición de Israel. En esa misma línea estaba su vicepresidente, Dick Cheney, quien dio el macabro consejo en junio de 2007.

Tampoco fue casual el nombramiento de Robert Stephen Ford como embajador de Estados Unidos ante Damasco, a inicios de este año, cuando las manifestaciones en Egipto pedían la renuncia del dictador Hosni Mubarak, escenario que junto al de Túnez ha sido aprovechado por Washington para sembrar la inestabilidad en otras naciones, en lo que ha dado en llamarse «Primavera árabe».

En su oscuro expediente curricular, Stephen ostenta el «mérito» de haber sido mano derecha de John Dimitri Negroponte en Iraq, durante 2004-2005. En ese entonces, como embajador en Bagdad, Negroponte fue una ficha clave para la creación de grupos paramilitares encaminados a acabar con la insurgencia en ese país, ocupado por EE.UU. desde 2003. Esa receta ya había sido exitosa en la década de los 80 del pasado siglo, cuando la Administración Reagan creó y financió los escuadrones de la muerte en Centroamérica, cuya misión fue cazar y asesinar a los guerrilleros y acabar con su base social.

Con estos antecedentes, no sorprenden las acusaciones de Damasco denunciando el involucramiento de Estados Unidos en las revueltas. Sobre todo, luego de que Stephen visitara, junto al embajador francés Eric Chevallier, la ciudad de Hama, escenario de grandes protestas, para expresar a los pobladores su compromiso y apoyo.

Siria y otras naciones han levantado su voz para denunciar lo que se cocina, pero muchos prefieren callar, lo que los hace cómplices.

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