El acercamiento a la tierra fue considerado una experiencia esencial. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 04:59 pm
Algunos son menores de edad, esta vez ninguno sobrepasa los 17 años. Llueve. Pero ahí están ellos, venidos desde Canadá, exactamente de la provincia de Quebec, afanados en el surco. Para muchos es la primera vez en Cuba, también su bautizo con la tierra, pero sus ganas de hacer algo útil por y para el pueblo cubano, definen cada uno de sus actos durante todo el tiempo que dura la estancia. Serán dos o tres semanas.
Que ellos estén aquí, trabajen en el campo, desanden las calles de La Habana Vieja, aprendan a bailar los ritmos cubanos o intercambien con sus coterráneos, está muy ligado a los esfuerzos de Aro Cooperation Internacional, una organización que impulsa este proyecto de intercambio desde hace 17 años y que trabaja coordinadamente con la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).
El Coordinador
François LaVergne tiene 20 años. Por segunda vez vino a nuestro país y ahora coordina las labores en el campo de las brigadas de quebequenses que cada día llegan hasta la granja La Rosita de la UJC. Para él se trata de un aporte particular a la autonomía alimentaria de la Isla. Se recrea en los impulsos del proyecto.
«Venimos a intercambiar con jóvenes cubanos, a conocer la cultura cubana, a aprender cómo viven, cómo trabajan. Finalmente, queremos ayudar al pueblo en la lucha que lleva adelante, en su lucha por la libertad…», expresa.
El joven canadiense, quien habla un español fluido con cierto acento nacional, puntualiza que en esta ocasión vinieron 98 muchachos entre los 12 y los 17 años.
A través del proyecto Aro, fundado con la idea de contribuir a la construcción de un mundo mejor, muchos de los jóvenes perfeccionan su español o toman sus primeras clases en la Isla y, además del trabajo en el campo, preparan su comida en el campamento, limpian, o encuadernan libros. Viven de un modo muy diferente a su rutina diaria. Crecen.
«Nosotros distribuimos entre los muchachos materiales sobre la verdadera historia de Cuba. Vamos a las escuelas para hablar del proyecto Aro y ahora incluimos a otros países como Costa Rica, Perú, y este año vamos a Marruecos», destaca François.
Pero cuando habla de lo que más le impresionó a sus compañeros de este viaje, la emoción le brota en la voz: «Lo que más les llamó la atención fue el recibimiento y la amabilidad del pueblo. Porque nosotros allá siempre estamos estresados por conseguir el dinero y creo que olvidamos vivir. Vemos aquí al pueblo cubano siempre feliz... la gente nos recibe con los brazos abiertos, como hermanos».
Para él nada más sobrecogedor que el monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución.
«Cuando llegan aquí casi ninguno conoce a Martí, pero es el hombre más importante de la historia de Cuba. Ahora aprenden la conexión entre él y Fidel, dice, no sin antes mencionar lo interesante que le resulta el recorrido histórico desde el inicio de las luchas por la independencia, al visitar el Memorial con el nombre de nuestro Héroe Nacional.
Según su experiencia y la de los otros, este tiempo deja marcas profundas. A pesar de lo complejo que resulta en los primeros días adaptarse, a su juicio, después los jóvenes «son más positivos y trabajan más para conseguir sus proyectos futuros. Ellos ven que los cubanos trabajan duro… ».
François define a Cuba con una frase. Por un instante la lluvia se detuvo ante el eco de las palabras escogidas: «Cuba es vivir, luchar por la libertad», y los cubanos: «hermanos».
Definiciones
Luego de la charla con el coordinador salieron por unos minutos del campo, Mathiev Vaillancourt e Isabel Desjardins, ambos de 15 años y Camilo Arancibia, de 16. Quedaron trabajando una veintena de adolescentes agrupados en tres brigadas. El resto realizaba otras labores en el campamento.
Camilo: Estoy aprendiendo mucho. Veo cómo se hacen las cosas y cómo se trabaja en el campo. Es una experiencia nueva y es muy buena.
Isabel: Aprendí que en América del Norte tenemos todo lo que queremos (…), pero me di cuenta de que no necesito todo lo que tengo, lo que estoy haciendo es ayudar a un pueblo que está luchando. Es ideal hacer algo útil.
Mathiev: Me gusta mucho Cuba, porque la gente es generosa. Estoy contento con esta importante experiencia de vida. Me encantaría regresar, porque la Isla tiene una historia muy rica y me gusta aprender. Trabajar aquí junto a los cubanos es una buena manera de hacerlo. No hay mejor forma de aprender de un pueblo.
Cada uno define a Cuba en una o dos palabras. Este es el resultado. La brillantez de los ojos adolescentes descubre cuánto han calado estas jornadas en las que han hecho de todo un poco. Desde aprender la letra de La Guantanamera, hasta cosechar vegetales, todo suma significados a las vidas de los jóvenes canadienses, quienes construyen un sólido puente entre Quebec y la Isla.
A Camilo la palabra Cuba le sugiere otra medular: «libre». A Mathiev, el vocablo «magnífica»; mientras que a Isabel escuchar las cuatro letras le provoca pronunciar «unidad y familia».
¿Cuántas más agregarían cada uno de los seres humanos que conforman este viaje solidario?