La revelación de experimentos estadounidenses con guatemaltecos indigna aquí a la sociedad, como también causan estupor los suaves términos utilizados en conclusiones de primeras investigaciones, informa PL.
Porque infectar con males venéreos a enfermos mentales, soldados y prisioneros, con prostitutas previamente inoculadas como vía para el contagio, es un acto criminal, alejado de calificativos como poco ético utilizados por una entidad norteamericana.
El Departamento de Salud y Recursos Humanos (HHS, por siglas en inglés) de Estados Unidos se apresuró en ofrecer conclusiones después de ver la luz el descubrimiento de aquellos inverosímiles estudios realizados hace más de 60 años.
De acuerdo con el diario Prensa Libre, murieron 71 de los guatemaltecos infectados con sífilis de 1946 a 1948, solo 331 de los 497 contagiados recibieron tratamiento y de ellos apenas a 85 se les terminó de administrar las dosis de penicilina.
Precisamente el objetivo del equipo conducido por el doctor John Cutler era observar la eficacia de tal fármaco en la cura de esa y otras enfermedades de transmisión sexual, como gonorrea y chancroide, inducidas en más de mil 500 personas.
Ahora el HHS dice que los experimentos violentaron normas éticas y fueron inseguros, nada que ver con la denominación de delito de lesa humanidad dada por el presidente de Guatemala, Álvaro Colom, cuando hace unos días se dio a conocer el hecho.
Fue simultáneo aquí ese anuncio y el de disculpas pedidas por el actual gobierno norteamericano, primero mediante comunicación de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, y después con una llamada telefónica del mandatario Barack Obama a su homólogo.
Insuficiente resulta esa solicitud de perdón para los familiares de los utilizados como conejillos de indias por Cutler y sus asociados, de allá y de acá, en ese macabro acto en aras de un alegado estudio científico.
Considerado éste como continuación de lo aplicado por los nazis a los prisioneros en sus campos de concentración, recibe una enérgica condena en Guatemala, iniciada con la oficial -Colom en primer lugar- y extendida hasta el más simple ciudadano.
Para ahondar en esos hechos fue integrada aquí una comisión, la cual intentará enviar a uno de sus miembros a reunirse con la académica Susan Reverby, quien desempolvó el informe sobre los experimentos, enterrado en una universidad estadounidense.
Adicionalmente, otros reportes divulgados hace tan poco como ayer confirman el de Reverby, todo lo cual sirve de punto de partida a las pesquisas emprendidas, que en el caso de Guatemala pueden llevar a una demanda internacional.
Por lo pronto causa extrañeza la debilidad de lo concluido por las autoridades del HHS, al aseverar que «el diseño y conducción de los estudios fueron poco éticos y se expuso deliberadamente a los sujetos a serias amenazas a la salud».
Como también lo provoca cuando al referirse a aquellos 71 fallecidos entre los infectados con sífilis hayan señalado que «los archivos no permiten determinar si los decesos tienen alguna relación con los procedimientos a los que se les sometió».
¿Coincidencia entonces?, es una ingenuidad ese planteamiento para tratar de suavizar las repercusiones del acto revelado, de por sí ya amplias, afirmó un analista consultado.
Todos saben, agregó, cómo esto de los experimentos ilegales, clandestinos y criminales es una práctica extendida entre científicos estadounidenses, principalmente los militares, de antes y de ahora, con resultados fatídicos en la mayoría de los casos.